Ahora que Nelson Mandela convalece en estado crítico el
mundo entero halaga, con toda justicia, las grandes cualidades humanas y
políticas de este paladín. Particularmente interesante me resultó el elogio que
le dedicó Mario Vargas Llosa, quien destaca el estoicismo, el pundonor y la tenacidad que demostró tener este líder
incansable en su lucha por la libertad antes y durante los largos 27 años que
estuvo prisionero en Robben Island y subraya la forma en que Mandela gobernó a
su país alejado de rencores, apegado de forma irrestricta al régimen
democrático, siempre con la idea de reconciliar a las razas y de evitar la
asunción de una dictadura. Mandela asumió la presidencia sudafricana dueño de
una abrumadora popularidad interna y de un gran prestigio internacional, “Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus
beneficiarios y volverlos —Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro— demagogos y
tiranos.” Como bien nos recuerda Vargas, pero Mandela rehuyó a la tentación de
convertirse en un sátrapa entregado a la corrupción, al despotismo y al culto a
la personalidad. Gobernó para todos y desistió de relegirse una vez terminado
su mandato.
Los
contrastes no pueden ser más abismales respecto a otro quien fue gran luchador
por la independencia y en contra del racismo colonial: Robert Mugabe, héroe de
la liberación de Zimbabwe (Antes Rhodesia) quien, como Mandela, pasó un largo
período preso, pero a diferencia del gran sudafricano Mugabe jamás perdonó a
los blancos. Al llegar al poder, en el muy lejano año de 1980, se dedicó a perseguirlos,
a arrebatarles tierras y empresas y a expulsarlos del país en la mayor medida
posible. Hace algunos meses Mugabe reprochó públicamente a Mandela haber
sido “demasiado blando” con los blancos durante su gobierno. Pero no solo los
blancos padecieron de las arbitrariedades de este dictador despiadado, frío y
calculador que poco después de lograda la independencia ordenó la masacre de 20,000 civiles en la
ciudad de Matabeleland que apoyaban a su principal rival político, Joshua
Nkomo. Durante todas las décadas en las que ha durado Mugabe en el poder han
muerto bajo extrañas circunstancias decenas de opositores al régimen. En el año
2000 comenzó a fraguarse un movimiento opositor de gran calado dirigido por Morgan
Tsvangirai que no tardó en amenazar la hegemonía de Mugabe. Como respuesta, el
gobierno desató una oprobiosa “operación limpieza” que supuso la destrucción de
los hogares y el sustento de aproximadamente 700,000 habitantes. Tanta
represión, aunada a una corrupción generalizada, un vergonzoso desgobierno y un
culto a la personalidad al “Padre de la Patria” provocó que la economía se
derrumbara y la popularidad del presidente cayese en picada. Actualmente Mugabe
sobrevive en el poder solamente gracias al aumento de la violencia, la
represión y los fraudes electorales. Eso sí, como todo buen demagogo populista
Mugabe culpa de las desgracias del país a Gran Bretaña, los Estados Unidos, los
agricultores blancos y las sanciones occidentales.
Mugabe subió desde los inicios humildes para llevar a su país a la independencia. Fue aclamado, por un tiempo, como uno de los líderes más progresistas de África poscolonial. Es cierto que al principio de su gobierno promovió educación, salud y agricultura. Muchos opinan que si hubiera dimitido después de una década en el poder podría haber ganado un puesto de honor en la historia, incluso a pesar de las masacres Matabeleland. Pero lejos de eso se aferró al poder y se cree dueño del país entero (Zimbabwe es mío, ha declarado en diversas ocasiones). Hoy tiene cada vez menos amigos y aliados está cada vez más paranoico y ha perdido el contacto con la realidad.
Mugabe subió desde los inicios humildes para llevar a su país a la independencia. Fue aclamado, por un tiempo, como uno de los líderes más progresistas de África poscolonial. Es cierto que al principio de su gobierno promovió educación, salud y agricultura. Muchos opinan que si hubiera dimitido después de una década en el poder podría haber ganado un puesto de honor en la historia, incluso a pesar de las masacres Matabeleland. Pero lejos de eso se aferró al poder y se cree dueño del país entero (Zimbabwe es mío, ha declarado en diversas ocasiones). Hoy tiene cada vez menos amigos y aliados está cada vez más paranoico y ha perdido el contacto con la realidad.
Mandela trabajo por la reconstrucción de la economía
nacional y la reconciliación del país. Despreció como pocos personajes en la
historia lo han hecho (rara avis) los
seductores, fatales y arteros artificios del poder. Mugabe pasará a engrosar la larga lista de la familia
de los tiranos que cayeron en la tentación de endiosarse. El legado de Mandela
será inmortal, el de Mugabe se hundirá en el fango.