lunes, 20 de mayo de 2013

Europa a la Deriva




La Unión Europea va a la deriva. El que ha sido el experimento supranacional pacífico más ambicioso de la historia enfrenta una etapa aciaga que incluso pone en entredicho su futura viabilidad. Hoy, a toro pasado, parece muy fácil señalar las causas de la debacle, pero en su oportunidad no faltaron quienes advirtieron sobre los peligros que implicaba para la institución una unificación monetaria demasiado apresurada, así como concretar una ampliación desmedida y prematura hacia el este del continente. 

Hoy han transcurrido casi nueve años desde la mayor ampliación de la Unión Europea, la cual se concretó el 1 de mayo de 2004 con el ingreso de Chipre, Malta y ocho naciones ex comunistas. Y todavía crece: en unos 10 días ingresará formalmente Croacia, con el que el número de integrantes ascenderá a 28. Sin embargo, pese a esta gran expansión la UE afronta actualmente el peor momento de su historia con una crisis desbocada, desempleo galopante y brotes acentuados de proteccionismo, nacionalismo y mucho pesimismo por el futuro del Euro.

El problema de la ampliación al este es que se efectuó, sobre todo, basada en una evidente intención política. Suponía el triunfo indiscutible del capitalismo ante el socialismo y la confirmación de la vigencia de la democracia occidental ante el totalitarismo soviético. Pero la realidad fue que la admisión de las ocho naciones ex aliadas de la extinta URSS supuso una carga considerable para Europa, la cual debió asimilar de forma  inmediata una población de varias decenas de millones de habitantes con bajo nivel de vida y gran cantidad de problemas políticos, sociales y económicos.

En el presente, y sin excepción, el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita de todos los países admitidos en 2004 sigue siendo inferior a la media en la UE, y desde aquella fecha hasta el momento los antiguos países socialistas siguen dependiendo de los subsidios de la UE para llevar delante de forma más o menos satisfactoria sus gestiones administrativas y de gobierno. Claro está, sería falso decir que los países grandes de la UE (Alemania y Francia) no recibieron nada en cambio de esta ampliación. Empresas de estos países adquirieron mercados nuevos estables para sus productos y mano de obra barata para realizar sus planes de desarrollo, pero lo miso se pudo haber logrado si en una primera etapa se hubiese incluido a los países del este en el Espacio Económico Europeo (EEE) instancia creada en 1994 para facilitar el libre comercio y los intercambio económicos entre los países de la UE y las naciones europeas que no estaban interesadas en ingresar abiertamente a la organización, como es el caso de Suiza y Noruega. Una ampliación escalonada hubiese sido mucho más deseable y plausible que aceptar a todo el bloque oriental de un golpe, que fue lo que sucedió. 

Por su parte, es cierto que las naciones ex comunistas ganaron al consolidar su ruptura con el pasado totalitarista, tener la posibilidad de enviar a sus nacionales a trabajar al occidente del continente y sumarse a un distinguido club que les daba entrada a inversiones extranjeras, innovaciones tecnológicas y modelos de gestión modernos y competitivos. pero hoy los ciudadanos de estos países mucho resienten que sus gobiernos transfieran parte considerable de sus soberanías a Bruselas. Todos los pasos importantes de gestión interior y política exterior automáticamente quedaron supeditados a la voluntad  “en consenso” de la UE, lo cual para los ex comunista supone una situación asaz paradójica, pues si antes los polacos, checos, eslovacos, húngaros, etc. deploraban que todo lo que concernía a su gobierno en realidad se decidía la URSS, ahora la UE resuelve todos sus asuntos con tanta o más intransigencia que la que en su momento ostentó Moscú.

Desde luego, esta sensación de excesivo centralismo en la toma de decisiones por parte de la “burocracia” de Bruselas en absoluto es privativa de las naciones del este. En alguna medida todos los ciudadanos habitantes de las naciones miembro de la UE tienen esta misma queja. Se trata del famoso “déficit democrático”, el cual ha sido desde el principio una de las principales flaquezas del sistema supranacional europeo, sobre todo ahora en tiempos de crisis cuando las opiniones públicas están encrespadas frente a las reformas estructurales que se perciben como impuestas desde "fuera" y como el precio a pagar a los "mercados". Pero lo cierto es que la ampliación tal y como se verificó no hizo sino incrementar el déficit democrático al hacer aún más ininteligible el funcionamiento de las instituciones de la UE como resultado de los intrincados tratados de Ámsterdam, Niza y Lisboa.

Asimismo, la decisión de poner en marcha el euro con un Banco Central estatutariamente orientado al control de la inflación y un Pacto de Estabilidad y Crecimiento (límite máximo de 3% de déficit presupuestario y de 60% de deuda pública) como bases se ha mostrado claramente insuficiente. La noción de una Unión Económica y Monetaria demostró muy pronto su insuficiencia al desarrollar solo la Unión Monetaria sin contar con mecanismos eficientes de gobernabilidad económica y fiscal que pudieran superar las divergencias prevalecientes entre los distintos países del euro.

Hoy Europa hace frente a su destino, y lo hace con un grupo de gobernantes pusilánimes, con unas instituciones aparentemente inadecuadas, con los ciudadanos del continente sintiéndose cada vez más ajenos a las decisiones tomadas en Bruselas y con el crecimiento exacerbado de los chantajes nacionalistas de algunos países miembros (en particular del Reino Unido). Aunque si queremos ser optimistas también es bueno recordar que la Unión Europea tiene una larga historia de saber aprender de sus propios fallos y de perseverar en la búsqueda de soluciones alternativas. Ojalá este sea también el caso.

Twitter: @elosobruno

 

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