El milagro brasileño se desinfla de inusitada forma. Pocos pensaban hasta hace muy poco que Brasil, ni más ni menos la gran potencia emergente latinoamericana que crecía económicamente a pasos agigantados, vencía a la pobreza y cobraba una importancia internacional cada vez mayor iba a ser protagonista de multitudinarias manifestaciones de protesta dignas de ver, más bien, en naciones quebradas como España o Grecia. La razón es que el modelo brasileño no ha sabido corregir algunas graves fallas estructurales de las que padece desde hace tiempo. El “gigante amazónico" (como dicen los cursis) comenzó un impresionante ascenso con la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, uno de los pocos políticos-intelectuales exitosos que ha visto la historia. Con Cardoso se venció a una crónica hiperinflación que caracterizaba desde hacía décadas a la inestable economía brasileña, se superó el problema de la deuda (Brasil era el país más endeudado del mundo) y se corrigió un anacrónico e ineficiente estatismo económico. Las bases para la construcción de un Brasil que cumpliera las famosas expectativas de Stefan Zweig (Brasil: Nación del Futuro) fueron establecidas con las normas de la estabilidad y la reforma económica liberal.
El éxito brasileño se fortaleció bajo la primera presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva, cuyo gobierno aplicó eficaces políticas sociales que ayudaron a salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Sin embargo desde el segundo mandato de Lula (2007-10) y desde que su sucesora, Dilma Rousseff, ocupa la presidencia la fórmula que permitió el rápido desarrollo de Brasil ha sido abandonada poco a poco. Cardoso fue siempre muy riguroso en cumplir metas de inflación establecidas por un Banco Central que opera con independencia de facto, en tener cuentas públicas transparentes, en respetar una rigurosa disciplina fiscal y en estimular actitudes abiertas frente al comercio exterior y la inversión privada. Pero la recesión mundial que el mundo padece desde 2008 provocó que Lula y Rousseff olvidaran los rigores de una economía liberal presuntamente “decadente” y volvieran a la irresponsabilidad de un Estado excesivamente interventor. Desde entonces se han soltado recursos a diestra y siniestra de forma irresponsable, sin planeación estratégica y fomentando la corrupción. Cuando sobrevino el natural sobrecalentamiento económico volvió al estancamiento (la economía creció un magro 0.9% el año pasado) y la presidenta Dilma llevó al Banco Central a reducir las tasas de interés. El inevitable resultado: inflación, reducción del crecimiento económico y caos fiscal. Desde 2011 el crecimiento ha sido menor y la inflación más alta que en la mayoría de los países latinoamericanos. La inflación sube a un ritmo mayor que el PIB.
Desde luego, Brasil tiene grandes fortalezas que le ayudarán a salir de problemas, pero el escenario es difícil y al corto plazo las cosas no aparecen muy halagüeñas. El consumo interno ha perdido fuelle, la balanza comercial ha entrado en déficit y el encarecimiento del dinero está provocando una caída en el real. A todo esto hay que sumar que tanto Lula como Dilma han descuidado la inversión en infraestructuras. Otra de las causas del movimiento de protesta actual (además del encarecimiento de la vida) es el elevado costo de los trasportes, así como su pésima calidad sin olvidar, desde luego, la afrenta social que representa una corrupción galopante.
Brasil es miembro del club de los BRICS que quiere poner muy en claro a las potencias tradicionales que hay nuevos jugadores a nivel mundial que deben ser tomados en cuenta. También exige pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente con derecho a veto, y van a ser sede, consecutivamente, del mundial de futbol y de las olimpiadas. Muy impresionante para un país que apenas en los años ochenta estaba en un callejón sin salida, pero quizá demasiado prematuro para una sociedad que todavía tiene muchas tareas internas pendientes por resolver. Ansias de novillero, le dicen.
Desde luego, Brasil tiene grandes fortalezas que le ayudarán a salir de problemas, pero el escenario es difícil y al corto plazo las cosas no aparecen muy halagüeñas. El consumo interno ha perdido fuelle, la balanza comercial ha entrado en déficit y el encarecimiento del dinero está provocando una caída en el real. A todo esto hay que sumar que tanto Lula como Dilma han descuidado la inversión en infraestructuras. Otra de las causas del movimiento de protesta actual (además del encarecimiento de la vida) es el elevado costo de los trasportes, así como su pésima calidad sin olvidar, desde luego, la afrenta social que representa una corrupción galopante.
Brasil es miembro del club de los BRICS que quiere poner muy en claro a las potencias tradicionales que hay nuevos jugadores a nivel mundial que deben ser tomados en cuenta. También exige pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente con derecho a veto, y van a ser sede, consecutivamente, del mundial de futbol y de las olimpiadas. Muy impresionante para un país que apenas en los años ochenta estaba en un callejón sin salida, pero quizá demasiado prematuro para una sociedad que todavía tiene muchas tareas internas pendientes por resolver. Ansias de novillero, le dicen.
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