viernes, 5 de abril de 2013

Suecia y sus modelos


 
En Suecia hay de modelos a modelos. Unas son como Victoria Silvstedt o Ellin Grindemyr, preciosidades que son eternas porque las suecas serán hermosas siempre, pero el otro modelo, el de la socialdemocracia sueca, es del que debemos despedirnos porque ya está muerto.
 
La realidad es obstinada e irreductible y las utopías en este azaroso mundo siempre son proyectos irrealizables. En Suecia la socialdemocracia quiso el Estado sueco actuar como una “divina providencia” que cuidara de todos los ciudadanos y cubriera de todas sus necesidades. El paraíso comenzó con lo que los suecos llamaban folkhemmet, es decir “el Estado como hogar del pueblo”, pero la terminó convirtiéndose en una pesadilla insostenible y se derrumbó completamente. Para poder vivir del Estado, los suecos tenían que pagar en impuestos casi tanto dinero como el que ganaban. El obeso andamiaje estatal era una especie de queso gruyere, con enormes agujeros de subsidios, planes asistenciales, gastos sociales, ayudas regionales y empresas estatales, los cuales que no pudieron sostenerse con una producción declinante.
 
El apogeo del Estado de bienestar se alcanzó a partir de 1969 cuando llegó al poder Olof Palme. En sus tiempos la carga tributaria rompió la barrera del 25 % del PBI, pasó al 35 % y siguió subiendo de exorbitante forma. Ere todo un frenesí del gasto público, mientras las inversiones se evaporaban. Aunque siempre existió en Suecia un sector privado innovador y competitivo, las cargas fiscales acabaron por derrumbar a la industria. El crecimiento terminó igualándose al ritmo del envejecimiento de la población, con lo cual ningún sueco pudo albergar ilusiones de mejora en sus condiciones de vida. Suecia perdió su pujanza económica. La vida se redujo al reclamo pedigüeño para que el gobierno subsidie a cada grupo. Los obreros carecían de creatividad, los ingenieros y emprendedores -que habían convertido a Suecia en una potencial industrial y marítima- se encontraron aplastados por abrumadoras regulaciones. El Estado sueco engullía tajadas cada vez más grandes de la economía productiva y despilfarraba el dinero en un insostenible sistema de ayudas, privilegios y subsidios.
 
Pero por cada persona y media que producía bienes reales, había otro individuo que vivía a su costa con un cargo dentro del Estado realizando tareas inútiles. Con la economía etancada, Suecia se transformó en una inmensa factoría de servicios de bienestar que sólo brindaba promesas que nunca se cumplían. El incentivo para trabajar desapareció rápidamente. Como todos querían vivir del Estado, la carga tributaria en 1989 llegó al record mundial del 56.2 % del PIB.
 
Las sacudidas económicas internacionales obligaron a los socialdemócratas suecos a poner los pies en la tierra. Cuando se produjo una brusca caída de la recaudación impositiva, el ogro filantrópico no pudo financiarse más. Centenares de miles de empleados públicos fueron despedidos. Tradicionalmente, los socialdemócratas solían endeudarse para poder saldar las cuentas, pero el tiro de gracia llegó en 1993 cuando el Banco de Suecia se vio obligado a elevar la tasa de interés al 500 % anual. La socialdemocracia tuvo que asumir las consecuencias del naufragio económico. Lo primero fue un duro proceso de reducción del gasto público a través de la eliminación de los subsidios y beneficios sociales. El recorte de empleados públicos fue muy drástico. En sólo 5 años tuvieron que despedir 157 mil empleados. Las medidas incluyeron el cambio de la contabilidad pública para conocer el costo de todos los servicios y su comparación con países capitalistas. Simultáneamente se estableció un tipo de cambio libre y se eliminaron las restricciones al comercio exterior, derogando regulaciones e impuestos aduaneros.
 
En 2006 terminó el dominio político de la socialdemocracia, ejercido durante 70 años. En las elecciones triunfó el nuevo Moderata samlingspartiet (Partido de los Moderados) una alianza de centro-derecha integrada por conservadores, liberales, democristianos y centristas. Su líder Fredrik Reinfeldt inició una nueva etapa denominada “La revolución de la libertad de elección”. A partir de entonces incluso el propio partido socialdemócrata se vio obligado a cambiar de objetivos y lanzó programas que abjuraban del intervencionismo estatal impulsando las nuevas ideas del “Poder directo de la gente sobre su vida diaria”. Así se fue desarmando intelectualmente el Estado de bienestar para iniciar una nueva era de sensatez económica, moderación política, respeto al derecho de propiedad y a la iniciativa privada. El Estado siguió siendo influyente, pero acotado. Las funciones económicas en lugar de ser dirigidas y ejecutadas por funcionarios y empleados públicos fueron delegadas a la sociedad, cuidando siempre de respetar las condiciones de equidad y justicia pero bajo gestión privada y no de políticos. El Estado de bienestar basado en la utopía, fue enterrado para siempre. Se lo reemplazó por el Estado facilitador cuya función consiste en fomentar y traspasar las funciones sociales a una Sociedad de Bienestar, que se administra a sí misma, que ofrece diversidad de ofertas, que garantiza la libertad de elección tanto en servicios escolares, deportivos, salud, convenios laborales, cultura, protección de la infancia y sistemas jubilatorios para la vejez.
 
Los nuevos gobiernos suecos lograron redimensionar el Estado Bienestar (sin renunciar por completo a él) sanear las finanzas y rescatar la capacidad competitiva del país, al grado de que se habla de un nuevo modelo sueco a seguir por la hoy tan atribulada Europa.

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