miércoles, 26 de junio de 2013

Dilma y Erdogan: las notables diferencias.





¡Vaya que ha sido abismal la diferencia en las formas en las que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan han respondido a los respectivos movimientos de protesta que aquejan en la actualidad a los países que gobiernan! Mientras el gobernante turco recuerda en su hubrys que él ha ganado tres elecciones generales consecutivas y lanza a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes, a los que denuncia como “terroristas”, y pretende legislar para imponer mayores controles a las redes sociales, la mandataria brasileña ha valorado las manifestaciones como la prueba de la energía democrática de su país, ha llamado "a escuchar estas voces que van más allá de los mecanismos tradicionales, partidos políticos y medios de comunicación" y ha emplazado a una realizar un plebiscito para convocar a una asamblea constituyente que realice una reforma política de fondo para incrementar la participación popular en los procesos de toma de decisiones y ampliar los horizontes de ciudadanía, así como establecer mecanismos más efectivos para el combate de la corrupción.

En Brasil las convulsiones comenzaron a principios de mes por un aumento en la tarifa del autobús y el tren subterráneo en San Pablo, Río de Janeiro, Coritiba y otras ciudades. Las protestas pronto se ampliaron a otros temas, descubriendo la frustración generalizada en varios sectores de la vida económica y social, incluyendo los elevados impuestos, deficientes servicios públicos y el enorme gasto gubernamental programado para cumplir los compromisos faraónicos adquiridos por Lula da Silva como la Copa Mundial del 2014 y las olimpiadas del 2016.Las protestas se extendieron por todo el país de forma tan inusitada como espectacular.

En Turquía las manifestaciones comenzaron el 28 de mayo mediante un plantón pacífico protagonizado por activistas ambientalistas y verdes que querían evitar la tala de árboles para urbanizar un parque cercano a la Plaza Taksim de Estambul. La represión policial tres días después desató protestas en todo el país. La respuesta policial, al contrario a lo que sucedió en Brasil, fue brjutal. Una violenta intervención de la fuerza pública en la Plaza Taksimno hizo sino extender las protestas por todo el país. La ONU y los activistas de los derechos humanos mostraron su alarma por las informaciones recibidas en el sentido de que las balas de goma y los aerosoles con pimienta fueron dirigidos directamente a los manifestantes y a muy corta distancia. La fuerza pública usó además cañones de agua.

Erdogan, criticó a los manifestantes con un lenguaje belicoso que molestó a los líderes europeos y, al parecer, ha vuelto a retrasar la entrada del país en la Unión Europea. Es un hecho que el prestigio internacional del país ha quedado muy maltrecho. Las protestas han sido dirigidas en gran parte contra Erdogan, un político ciertamente exitoso pero cuya soberbia lo ha llevado a intentar incrementar su poder mediante cambios constitucionales y la erosión de las libertades y valores seculares.

En Brasil, como en otras democracias emergentes, ha estallado el descontento de una sociedad que ha accedido a mayores cotas de bienestar, que está más informada y mejor educada y que justo por eso tolera cada vez peor la desigualdad y los abusos de poder. Demandan servicios públicos acordes con la presión impositiva que soportan. Están hartos de pagar altos impuestos y de padecer, a cambio, pésimos servicios en salud, educación y transporte. La presidente los ha escuchado y se ha comprometido públicamente a atender sus demandas.

Más allá de la buena o mala voluntad de los gobiernos el gran problema de todos estos movimientos espontáneos de protesta es el desgaste que inevitablemente padece una militancia sin liderazgos ni organización, por ello terminan con la angustia de ver cómo sus triunfos terminan en nuevas frustraciones justo por no poder articular sus demandas. El desgaste sobreviene al no encontrar formas de construir agendas de acciones concretas y en la imposibilidad de mantener un ritmo constante de protestas diarias. La falta de organización tiene su precio, y esto lo saben de España a Grecia, de Túnez a Egipto, de Portugal a Wall Street.
La diferencia, hasta el momento, ha residido en que los gobernantes genuinamente demócratas tienen la comprensión fundamental de que la minoría que no votó por ellos en las urnas son tan ciudadanos de su país que los que sí los apoyaron y por ello tienen derecho a ser escuchados. Saben que el trabajo de un líder es actuar y decidir en beneficio de los intereses nacionales y no sólo a favor de seguidores. Los manifestantes turcos se lanzaron a las calles porque creían que el arrogante Sr. Erdogan no era hostil a sus intereses, pero éste fue sordo a sus quejas y optó por satanizar a los disidentes como “terroristas” y “agentes extranjeros” y reprimirlos con gas lacrimógeno y cañones de agua. El contraste con Brasil, donde Dilma Rousseff ha insistido en que los manifestantes tienen todo el derecho a protestar y se ha comprometido a atender sus demandas. Dos mundos radicalmente distintos, no cabe duda.

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