El gobierno de Evo Morales se eterniza. Un fallo del Tribunal Constitucional de Bolivia habilitará al ex dirigente cocalero con la posibilidad de postularse para un tercer mandato presidencial. Evo ganó sus primeras elecciones presidenciales de 2005 con mayoría absoluta, algo completamente inusitado en la política boliviana, la cual fue inestable en extremo durante prácticamente todo el siglo pasado. Debe decirse que mucho coadyuvó a que se diera este resultado que los otros partidos se dedicaron a dividirse y a entablar encarnizadas disputas entre sí, al grado de que fueron incluso incapaces de defender sus propios logros de los 20 años previos, durante los cuales comenzó el despegue de la economía boliviana gracias a la reactivación de la industria energética.
En efecto, la inversión privada de mediados de los años 90 aumentó la producción de gas natural y pronto Bolivia se convirtió en exportador de gas a sus vecinos con estupendos márgenes de ganancias. Así, cuando Morales llegó al poder la economía boliviana estaba en posición de aprovechar el auge global de los precios de las materias primas, tal y como sucedió con otros líderes populistas latinoamericanos como Chávez, Los Kirchner y Correa. Desde 2005 las exportaciones de materias primas se han multiplicado por seis, a la par que los ingresos fiscales. Estos recursos se distribuyen automáticamente a los gobiernos locales -siguiendo el modelo establecido por los predecesores de Morales- lo que provoca que los recursos fluyan hasta los rincones más apartados del país. De esta forma se ha logrado una distribución sin paralelo del ingreso, lo que ha repercutido en sustanciales reducciones en los índices de pobreza y en el crecimiento del mercado fenómenos que –insisto- ya venían desde los periodos anteriores a la administración de Evo y que se experimentan también en otras naciones de América Latina cuyas materias primas han gozado de precios al alza durante todos estos años.
En Bolivia se abate a la pobreza extrema, se hacen importantes obras públicas y se refuerza la seguridad social, pero la dependencia de la economía boliviana respecto a los energéticos es inmensa y las iniciativas de Evo para tratar de diversificar la economía han terminado en la enunciación de quimeras, como aquella de colaborar con India para desarrollar la industria siderúrgica.
Debe decirse que a pesar de los discursos oficiales destinados a propugnar por una mayor intervención del Estado, el gobierno de Morales se beneficia principalmente del funcionamiento del libre mercado. Pese al fracaso de varios planes y proyectos estatales, la existencia de un mercado interno en constante crecimiento mantiene sana a la economía. Mercado, que, por cierto, se ve reforzado por un liberalismo de facto al que no son extraños ni el contrabando y ni el tráfico de drogas. No digo que Evo promueva estas actividades ilícitas, pero el hecho es que su ensanchamiento en los últimos años ha tenido como resultado un aumento de los ingresos de campesinos, transportistas, constructoras y empresarios.
Evo va montado sobre una cresta de desarrollo económico y social sin precedentes y se perfila como gran favorito a sucederse a sí mismo tras las elecciones que se celebrarán en 2014, y esto pese a que su popularidad va a la baja. En 2009 un 80% de los bolivianos le apoyaba en 2009, hoy esta cifra incluso baja hasta menos del 40% en las ciudades. Muchos de sus ex aliados disienten radicalmente de sus medidas, mientras que el autoritarismo presidencial se hace cada vez más patente. El mandatario boliviano es cada vez más intolerante a las críticas, además de que ha optado por medidas de “manotazo” para ocultar problemas crecientes. Así ocurrió cuando decidió nacionalizar intereses de Repsol de forma brusca, acto que muchos consideran una “cortina de humo” para eclipsar la llamada “revuelta de las batas blancas”, una movilización de miles de médicos, trabajadores sanitarios y universitarios que exigían exigen su incorporación a la ley del Trabajo y políticas de atención al todavía precario servicio de salud pública.
También la relación de Evo con los indígenas, su fuente primaria de sustento político, se ha deteriorado. El presidente maneja una retórica cuyo eje ha sido un indigenismo a ultranza que incluso no concilia con la modernidad, pero en los últimos años se ha enfrentado abiertamente con organizaciones indígenas. El último choque se dio con la Marcha Indígena en defensa del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), en virtud a que Evo quiere construir a ultranza una carretera que atraviesa una reserva ecológica habitada por de las etnias moxos, chimane y yuracaré. Por su parte, los dirigentes de la Confederación Indígena de Bolivia (CIDOB), que agrupa a los pueblos originarios de tierras bajas, abiertamente han manifestado su decepción por “La soberbia, el autoritarismo y la terquedad de Evo y por “la enorme capacidad que tiene el jefe de Estado para desatar conflictos en los sectores sociales, en lugar de unir a todos los bolivianos”.
Con todo, la oposición está profundamente dividida. Se cuentan hasta ochos distintos candidatos interesados en participar en la contienda del año entrante, varios de los cuales proceden del partido oficialista MAS. Al no existir un frente unido opositor eficaz para enfrentar los comicios presidenciales de 2014 todo indica que Evo se convertirá en el gobernante boliviano que más ha durado en el poder en toda la historia.
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