jueves, 23 de octubre de 2008

Gordon Brown y la Europa en Crisis de Liderazgo

De repente, Gordon Brown se levantó del suelo y se convirtió en un heroe. Mientras el mundo vagaba consternado al borde de la bancarrota, el alicaído primer ministro ideo un plan (o más bien, plagió habilmente de los suecos) un plan de rescate financiero que impuso el ritmo a Washington, y no a la inversa, como ocurría antes. El seguimiento de Estados Unidos quedó claro cuando el Tesoro decidió desviarse de su propio plan inicial de rescate e invertir hasta $250,000 millones de dólares directamente en los bancos. Esto dejó al primer ministro británico, Gordon Brown (y en menor medida al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy) en situación de reclamar para sí mismo el título de "hombre sabio". Ahora hablan de crear un acuerdo tipo Bretton Woods para el siglo XXI. Sarkozy les dijo a los líderes europeos que se reunieron recientemente en París que esperaba "literalmente reconstruir los cimientos de los sistemas financieros".
Los europeos, especialmente los ingleses, tomaron la iniciativa. Y Estados Unidos cambió de curso".

En Londres, los funcionarios han sido especialmente rápidos para señalar que, a diferencia de lo que sucedió con Irak, esta vez no siguieron a Washington. No hay dudas de que el plan británico fue imitado por Estados Unidos. ¿Eso demuestra que la idea que los estadounidenses tienen de Europa como un caso perdido en el terreno económico es errónea? No todos se expresaron con un tono tan triunfalista. Aunque el curso de acción de los últimos días fue acertado, no compensa el largo período de negación de los problemas europeos antes de que los líderes reconocieran que el sistema financiero global se desmoronaba. Durante demasiado tiempo dijeron que la crisis era en Estados Unidos y que no los afectaría. De hecho, Europa aún tiene muchos problemas, especialmente un alto desempleo, bajo crecimiento y la probabilidad de una larga recesión, ya que Inglaterra, Irlanda y España padecen el estallido de una burbuja inmobiliaria propia.

Pero ya sea una actitud excepcional o la primera señal de un nuevo patrón de conducta, la estrategia europea trasunta una fuerza fundamental. Mientras el Congreso y la Casa Blanca se concentraban en la compra de cientos de miles de millones en hipotecas y préstamos incobrables, los líderes como Brown procuraron hacer frente a una amenaza más profunda y grave: la falta de fe en los bancos mismos. Por eso su táctica (convertirse en inversores de último recurso y en garantes de los préstamos entre bancos) logró controlar el pánico que hizo que Wall Street cayera casi 20% en una semana.

Andrew Moravcsik, de la Universidad de Princeton, sugiere que la experiencia de seguir el ejemplo de Europa, por una vez, puede tener consecuencias políticas domésticas para Estados Unidos. "Los estadounidenses, particularmente los conservadores, consideran a Europa excesivamente regulada y, por lo tanto, víctima de un crecimiento limitado y de la Euroesclerosis dice Moravcsik. Lo ocurrido podría modificar esa opinión y crear más respeto por el enfoque más regulado de los europeos. Por el momento, Europa está en sintonía con Estados Unidos, pero posiblemente esa situación no dure, los dirigentes políticos no deberían permitir que la aceptación de la nacionalización parcial de los bancos sea el primer paso de un regreso al modelo económico controlado por el Estado. Ya algunos europeos, enemigos de la liberalización comercial y de las políticas de libre mercado, están apuntando a la decisión de Washington de intervenir en la economía como un precedente que les permitirá plantear un argumento más general: que la economía al estilo Estados Unidos ha llegado a un punto muerto. Por otro lado, la contundente realidad indica que en términos de crecimiento Europa ha quedado rezagada en los últimos años Que los europeos y, en general, los estatistas estén de plácemes no supone un desempeño económico superior.

Lo cierto es que a Europa le falta por cubrir una serie de tareas económicas (básicamente el tema del crecimiento), diplomáticas y políticas de enorme envergadura. Para volver al tema de la falta de liderazgos mundiales quie tocábamos en un post anterior, es evidente la disminución de la estatura internacional de Europa en la política mundial contemporánea. Ante cualquier tema o acontecimiento trascendental y de impacto global, la posición europea tiende a ser, cada vez más, inconsistente e insustancial. La actual crisis en Medio Oriente es un ejemplo que muestra que Europa no sólo no ofrece una alternativa distinta de la de los Estados Unidos, sino que tampoco tiene la aptitud de generar consensos efectivos.

Aunque sea paradójico, Europa perdió su rumbo con el fin de la Guerra Fría. A partir de ese momento ha divagado estratégicamente, mientras que el unipolarismo de Washington se afianzaba, el poderío de China emergía y la geoeconomía mundial viraba hacia Asia. La postura de Estados Unidos frente al desmoronamiento soviético era clara y esperable: celebrar su caída y procurar, ahora sí, su primacía internacional. Los europeos pudieron adoptar dos conductas bien distintas frente a la desaparición de la Unión Soviética: afirmar su anticomunismo mediante un activo acompañamiento a favor del humillante colapso de la URSS o testificar su progresismo buscando eludir el hundimiento descontrolado de Moscú, colaborando con la reconstrucción de Rusia y estableciendo una vinculación estratégica con esa larga frontera oriental de Europa. En aquel entonces la Unión Europea fue menos progresista que anticomunista. Más adelante, en vez de dotarse de una capacidad militar propia -lo que hubiera implicado incrementar y mejorar los presupuestos de defensa-, Europa prefirió ahondar su dependencia de la OTAN. Para Estados Unidos esta opción resultaba la mejor: Europa continuaba bajo su paraguas en materia de seguridad y rehusaba dotarse militarmente. Indicar que las opciones de Europa eran competir o no con los Estados Unidos es interpretar mal el asunto. La Unión Europea escogió no procurar una elemental autonomía militar que le permitiera darle acompañamiento a su voz en el momento de definir cuestiones clave de la política mundial.

Se pensó que la fuerza de Europa descansaría, al contrario, en la promoción de valores (la democracia, los derechos humanos, la integración, entre otros). Al menos eso anunciaban los principales dirigentes europeos inscriptos en la tercera vía, la vieja centroizquierda y la socialdemocracia. No ha sido así. Hubo ambigüedades: bombardeo inclemente en Kosovo y parálisis ante el genocidio en Ruanda. En realidad, los países de Europa seguían reaccionando frente a las crisis humanitarias de acuerdo con su tradición imperial. Esto es: intervenir en algunas ex colonias si había cuestiones vitales en juego o evitar la injerencia si la realpolitik indicaba que los intereses en disputa eran menores o podían entrar en conflicto con los de potencias de mayor envergadura.

En gran medida, las contradicciones y ambivalencias de Europa obedecen a la falta de una política exterior y de defensa comn. Por ello, en los años 90 la Unión Europea anunció que había construido la arquitectura normativa e institucional para dotarse de una política externa y de seguridad comunitaria. Sin embargo, Irak mostró que ése era un proyecto todavía distante. El fraccionamiento y la confusión intraeuropea fueron notorios, y con ello se confirmó, una vez más, la ceguera estratégica de la Unión Europea. A partir de la guerra iraquí Estados Unidos pasó a tener fronteras con Europa y a hacerla más vulnerable desde el punto de vista energético. En efecto: Washington se ha convertido en una potencia asiática. El establecimiento de neoprotectorados en Kabul y Bagdad y la consolidación de bases militares desde el corazón de Asia Central hasta el Cuerno de Africa -en Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán, Tadjikistán, Omán, Bahrein, Qatar, Emiratos Arabes Unidos, Kuwait y Yibuti- le ofrecen a Estados Unidos una influencia definitiva sobre las principales fuentes de energía del área y lo colocan como una suerte de vecino poderoso que pasa a incidir decisivamente, en desmedro de Europa, en el complejo tablero petrolero y político de Medio Oriente.

Es posible que la Unión Europea llegue a transformarse en una gran potencia en el largo plazo, pero en esta coyuntura sólo revela la ausencia de grandeza. Pese a los grandes aspavientos de las agitadas pasadas semanas, hay poco que esperar del presente político-económico de Europa.

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