lunes, 13 de mayo de 2013

La muerte de "Belcebú" Andreotti


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Falleció Giulio Andreotti, el hombre insignia de la truculenta política italiana de la posguerra. Sesenta años fue miembro del parlamento y siete veces ocupó la jefatura del gobierno. Durante todo ese tiempo lució siempre portentosas virtudes como un gran prestidigitador de la política. Fue acusado de cosas tan graves como sostener arriesgadas relaciones  con la mafia y mandar asesinar a un periodista, y jamás logró borrar la sombra de cierta “sospecha moral" por su inacción ante el secuestro de su gran rival, Aldo Moro. Pero nadie negaba que era él la principal fuente de sabiduría y experiencia política del país y que poseía una indiscutible fama de  proyección internacional. Andreotti fue ministro "de todo", a partir de 1947, cuando el mítico "Presidente de la Reconstrucción", Alcide De Gasperi, lo llamó para colaborar a su lado. Además de la Jefatura del Gobierno ocupó los ministerios del Exterior, Finanzas, Industria, Presupuesto, Defensa, Cultura y un largo etc. Desde el primer momento de su destacó Belcebú (como era apodado por sus adversarios) como astuto operador político en años de dificultades extremas y de dura confrontación con el comunismo. Promotor de la Unión Europea y de una férrea alianza de Italia con Occidente, fue visto también como "un préstamo del Vaticano a Italia", en virtud a su fuerte vinculación con la no menos siniestra curia romana, cuya historia –por cierto- Andreotti ha sabido ilustrar en brillantes y eruditos ensayos.

Belcebú  fue un clamoroso éxito como político, un fuera de serie construido gracias a su capacidad de trabajo y su mítica habilidad en conquistar y prohijar a su numerosa "base electoral" con una infernal red de relaciones fundada en un muy bien aceitado clientelismo. También legendaria fue  su insuperable ambigüedad, cubierta con un manto de refinada ironía capaz de dejar descolocado a sus numerosos adversarios con réplicas fulminantes. A la historia pasó aquella ocasión en que se le preguntó si no se sentía cansado de tantos años de gestión, en virtud a que “el poder desgasta” y él contestó con una frase que dio la vuelta al mundo: "Sí, el poder desgasta, pero desgasta más no tenerlo”, apotegma que incluso parafraseara Coppola en la fallida tercera parte de El Padrino. Relación interesante la que tuvo Andreotti, por cierto, con el cine. Fellini lo consideró difícil de descifrar: "parece el guardián de algún gran misterio. Tiene el talante de quien parece venido de otra dimensión". También hace años se estrenó el estupendo film “Il Divo", dedicado íntegramente a su figura y que no es en absoluto  condescendiente con el personaje.

Cuando uno reflexiona sobre un político profesional como Andreotti, no se puede evitar darse cuenta de cuán falaz es el discurso pretendidamente "ciudadano" que algunos esgrimen para tratar de enterrar a la clase política con el argumento de que los políticos no están a la altura de los "impolutos" ciudadanos a quienes dicen representar. La vieja clase política italiana fue barrida por corrupta para ser sustituida por unos gobernantes aún más corruptos, ineficientes y pedestres pero, eso sí, muy "ciudadanos". Silvio Berlusconi es su epítome.


"Que todo cambie para que todo permanezca igual"; la vieja fórmula gatopardiana cobró plena vigencia en su país de origen. Tras varios un par de décadas  de haberse suscitado la histórica rebelión de un electorado harto de inestabilidad y corrupción, que llevó a la espectacular caída en desgracia de casi la totalidad de la clase política tradicional, los italianos son testigos hoy de cómo sus nuevos dirigentes no solo han sido incapaces gobernar con honradez y eficacia, sino que son aún más venales y frívolos que sus vilipendiados antecesores. Se trata, como la definió Indro Montanelli, de una generación de “políticos pigmeos”, que hacen aparecer a los turbios Andreottis, Craxis, La Malfas y Martellis del pasado como estadistas añorables.

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