martes, 19 de marzo de 2013

Madre Marchita




La Unión Europea ha pasado de ser el sueño de  quienes la edificaron como un proyecto integrador comercial, económico y político dentro de una institución singular de naciones soberanas a ser una auténtica “pesadilla” de la que todo el mundo repela. Para nadie es un secreto que el viejo continente vive  las horas más bajas de su historia. La relevancia de este que ha sido un magnífico experimento de cooperación multinacional  es puesta en duda por quienes denuncian su supuesta rigidez y disfuncionalidad para hacer frente a la actual crisis. Se multiplican las opiniones críticas que afirman que ante los desajustes financieros y otras amenazas que se ciernen sobre Europa -migraciones descontroladas, recortes fiscales, exceso de burocracia- sería mejor que las naciones volvieran a ir solas por el mundo. En el norte de Europa, se alega que es mejor librarse del “lastre” que suponen los países del sur (denominados despectivamente como los “PIGS”), planteándose abiertamente la posibilidad de excluirlos de la eurozona. En el sur se defiende la idea de liberarse de las demandas de disciplina monetaria y fiscal que exige el euro y claman por recuperar la soberanía monetaria y salir de la crisis a base de devaluaciones competitivas.
Las reacciones nacionalistas y populistas a la crisis hacen que el “euroescepticismo” le esté ganado espacios al “europeísmo”. Pero más allá del discurso y el debate político superficial que promueve la demagogia y los populismos a la derecha y a la izquierda, lo cierto es que la Unión Europea  experimenta una crisis profunda que afecta a su viabilidad económica y su legitimidad política. ¿Puede la UE con su actual modelo institucional promover estabilidad, crecimiento y  competitividad? ¿Es el singular modelo político supranacional de la UE, pensado originalmente para un grupo más compacto de naciones, factible para atender las necesidades democráticas de 27 naciones?  Ante los actuales índices de desempleo y crisis del Estado Bienestar, ¿Aún puede hablarse de una “Europa social”, voluntad que ponía en el centro de la atención continental la solidaridad transnacional a través de políticas de cohesión económica, social y territorial? ¿La vieja Europa, fuente tradicional del poder mundial, ha perdido relevancia de forma definitiva como actor global en un sistema internacional caracterizado por rápidos e intensos procesos de cambio en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder?

Ante este panorama tan adverso es muy difícil prever el desenlace. No hay recetas ni caminos fáciles para que Europa salga del atolladero, pero lo cierto es que han faltado liderazgos más comprometidos y visionarios. Fue un grupo de grandes estadistas el que empezó a construir una comunidad económica y política común en beneficio de la sociedad europea en su conjunto ¿Les falta a los políticos actuales constancia en este propósito? Lo cierto es que los dirigentes actuales han mostrado ser pusilánimes, carentes de imaginación y faltos de constancia. Cuando las partes de un sistema se optimizan en beneficio propio, el conjunto pierde. Las partes compiten un sistema basado en la cooperación se destruye. Europa está aún a tiempo de corregir, pero no se ve ni en Hollande, ni en Merkel, ni en Cameron, ni en ninguno del resto de líderes europeos los tamaños que demanda el presente desafío. Habrá que exclamar como lo hizo, en su momento, Curzio Malaparte: ¡Pobre Europa, madre marchita!

No hay comentarios: