Con los hombres fuertes vuelve también el culto a la
personalidad, aunque con características acordes al discurso antielitista hoy
en boga. Ya no se erigen estatuas del líder por doquier, ni se le glorifica a
la manera de Mao, Stalin, Hitler o Kim il Sung. Los tiranos de antaño se
endiosaban, los hombres fuertes de hoy (respetuosos, aún, de los rituales
electorales) procuran fusionarse con “Juan Pueblo”.
Los hombres fuertes ofrecen liderar un “renacimiento
nacional” en sus respectivos países a través de la fuerza de su voluntad y de
amar y comprender al pueblo como nadie porque ellos también son pueblo, de
hecho aspiran a ser El Pueblo.
Putin proyecta una imagen viril de torso desnudo, pero
dueño de un sentido del humor digno del mujik más soez, el cual es descrito por
los lisonjeros como “lenguaje elocuente, cargado de giros idiomáticos populares
y comparaciones agudas”.
Los aduladores del presidente turco Erdogan lo proclaman
“nuevo padre de la patria”, pero uno salido del pueblo, sencillo y cercano a
las tradiciones musulmanas.
En Hungría, jerarcas de la iglesia cristiana describe
a Orban como “un ciudadano convertido en
líder enviado para crear un país de honestidad, decencia y destino”.
Trump representa al tipo listo, exitoso y carismático,
pero cercano al pueblo, y eso le da una connotación a su culto a la personalidad como legitimador
de todos sus dislates. Incluso, su torcida forma de ser es exonerada por fundamentalistas
de la derecha cristiana, quienes advierten “el plan genial de Dios de usar a un
pecador estándar en la salvación de Estados Unidos”.
Hugo Chávez procuró en vida ser producto del pueblo y su
perfecto representante, aunque su culto se convirtió en adoración cuasi
religiosa tras su muerte.
En Bolivia, el “Museo de la Revolución Democrática y
Cultural” está dedicado a exaltar el humilde origen indígena de Evo Morales, y
su modesta infancia es ilustrada en el bonito libro para niños “Las Aventuras
de Evito”.
De maneras sigilosas, pero constantes, todo culto a la
personalidad pasa de ser un sentimiento espontáneo a una política oficial
legitimadora de regímenes autoritarios.
Las nuevas tecnologías y modernos conceptos
mercadotécnicos se suman a las viejas prácticas de aduladores y sicofantes para
servir a los propósitos de los gobernantes megalómanos.
Vivimos una época de culto al líder quien, en el fondo,
“es como uno”: hombres del pueblo hechos
a sí mismos, personas sencillas para fascinar a la gente sencilla pero, de
alguna manera, señalados por la providencia. Seduce el desparpajo de los nuevos
hombres fuertes, sus incorrecciones políticas, su chabacanería.
Así sucede con
Putin, Orban, Erdogan, Chávez, Evo -entre otros- y así será con los que, tristemente,
se acumulen a la lista a lo largo de nuestro atribulado mundo en el futuro
cercano.
*Publicado en el diario ContraRéplica 26 de diciembre de 2018
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