domingo, 7 de abril de 2013

El Ocaso de Japón


Shintaro Ishihara es un famoso escritor, ex alcalde de Tokio y polémico político nacionalista japonés que escribió a finales de los ochenta un controvertido libro que se llamó The Japan That Can Say No: Why Japan Will Be First Among Equals (El Japón que puede decir No: Porque Japón Es Primero entre Iguales), en el que urgía a Japón a abandonar la postura de sumisión que había mantenido respecto a Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, reconocer que al ser el líder mundial indiscutible en el desarrollo de tecnología tenía la balanza del poder en sus manos y asumir las responsabilidades mundiales que correspondían a una gran superpotencia, incluidas las militares. Ishihara deploraba las limitaciones constitucionales que limitaban al poderío bélico japonés y exigía el rearme del país. En esos mismos tiempos algunos otros comentaristas más entusiastas aún que el propio Ishihara hablaron del inminente advenimiento de una Pax Nipónica, que sustituiría a la Pax Americana y que el mundo debería acostumbrarse a que su destino sería ser dividido en tres grandes zonas de influencia: la japonesa, la americana y la germana. Los motivos que impulsaban tan optimistas conclusiones eran el imparable auge de la economía –que a la sazón había sobrepasado a todo el mundo menos a Estados Unidos-, su aparentemente indiscutible primacía en el mundo financiero y su liderazgo en el desarrollo de tecnologías de punta.

Pero pronto se diluyó el espejismo japonés, primero con una crisis política que evidenció un muy deficiente sistema político plagado de corrupción, lucha entre clanes políticos, proceso de toma de decisiones centralizado, excesivo aparato burocrático, etc.; y más tarde con la aparición de una crónica crisis económica. En efecto, si en los años 80 la economía japonesa crecía al 4 por ciento anual, mucho más rápido que el 3 por ciento de los Estados Unidos, en los años 90 el crecimiento promedio de Japón fue menos de la mitad del 3.4 por ciento de Estados Unidos y la situación en la pasada década no mejoró en absoluto.

Hay tres explicaciones para el pobre desempeño económico de Japón. Una es que el país todavía sufre por el colapso de una burbuja financiera ocurrido a fines de la década del 80. La acentuada declinación de los mercados accionario e inmobiliario a finales de ese período dejó muchas bancarrotas financieras y un sistema bancario débil, agobiado por malos préstamos. El gobierno japonés ha sido más bien ineficaz en arreglar ese desorden y retrasó por casi una década la recapitalización de los bancos. La segunda explicación es que la estructura económica del país asiático se volvió rígida porque los intereses creados, sobre todo en los sectores de construcción y servicios, están obstaculizando cambios estructurales urgentes. Y esto abre paso a la tercera explicación: la parálisis política de un sistema al parecer irreformable que contribuye de forma dinámica a la derrota del cambio estructural.

El escenario económico actual de Japón presenta una bolsa de valores demasiado volátil, la caída brusca del precio de la tierra, la disminución del consumo y de las inversiones, quiebras de bancos y empresas, bajos salarios por las bajas utilidades, la continuada apreciación del yen con respecto al dólar (que trae como consecuencia una disminución de las exportaciones japonesas), la deuda pública más grande del mundo (representa el 150% de su Producto Interno Bruto), estancamiento industrial y el traslado de numerosas fábricas a otras naciones asiáticas.

Tampoco es muy brillante el panorama social japonés. Los suicidios y la criminalidad están creciendo alarmantemente, así como el desempleo (hasta hace poco un fenómeno inusitado en Japón). Se habla mucho de una crisis del sistema educativo y del aumento de la corrupción en muchas esferas. También preocupa el constante envejecimiento de la población frente a un bajo índice de natalidad, el incremento de la inseguridad laboral y, sobre todo, la obsolescencia de la ineficaz clase política.

Por último, el renglón político sigue siendo un fiasco. Los japoneses afirman, no sin razón, que su país en una potencia económica del primer mundo donde funciona un sistema político del tercer mundo. En efecto, a pesar de que en este país ha funcionado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una democracia representativa intachable desde el punto de vista de las amplias libertades ciudadanas que permite y de la limpieza electoral con la que funciona, lo cierto es que la recurrencia de los escándalos de corrupción, la penetrante injerencia de los intereses empresariales y financieros en política y el antidemocrático predominio del aparato burocrático sobre los órganos de representación ciudadana han tergiversado los procedimientos democráticos y permitido que una gris clase política lleve a la deriva a un gran país que en los años ochenta apuntaba para ser la gran potencia mundial del siglo XXI.

Los problemas de Japón se agravaron en 2011 con la triple tragedia terremoto-tsunami-crisis nuclear se ha hecho evidente como nunca antes la mediocridad y falta de liderazgo de los gobernantes nipones. Japón enfrentó mal al  mayor desafío desde la Segunda Guerra. El gobierno japonés se desempeñó de una manera lamentable al exhibir desconcierto e impericia y desplegar una ineficaz y oscura política de comunicación que recibió reproches de todo el mundo. Nunca contó Japón en estas horas aciagas de una voz firme y dueña de plena credibilidad capaz de tranquilizar a los ciudadanos, encabezar las labores de rescate y orientar de forma persuasiva a la población. Lo único quedó claro es que se mantienen la viejas rivalidades entre burócratas y políticos muy entre diversos ministerios que tienden a funcionar como feudos individuales de sus titulares.

Claro, no todo es tan negro para Japón, un pueblo admirable que ha sabido levantarse de peores situaciones en el pasado. Pero sin lugar a dudas en el futuro inmediato el sol naciente tendrá que profundizar los cambios que le permitan a su política ser más eficaz y transparente y a su economía mantenerse como una de las más productivas y competitivas del orbe. Y si bien es cierto que nunca se debe descartar del todo a Japón, también lo es que el sueño de Ishihara y los ultranacionalistas de ver a su país convertirse en una gran superpotencia mundial compitiendo con Estados Unidos por el dominio mundial ha pasado a ser sólo una anécdota. 

viernes, 5 de abril de 2013

Suecia y sus modelos


 
En Suecia hay de modelos a modelos. Unas son como Victoria Silvstedt o Ellin Grindemyr, preciosidades que son eternas porque las suecas serán hermosas siempre, pero el otro modelo, el de la socialdemocracia sueca, es del que debemos despedirnos porque ya está muerto.
 
La realidad es obstinada e irreductible y las utopías en este azaroso mundo siempre son proyectos irrealizables. En Suecia la socialdemocracia quiso el Estado sueco actuar como una “divina providencia” que cuidara de todos los ciudadanos y cubriera de todas sus necesidades. El paraíso comenzó con lo que los suecos llamaban folkhemmet, es decir “el Estado como hogar del pueblo”, pero la terminó convirtiéndose en una pesadilla insostenible y se derrumbó completamente. Para poder vivir del Estado, los suecos tenían que pagar en impuestos casi tanto dinero como el que ganaban. El obeso andamiaje estatal era una especie de queso gruyere, con enormes agujeros de subsidios, planes asistenciales, gastos sociales, ayudas regionales y empresas estatales, los cuales que no pudieron sostenerse con una producción declinante.
 
El apogeo del Estado de bienestar se alcanzó a partir de 1969 cuando llegó al poder Olof Palme. En sus tiempos la carga tributaria rompió la barrera del 25 % del PBI, pasó al 35 % y siguió subiendo de exorbitante forma. Ere todo un frenesí del gasto público, mientras las inversiones se evaporaban. Aunque siempre existió en Suecia un sector privado innovador y competitivo, las cargas fiscales acabaron por derrumbar a la industria. El crecimiento terminó igualándose al ritmo del envejecimiento de la población, con lo cual ningún sueco pudo albergar ilusiones de mejora en sus condiciones de vida. Suecia perdió su pujanza económica. La vida se redujo al reclamo pedigüeño para que el gobierno subsidie a cada grupo. Los obreros carecían de creatividad, los ingenieros y emprendedores -que habían convertido a Suecia en una potencial industrial y marítima- se encontraron aplastados por abrumadoras regulaciones. El Estado sueco engullía tajadas cada vez más grandes de la economía productiva y despilfarraba el dinero en un insostenible sistema de ayudas, privilegios y subsidios.
 
Pero por cada persona y media que producía bienes reales, había otro individuo que vivía a su costa con un cargo dentro del Estado realizando tareas inútiles. Con la economía etancada, Suecia se transformó en una inmensa factoría de servicios de bienestar que sólo brindaba promesas que nunca se cumplían. El incentivo para trabajar desapareció rápidamente. Como todos querían vivir del Estado, la carga tributaria en 1989 llegó al record mundial del 56.2 % del PIB.
 
Las sacudidas económicas internacionales obligaron a los socialdemócratas suecos a poner los pies en la tierra. Cuando se produjo una brusca caída de la recaudación impositiva, el ogro filantrópico no pudo financiarse más. Centenares de miles de empleados públicos fueron despedidos. Tradicionalmente, los socialdemócratas solían endeudarse para poder saldar las cuentas, pero el tiro de gracia llegó en 1993 cuando el Banco de Suecia se vio obligado a elevar la tasa de interés al 500 % anual. La socialdemocracia tuvo que asumir las consecuencias del naufragio económico. Lo primero fue un duro proceso de reducción del gasto público a través de la eliminación de los subsidios y beneficios sociales. El recorte de empleados públicos fue muy drástico. En sólo 5 años tuvieron que despedir 157 mil empleados. Las medidas incluyeron el cambio de la contabilidad pública para conocer el costo de todos los servicios y su comparación con países capitalistas. Simultáneamente se estableció un tipo de cambio libre y se eliminaron las restricciones al comercio exterior, derogando regulaciones e impuestos aduaneros.
 
En 2006 terminó el dominio político de la socialdemocracia, ejercido durante 70 años. En las elecciones triunfó el nuevo Moderata samlingspartiet (Partido de los Moderados) una alianza de centro-derecha integrada por conservadores, liberales, democristianos y centristas. Su líder Fredrik Reinfeldt inició una nueva etapa denominada “La revolución de la libertad de elección”. A partir de entonces incluso el propio partido socialdemócrata se vio obligado a cambiar de objetivos y lanzó programas que abjuraban del intervencionismo estatal impulsando las nuevas ideas del “Poder directo de la gente sobre su vida diaria”. Así se fue desarmando intelectualmente el Estado de bienestar para iniciar una nueva era de sensatez económica, moderación política, respeto al derecho de propiedad y a la iniciativa privada. El Estado siguió siendo influyente, pero acotado. Las funciones económicas en lugar de ser dirigidas y ejecutadas por funcionarios y empleados públicos fueron delegadas a la sociedad, cuidando siempre de respetar las condiciones de equidad y justicia pero bajo gestión privada y no de políticos. El Estado de bienestar basado en la utopía, fue enterrado para siempre. Se lo reemplazó por el Estado facilitador cuya función consiste en fomentar y traspasar las funciones sociales a una Sociedad de Bienestar, que se administra a sí misma, que ofrece diversidad de ofertas, que garantiza la libertad de elección tanto en servicios escolares, deportivos, salud, convenios laborales, cultura, protección de la infancia y sistemas jubilatorios para la vejez.
 
Los nuevos gobiernos suecos lograron redimensionar el Estado Bienestar (sin renunciar por completo a él) sanear las finanzas y rescatar la capacidad competitiva del país, al grado de que se habla de un nuevo modelo sueco a seguir por la hoy tan atribulada Europa.

miércoles, 3 de abril de 2013

David "Kiko" Cameron y su Demagogia Xenóboba

A pesar de tener cachetes de Kiko (el personaje de El Chavo del Ocho), David Cameron despertó cierto interés al principio de su mandato porque pese a ser un político conservador (tory) asumía posiciones aparentemente liberales, exhibía un apertura poco convencional (para un tory) en asuntos sociales y de libertad personal y para formar gobierno estableció una esperanzadora alianza con el Partido Liberal. Hoy todo eso se ha ido al caño. Incapaz de enfrentar con eficacia los retos de la crisis económica, Cameron ha optado por refugiarse en la demagogia y el discurso antieuropeo para complacer al ala más derechista de su paryido y tratar de contrarrestar a los ultranacionalistas del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) el cual avanza de forma espeluznante en las urnas. Algo parecido pasó en Francia con el petizo Sarkozy, que pasó de un discurso liberal y reformista a la retórica antiinmigracionista y al más rancios conservadurismo. ¡Es una vergüenza que la vieja Europa padezca a personajes como estos en momentos tan críticos!

Recurso deleznable de los partidos conservadores (pero de ninguna manera privativo de ellos) es que tiendan a enarbolar posiciones xenófobas, cuando no abiertamente racistas, cuando su ineptitud no les permite enfrentar situaciones económicas o sociales adversas, como la que existe actualmente en Europa. Los malos gobiernos explotan electoralmente el miedo de la gente a perder el empleo y lo aderezan con mensajes como "los extranjeros nos roban el trabajo" y "se benefician de mis impuestos".

La demagogia populista, tanto la de izquierda como la de derecha, es una perversión política. Hoy por toda la quebrada Europa la hostilidad hacia los inmigrantes resurge en mítines y actos de campaña. Los demagogos no se cansan de vincular a los inmigrantes con la inseguridad, la delincuencia y la suciedad que padecen sus centros urbanos, olvidando las muchas veces las sustanciales aportaciones que los inmigrantes hacen a las economías donde laboran. Por ejemplo, en el caso concreto del Reino Unido se calcula que los flujos migratorios representaron aproximadamente el 1.2% del PIB total entre los años de 2004 y 2009, esto por no hablar de la importancia objetiva que posee la migración en la urgente renovación generacional, tan importante en las envejecidas poblaciones europeas. Los migrantes son, y en el futuro lo serán con mayor fuerza, quienes hagan posible el pago de las pensiones de los ciudadanos mayores que hoy tanto se quejan de su presencia.

Obviamente, el uso político de la inmigración para obtener réditos electorales no es nuevo. En el Reino Unido ya el legendario diputado tory Enoch Powell hablaba en los años sesenta de “los ríos de sangre” que podría representar, eventualmente, la inmigración extranjera. Pero es con las crisis que se agudiza el discurso de culpar a los inmigrantes de todos los males y los señala como origen de todas las desgracias, entre otras razones, porque el aumento del desempleo y las dificultades para acceder a prestaciones sociales hacen que los fondos públicos se repartan entre más personas y, por lo tanto, sean más escasos.

Los políticos exacerban las diferencias ente los nacionales y los trabajadores migrantes y escarban en prejuicios y estereotipos raciales con una finalidad electoral. Y lo cierto es que una parte de la población es bastante receptiva a esos mensajes. Pero, ¡cuidado europeos! que para cómo andan las cosas el tiro les puede salir de la culata. Naciones como España, Italia, Grecia, Portugal y varias más donde el discurso anti inmigracionista ha calado hondo empiezan a expulsar a su propia población, la cual busca mejores horizontes en las potencias emergentes. De hecho, hay cifras que hablan ya de una emigración británica. Las ironías de la historia suelen ser muy crueles, Mr. Cameron.

martes, 2 de abril de 2013

Gigante con Pies de Barro

Vladimir Putin es uno de esos políticos con suerte. Beneficiado durante sus dos primeros mandatos presidenciales (2000-2008) por una coyuntura económica positiva, sustentada prácticamente en su totalidad por los incrementos de los precios del gas y del petróleo, dejó que Dimitri Medvédev fuese la cara más visible durante la crisis económica de 2008 y los años subsiguientes.

Después, volvió a la presidencia cuando el precio del barril del crudo volvió a cotizarse por encima de los cien dólares. Un estadista hábil, sin duda, cuya falta de carisma personal no le impide gozar de gran popularidad en sectores considerables de la opinión pública rusa que lo llaman “Vladimir el Deseado”. Una encuesta reciente afirma que una de cada cinco rusas querría casarse con él. Putin ha logrado perpetuarse en el poder evadiendo la norma constitucional que impide encadenar más de dos mandatos presidenciales y manipulando el proceso electoral. Como en otras partes del mundo, en Rusia se impone una especie de “autoritarismo suave” en el que formalmente se respetan las fórmulas de la democracia liberal pero en donde los elementos reales de podes son utilizados a placer por el gobernante para imponer un gobierno esencialmente autoritario y personalista.

¡Pobre Rusia! Como tantos políticos demagógicos e ineficaces antes que él, Putin quiere consolidar su poder con una política exterior muy contestataria ante Occidente, principal elemento en la pretensión de Moscú de mantener un supuesto estatus de “Gran Potencia”. Pero la verdad es que tanta fanfarronería en el plano internacional denota una profunda inseguridad. Rusia es el típico "gigante con pies de barro". La crisis económica internacional ha revelado que este gran país carece de credenciales sustantivas para ser considerado una genuina potencia emergente. Hay evidentes distanciamientos de Rusia respecto de los otros países emergentes porque padece de graves problemas estructurales que podrían desencadenar pronto una seria crisis y frenar su crecimiento económico de forma atroz. La debilidad de la economía rusa y el alto nivel de endeudamiento de sus bancos y empresas, que en los últimos años se ocultó con la riqueza inesperada provocada por las alzas de los precios del gas y el petróleo, quedó al desnudo cuando la economía global cayó en picada. Rusia padece de una infraestructura obsoleta y sus políticas disfuncionales y revanchistas la mantienen marginada de cualquier relación productiva no solo con occidente, sino incluso también con sus supuestos socios BRICS. Un estudio reciente de The Economist habla que pese al alza de los commodities, la producción del sector energético ruso ha disminuido en los últimos años, en parte debido al temor de los inversionistas extranjeros a sufrir expropiaciones.

Por si fuera poco, Rusia registra una tendencia demográficaa la baja de acelerada y sostenida. De mantenerse todas estas tendencias en el futuro, el otrora imperio de los zares estará abocado a padecer un declive casi terminal.

Además, a pesar de haber implementado reformas y abrirse a los mercados, la economía rusa sigue estando sobre regulada. La falta de profundización de cambio estructural en la última década y de una mayor desregulación ha generado cuellos de botella que hacen que la economía no tenga suficiente flexibilidad para adaptarse a situaciones de alta y baja en los ciclos económicos y financieros. Este contexto de incertidumbre, aunado a las crecientes aspiraciones democráticas de la población, hace que Rusia enfrente con gran incertidumbre el futuro cercano. De ahí que actúe tan a la defensiva (de forma tan vergonzosamente a la defensiva, diría yo) en el plano mundial.

lunes, 1 de abril de 2013

La Singular Guerra de “El Hombre Más Sexy del Mundo”




Muy singular, sin duda alguna, es la dinastía comunista de los Kim en Norcorea, con el “Mariscal Padre” Kim Il Sung como fundador, quien se salvó de los pelos en la Guerra de Corea gracias a que supo arrastrar al conflicto a China y a la URSS; el “Querido Líder” Kim Jong Il, estrafalario amante del cine de monstruos tipo Godzila y de las modelos escandinavas; y ahora el “Brillante Camarada” Kim Jong Un,  que tiene a todo el mundo jalándose de los pelos con eso de que amenaza con desencadenar la tercera guerra mundial. En realidad no hay nada de qué preocuparse. El badulaque Kim busca afianzarse en el poder y aportar elementos para la construcción de un culto a la personalidad propio que emule a los grandiosos endiosamientos de su padre y abuelo, y la única forma de empezar su propia “leyenda” es utilizando los viejos recursos familiares de las bravuconerías descabelladas, las amenazas, los chantajes y la inflamada retórica antiimperialista.

La “guerra” del más joven de los Kim no pasará de un par de impresionantes desfiles donde la sufrida población norcoreana exhibirá al mundo sus miserias, algunas fotografías del jovenzuelo en pose de planear grandes batallas dignas de Alejandro Magno y algunos belicosos gritos de medianoche para ordenar a los generales preparar cohetes, tanques y a todo un ejército de un millón de hombres. Pero Kim el tercero no es tan idiota. No disparará el primer tiro contra un ejército que lo supera con creces en poderío. Claro, además de forjar una “gesta” personal que lo haga digno sucesor de tan ilustrísimos antecesores para el consumo interno, el líder norcoreano pretende con su fanfarronería obligar a Washington a ir a la mesa de negociaciones, amedrentar a la nueva presidente de Corea del Sur y -aquí una importante novedad- marcar distancias frente al gobierno de China Popular. En efecto, Corea del Norte se ha convertido en un aliado díscolo y problemático de Beijing. Este flexionar de músculo va dirigido claramente al nuevo presidente chino, y la advertencia  es: “sígueme apoyando o te meto también a ti en problemas”.
Cabe aclarar que el mozalbete ha decretado un “estado de guerra” que formalmente existe desde 1950, ya que en 1953 lo que se firmó fue un alto al fuego, no un tratado de paz formal.  Se cumplen este año, por tanto, 60 largos años de un estado de guerra oficialmente existente, tiempo en el que Corea del Sur se ha transformado de una nación pobre y agraria de campesinos en la 15ª economía más grande en el mundo, mientras el Norte se ha abismado en el subdesarrollo.

Pero el motivo más interesante de toda esta bravuconería es, insisto, la loable intención de moldear un mito, elemento imprescindible en un Estado totalitario que se construyó y sobrevive, en buena medida,  gracias a desmesurados cultos a la personalidad. No es una tarea fácil esta de subir a los altares al Kim el tercero. Primero fue ese irrisorio apodo oficial de “Brillante Camarada” que por mucho tiempo ostentó el flamante líder norcoreano y el cual más bien parecía una “brillante cabuleada”. Pero más feo fue esa publicación con doble filo del Diario del Pueblo, órgano estatal del Partido Comunista de China, que reprodujo un artículo del magnífico diario satírico The Onion en el que se nombraba, obviamente en plan de vacilada, a Kim Jong Un como “el hombre vivo más sexy del mundo”.  Dice el citado texto: "Este galán de Pyongyang es el sueño de toda mujer hecho realidad…Kim tiene un implacable sentido de la moda impecable, luce el más elegante y varonil corte de pelo y, por supuesto, todo ello coronado por su legendaria sonrisa”. El Diario del Pueblo no se quedó corto a la hora de reproducir, también, la foto de Kim Jong Un sentado sobre un caballo mirando con nobleza en la campiña del norte de Corea con todo y el cáustico  pie de página escrito por el periódico satírico: “Tiene la rara habilidad de ser, de alguna manera, completamente adorable y completamente macho al mismo tiempo".

Que The Onion se burle del dictadorzuelo no tiene nada de especial, pero si llamó muchísimo la atención que el principal periódico oficial de China (país que aún es el principal aliado y valedor de Norcorea) lo haya citado como una información fidedigna de forma pretendidamente “inocente”. ¡Y luego nos sorprende ver al Brillante Camarada tan enojado!

miércoles, 27 de marzo de 2013

China y su Obsoleta Realpolitik

Se estrenó el nuevo presidente chino Xi Jinping en la escena internacional con una gira al continente africano, región donde los dirigentes de Beijing tienen poderosos intereses económicos. El periplo tendrá su punto culminante con la cumbre de los BRIC a celebrarse en Sudáfrica. ¿Está China destinada a ser la principal potencia mundial del siglo XXI? Lo cierto es que hoy por hoy la política exterior china es uno de los principales problemas que deberá enfrentar el mundo en el siglo XXI. La dictadura del Partido Comunista Chino mantiene una obsoleta visión de Realpolitik basada en esquemas y ópticas cortoplacistas y “westfalianas” (soberanista a ultranza). Esto no quiere decir que Estados Unidos, Europa y otras potencias no pequen (en mayor o menor medida) de mantener visiones excesivamente realistas en sus relaciones internacionales, pero las democracias liberales llegan a toparse con límites internos que matizan ambiciones demasiado desmedidas, lo que las ha llevado a establecer y respetar ciertos esquemas de colaboración, mientras que China no tiene absolutamente ningún contrapeso de este tipo que ayude a moderar las transgresiones que suele cometer en su actuación internacional.

Fue Bismarck quien inauguró el concepto de Realpolitik siguiendo principios acuñados por Metternich tras las guerras napoleónicas: una política exterior fundada exclusivamente en el interés nacional, en desmedro de cualquier actitud de solidaridad con otros pueblos y alejada de los principios de generales de ética. Claro que a Bismarck, igual que a muchos de sus antecesores y sucesores en las aventuras de la política internacional, le funcionó la receta de la Realpolitik en la lucha por hacer más grande a su Estado, pero el problema que tenemos hoy consiste en que el planeta ya no da para soportar que las naciones resuelvan sus disputas mediante la ley del más fuerte o del más astuto. Los recursos se acaban, el medio ambiente declina y las armas nucleares hacen inviable la resolución de disputas entre las potencias mediante conflictos armados, como sucedía en las gloriosas épocas de Alejandro, Napoleón o Julio César.
Desde la consolidación definitiva de Deng Xiaoping en el poder, ocurrida a finales de los setenta, en Occidente, sobre todo en Estados Unidos, han prevalecido entre los expertos en relaciones internacionales dos visiones antagónicas sobre lo que cabe esperar de la República Popular China en relación con el equilibrio mundial y al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Una, la optimista, sostiene que China, como efecto de su acelerado desarrollo económico y sus crecientes relaciones con el mundo capitalista, se irá convirtiendo en una sociedad desideologizada y pragmática capaz de liberalizar gradualmente su política y cultura. Quienes así opinan describen una “potencia conservadora” esencialmente interesada en mantener una estabilidad regional que le permita conseguir sus metas de crecimiento económico. Esta visión de China sostiene que su poderío militar es limitado en virtud del relativo atraso tecnológico de sus fuerzas armadas, y señalan que, en general, la política exterior de Pekín ha sido “reactiva más que agresiva”. De acuerdo con esta lógica, Estados Unidos y sus aliados tienen razones más que suficientes para buscar establecer una política “de compromiso” con los dirigentes chinos para evitar que una China marginada se convierta en un problema mundial.

Pero la visión negativa advierte que China es una potencia emergente de casi 1,300 millones de habitantes, dueña de un vasto arsenal nuclear y que dedica inmensos recursos económicos anualmente a mejorar su capacidad militar. Dirigida por una gerontocracia totalitaria y ambiciosa que se sostiene en el poder gracias a un ejército chauvinista obsesionado en lavar humillaciones del pasado, establecer una indiscutible hegemonía en Asia y hacer valederas, a como dé lugar, una serie de reclamaciones territoriales a costa de sus vecinos, China, a decir de los pesimistas, es la principal amenaza a la paz y seguridad internacionales y será inevitablemente el principal rival de Estados Unidos y sus aliados en el siglo XXI.

Quizá, como suele suceder, la verdad esté en alguna parte en medio de estas dicotomía, pero lo que se ha visto de China en las últimas dos décadas es que se trata de una potencia insatisfecha, y las causas de su insatisfacción son fundamentalmente difíciles de resolver y tienen que ver con su azaroso pasado como víctimas de los abusos de las potencias coloniales. Además, este gran país tiene la obsesión de contar con “fronteras seguras”, lo cual está en el fondo de las disputas territoriales que sostiene este país con sus vecinos. China rechaza las reclamaciones japonesas sobre las islas Diaoyu, las de Vietnam sobre las islas Paracel, y las que varias naciones del sudeste asiático hacen sobre las islas Spratly. Además, tiene diferencias con Vietnam sobre la demarcación del Golfo de Tonkin y hace reclamaciones territoriales a Rusia, Tadjikistán, India e incluso a Corea del Norte. La intensidad de estas reclamaciones se acentúa o disminuye según lo demande la ocasión. Otro caso de controversia es el espinoso caso de Taiwán, a cuya independencia Beijing se opone tajantemente amenazando incluso con una intervención militar. Muy cuestionables son, también, la colaboración de China con el desarrollo nuclear de Pakistán - en flagrante violación a los acuerdos internacionales de no proliferación de armas estratégicas- y el apoyo masivo que presta a algunos regímenes africanos señalados por sus constantes violaciones a los derechos humanos. No menos preocupante es la condescendencia con la que solapa al demencial régimen de Corea del Norte, así como las muy discutibles estrategias económicas y comerciales que China ha adoptado para beneficio propio en detrimento de una, por lo menos, ordenada relación con sus competidores internacionales. Todos estos son rasgos significativos que dejan ver la tendencia de buscar ganancias unilaterales a expensas de la estabilidad regional e internacional.

Si China en verdad quiere convertirse en la gran potencia de esta centuria será imprescindible que renuncie a la miopía del cortoplacismo y a las estrategias de chantaje para aprender a asumir plenamente las responsabilidades que implica ser una gran potencia, las cuales mucho tienen que ver con su capacidad de compromiso con el orden internacional y su capacidad de cooperación con otras potencias.

martes, 26 de marzo de 2013

Esas Pretenciosas Potencias Emergentes…



Con la Unión Europea metida en un grave atolladero y Estados Unidos en plena pérdida relativa de hegemonía cabe preguntarse si este mundo multilateral lleno de nuevos acrónimos y de grupos a 7, 8, 5, 2, 20 y hasta 77 bandas tendrá alguna viabilidad. Por ejemplo, tenemos a las potencias emergentes presuntamente englobados en el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el cual, en principio impresiona por tratarse de las potencias emergentes, que juntas ocupan el 22% de la superficie continental, amasan el 27% del PIB y reúnen el 41.6% de la población mundial. Pero más allá del tamaño de sus economías y de sus tasas de crecimiento anual, los BRIC tienen poco en común. Prevalecen discrepancias de tipo territorial (disputas fronterizas), económicas, ideológicas y migratorias. Y estos BRIC no impresionan tanto si atendemos el Índice de Desarrollo Humano que realiza el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que mide variables como la educación, la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la calidad de vida en 179 países. Ahí Brasil ocupa el 70 lugar, seguido de Rusia (73), China (94) y la India (123). Es decir, se trata de naciones con profundas disparidades sociales y regionales internas. En términos de Producto Bruto Interno, los cuatro en cuestión están bien posicionados: China actualmente es el quinto del mundo, seguido por Brasil (10), Rusia (11), y la India (12). Sin embargo, en un análisis de PIB per cápita, Rusia actualmente ocupa el 53 lugar, seguido por Brasil (80), China (101) y la India (129), en el ranking de los 181 países que lleva el FMI. En materia de defensa, clave para las aspiraciones de toda verdadera gran potencia, los BRIC están aún lejos de disputarle el liderazgo militar a Estados Unidos, hoy responsable del 46% del gasto militar mundial, seguido por el Reino Unido (5%), Francia (5%), China (4%), Japón (4%), Alemania (3%), Rusia (3%), Italia (3%), Arabia Saudita (3%) y la India (2%).

 

Existe consenso entre los estudiosos de la geopolítica en el sentido de que son tres los elementos fundamentales para considerar a una nación una superpotencia: poseer un poderío militar de largo alcance, gozar de un margen aceptable de estabilidad política y mantener fuertes intereses económicos y estratégicos extraterritoriales. Si atendemos a estos criterios tradicionales, nos daremos cuenta que ninguno de los BRIC cubre a cabalidad las tres grandes condiciones de las súper potencias y que sus carencias más graves se presentan en lo relativo a la estabilidad política y cohesión nacional. De ahí que estas pretendidas potencias emergentes basen sus aspiraciones casi exclusivamente en los criterios económicos y demográficos, aunque no del todo, desde luego, pensando en el inconmensurable potencial militar Ruso y el muy importante chino.

 

En términos económicos, se estima que China, primera población mundial, sobrepasará el PIB de los Estados Unidos para el 2050. Rusia es el mayor país en términos territoriales, lleno de recursos energéticos y materias primas, además de su incuestionable poderío militar. La India es la segunda nación en población mundial y no sólo cuenta con tecnología nuclear sino que, además, apostó por formar y radicar mano de obra calificada llevándola a ser hoy el principal exportador de tecnología en el mundo. Brasil es el quinto país más poblado del mundo y ocupa el mismo puesto en términos territoriales, pero, a diferencia de sus tres pares, no tiene la bomba atómica. Brasil y Rusia dependen principalmente de sus recursos naturales y en la última década se han beneficiado del alza de los precios. Por su parte, China e India tienen poblaciones gigantescas que les dan relevancia mundial como productores de bienes y consumidores de recursos, siempre y cuando sus economías sigan creciendo rápidamente. China padece la opresión de un régimen totalitario y varias tendencias secesionistas en algunas regiones. India es una democracia consolidada, pero padece un desastroso sistema educativo, profundas diferencias sociales y regionales, y aspiraciones secesionistas en varios de sus estados. Otros serios peligros son la fragmentación constante de la de por sí ineficiente estructura administrativa del país y su tasa de endeudamiento, que supera el 80% del PIB. Paradójicamente Rusia, con asiento permanente en el consejo de seguridad de la ONU y único BRIC miembro del G8, es el eslabón más débil de la cadena. Enfrenta enormes dilemas: depende demasiado del precio de las materias primas, su población decrece y está plagada de serias tendencias centrífugas. En cuanto a Brasil son indiscutibles su consolidación democrática y su ascenso económico, pero al igual que Rusia tiene buena parte de su fortuna hipotecada a la cotización de las “commodities” que exporta.

Pero aún más importante que las carencias intrínsecas de las potencias emergentes es el hecho de que ningún grupo de naciones grandes o pequeñas, poderosas o modestas podrá tener éxito o alcanzar relevancia si no cuentan con una coherencia básica en las visiones que sus integrantes tienen del mundo y si no existe un piso mínimo de comunidad de intereses. El G7 tuvo sus referentes esenciales en el enfrentamiento contra un enemigo común (la URSS), la decisión compartida de defender la democracia y los derechos humanos, y su fe inquebrantable en el libre mercado. De ahí su indiscutible viabilidad durante la guerra fría. Estas ópticos comunes, estos pisos referenciales básicos no existen aún para las potencias emergentes, y cuyos elementos integradores son sumamente circunstanciales y vagos.

lunes, 25 de marzo de 2013

Carl Schmitt y sus discípulos latinoamericanos

La clave primordial para entender la lógica del populismo latinoamericano y la naturaleza de sus verdaderos parentescos ideológicos la presenta el pensamiento de Carl Schmitt, jurista alemán rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público”.Un año antes del ascenso de Hitler al poder, Schmitt escribió su ensayo más famoso, El Concepto de lo Político, donde escribió frases como: “La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo…Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos...“Al igual que la palabra‘enemigo’, la palabra ‘combate’ debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial”. Este autor sostiene que la diferencia nosotros-ellos es un elemento que, al mismo tiempo que cohesiona al grupo, contribuye a distinguirlo del otro. Además, de acuerdo con su teoría, reconocer al enemigo implica asumir un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia y afirma que el poder real se descubre en la situación de excepción, según quién conserve la capacidad de decisión. A su entender, el liberalismo ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un mero “competidor” un “adversario”, en el mejor de los casos. El liberalismo es malo porque pretende desterrar el concepto de enemigo (y todo lo que ello implica) y eso, siempre según Schmitt, debilita las bases mismas de la sociedad política.
 
Esta teoría del “enemigo identificado” fue una de las principales bases de sustentación ideológica del fascismo y del populismo. Pese a que la obra de Carl Schmitt ha recibido interpretaciones múltiples y a veces contradictorias (ambivalencia promovida en buena medida por un semi arrepentido Schmitt después de la guerra, hay que decirlo), de lo que no cabe duda es que se distinguió por su antiliberalismo y de que sus escritos jurídico-políticos contribuyeron a legitimar el poder de personajes como Mussolini y Hitler.
Schmitt fue, por otro lado, un pensador de agudeza extraordinaria, un gran polemizador que prefiguró no una filosofía, sino una teología de lo político. Pretendía asegurar la autonomía y la preeminencia de la política y de lo que él llamaba“decisión política soberana”, por sobre el descomunal avance de la lógica racionalista del liberalismo. Sí, eso de “racional”, la mala costumbre de pensar y de anteponer el cerebro a las vísceras que tanto odian los populistas y totalitarios de todas las épocas y lugares. La política, desde el punto de vista irracional schmitteriano, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo. A esa capacidad le nombra “decisión”,directa hija de la “voluntad”, y la decisión es “política en estado puro”, sin contaminaciones éticas, económicas ni de cualquier otra índole.
 
Desde esta óptica, definir quién es el enemigo es la única manera de fortalecer al Estado, y la decisión política sobre la distinción amigo-enemigo es la garantía siempre vigente de la vida normal de los hombres.
De las fatídicas consecuencias de irracionalismos como el schmitteriano dan buena cuenta los horrores totalitarios del pasado siglo y de éste, cosa que debería bastar para ponernos alerta en contra de los impulsos de los nuevos irracionales del tipo de Hugo Chávez y sus palafreneros.

viernes, 22 de marzo de 2013

¡Ese Loco Partido Republicano!


 

La dirigencia del loco Partido Republicano de Estados Unidos acaba de sorprender a todo el mundo con un interesante documento autocrítico en el que reconoce la grave crisis por la que atraviesa y que “será extremadamente difícil ganar próximas elecciones presidenciales” si no se acometen “reformas internas” profundas, se suavizan las posiciones ideológicas actuales y se abre el programa político para incorporar las preocupaciones de la mayoría de la población. ¡Bien hecho!

Sigue el informe “La percepción del partido por parte del público ha alcanzado su punto más bajo. Los jóvenes cada día se alejan más de lo que el partido representa, y muchas minorías creen que al partido no le gustan o que no queremos que estén en el país”, y llama al giro a la extrema derecha experimentado en los últimos años a causa de la aparición del Tea Party como  “un callejón ideológico sin salida” provocado por posiciones extremistas que satisfacen a los sectores más radicales del partido,  pero que “crean desconfianza entre la mayoría de la población…El Partido Republicano tiene que dejar de hablarse a sí mismo. Nos hemos convertido en expertos de cómo reforzar ideológicamente a los que ya piensan como nosotros, pero hemos perdido de forma devastadora nuestra capacidad para persuadir o aproximarnos a los que no están de acuerdo en todo con nosotros”.

¡Bravo! Un señor análisis,  hay que reconocerlo, que muy bien dibuja las causas profundas del atolladero en el que los republicanos se han metido por culpa de sus más locos seguidores. Recuérdese, simplemente, la estrambótica colección de candidatos fundamentalistas que compitieron por la nominación hacia la elección presidencial de 2012 como el santurrón Santorum, fustigador del Estado laico; Bachman, quien afirmaba que el gobierno estaba infiltrado por islamistas radicales; Perry, que proponía eliminar más programas  del gobierno federal de lo que él mismo podía nombrar con éxito en un debate; Trump, cuya pieza ideológica central fue exigir ver el acta de nacimiento de Obama, y así un largo y grotesco  desfile de candidatos e ideas extremistas, tales como imponer draconianas políticas antinmigración, negar el calentamiento global, postular iniciativas demenciales en política exterior,  y mantener en el centro del debate la defensa a ultranza de pretendidos “valores” que afectaban directamente los derechos individuales de las mujeres y de las minorías al mismo tiempo que se usaba un discurso pretendidamente favorable a la iniciativa individual frente al Estado.  Esta es, justamente, la principal discordancia que afecta al Partido Republicano: pretendidamente pugnar a favor del individualismo y contra el Estado en el renglón económico y al mismo tiempo pretender reforzar los poderes de coerción estatales en lo que se refiere a los derechos y libertades individuales. En sus últimas elecciones primarias el Republicano se mostró como uno de esos partidos extremistas y exóticos (fringe party, les dicen en inglés) que no son capaces de asumir la responsabilidad de gobierno  porque se dedican a reforzarse constantemente en la radicalidad de sus posturas. 

El problema para los republicanos es que la dura autocrítica de esta semana  no garantiza que el partido sea capaz de cambiar su rumbo. De hecho, No existe unanimidad en su seno de que realmente haya que hacerlo. A fin de cuentas, el Partido Republicano es aún muy exitoso a nivel local. Cuenta con 30 de los 50 gobernadores del país, y lo hace -en muchos casos- con candidatos bastante radicales que se presentaron agendas extremistas. Lo mismo puede decirse de una buena cantidad de miembros del Congreso.  No falta en el partido quienes creen que hay que persistir en esa línea de firmeza ideológica hasta que los votantes reconozcan su acierto y que el problema ha sido no el mensaje extremista, sino “la forma en que dicho mensaje ha sido expresado”

Ojalá los republicanos sigan con la tendencia reformista, ya que si con incapaces de asumir plenamente que las tendencias sociales y los cambios demográficos están determinando con cada vez más fuerza los resultados electorales estarán condenados a enfrentar serias dificultades para volver al poder. Lo mismo pasará si no aprende a equiparar su pretendida lucha a favor del individualismo y el antiestatismo en lo económico a los renglones de los derechos sociales y personales. El partido tiene que presentar un rostro más conciliador y razonable para venderse a votantes indecisos. Para ello, debe recuperar a sus exponentes más moderados (los republicanos “Eisenhower”, o RINO´s, como les dicen), controlar a sus “teócratas” de la derecha cristiana y librarse a sí mismo del dominio en el que lo tiene atosigado el zafio Tea Party.

martes, 19 de marzo de 2013

Madre Marchita




La Unión Europea ha pasado de ser el sueño de  quienes la edificaron como un proyecto integrador comercial, económico y político dentro de una institución singular de naciones soberanas a ser una auténtica “pesadilla” de la que todo el mundo repela. Para nadie es un secreto que el viejo continente vive  las horas más bajas de su historia. La relevancia de este que ha sido un magnífico experimento de cooperación multinacional  es puesta en duda por quienes denuncian su supuesta rigidez y disfuncionalidad para hacer frente a la actual crisis. Se multiplican las opiniones críticas que afirman que ante los desajustes financieros y otras amenazas que se ciernen sobre Europa -migraciones descontroladas, recortes fiscales, exceso de burocracia- sería mejor que las naciones volvieran a ir solas por el mundo. En el norte de Europa, se alega que es mejor librarse del “lastre” que suponen los países del sur (denominados despectivamente como los “PIGS”), planteándose abiertamente la posibilidad de excluirlos de la eurozona. En el sur se defiende la idea de liberarse de las demandas de disciplina monetaria y fiscal que exige el euro y claman por recuperar la soberanía monetaria y salir de la crisis a base de devaluaciones competitivas.
Las reacciones nacionalistas y populistas a la crisis hacen que el “euroescepticismo” le esté ganado espacios al “europeísmo”. Pero más allá del discurso y el debate político superficial que promueve la demagogia y los populismos a la derecha y a la izquierda, lo cierto es que la Unión Europea  experimenta una crisis profunda que afecta a su viabilidad económica y su legitimidad política. ¿Puede la UE con su actual modelo institucional promover estabilidad, crecimiento y  competitividad? ¿Es el singular modelo político supranacional de la UE, pensado originalmente para un grupo más compacto de naciones, factible para atender las necesidades democráticas de 27 naciones?  Ante los actuales índices de desempleo y crisis del Estado Bienestar, ¿Aún puede hablarse de una “Europa social”, voluntad que ponía en el centro de la atención continental la solidaridad transnacional a través de políticas de cohesión económica, social y territorial? ¿La vieja Europa, fuente tradicional del poder mundial, ha perdido relevancia de forma definitiva como actor global en un sistema internacional caracterizado por rápidos e intensos procesos de cambio en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder?

Ante este panorama tan adverso es muy difícil prever el desenlace. No hay recetas ni caminos fáciles para que Europa salga del atolladero, pero lo cierto es que han faltado liderazgos más comprometidos y visionarios. Fue un grupo de grandes estadistas el que empezó a construir una comunidad económica y política común en beneficio de la sociedad europea en su conjunto ¿Les falta a los políticos actuales constancia en este propósito? Lo cierto es que los dirigentes actuales han mostrado ser pusilánimes, carentes de imaginación y faltos de constancia. Cuando las partes de un sistema se optimizan en beneficio propio, el conjunto pierde. Las partes compiten un sistema basado en la cooperación se destruye. Europa está aún a tiempo de corregir, pero no se ve ni en Hollande, ni en Merkel, ni en Cameron, ni en ninguno del resto de líderes europeos los tamaños que demanda el presente desafío. Habrá que exclamar como lo hizo, en su momento, Curzio Malaparte: ¡Pobre Europa, madre marchita!