La clave primordial para entender la lógica del populismo latinoamericano y la naturaleza de sus verdaderos parentescos ideológicos la presenta el pensamiento de Carl Schmitt, jurista alemán rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público”.Un año antes del ascenso de Hitler al poder, Schmitt escribió su ensayo más famoso, El Concepto de lo Político, donde escribió frases como: “La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo…Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos...“Al igual que la palabra‘enemigo’, la palabra ‘combate’ debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial”. Este autor sostiene que la diferencia nosotros-ellos es un elemento que, al mismo tiempo que cohesiona al grupo, contribuye a distinguirlo del otro. Además, de acuerdo con su teoría, reconocer al enemigo implica asumir un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia y afirma que el poder real se descubre en la situación de excepción, según quién conserve la capacidad de decisión. A su entender, el liberalismo ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un mero “competidor” un “adversario”, en el mejor de los casos. El liberalismo es malo porque pretende desterrar el concepto de enemigo (y todo lo que ello implica) y eso, siempre según Schmitt, debilita las bases mismas de la sociedad política.
Esta teoría del “enemigo identificado” fue una de las principales bases de sustentación ideológica del fascismo y del populismo. Pese a que la obra de Carl Schmitt ha recibido interpretaciones múltiples y a veces contradictorias (ambivalencia promovida en buena medida por un semi arrepentido Schmitt después de la guerra, hay que decirlo), de lo que no cabe duda es que se distinguió por su antiliberalismo y de que sus escritos jurídico-políticos contribuyeron a legitimar el poder de personajes como Mussolini y Hitler.
Schmitt fue, por otro lado, un pensador de agudeza extraordinaria, un gran polemizador que prefiguró no una filosofía, sino una teología de lo político. Pretendía asegurar la autonomía y la preeminencia de la política y de lo que él llamaba“decisión política soberana”, por sobre el descomunal avance de la lógica racionalista del liberalismo. Sí, eso de “racional”, la mala costumbre de pensar y de anteponer el cerebro a las vísceras que tanto odian los populistas y totalitarios de todas las épocas y lugares. La política, desde el punto de vista irracional schmitteriano, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo. A esa capacidad le nombra “decisión”,directa hija de la “voluntad”, y la decisión es “política en estado puro”, sin contaminaciones éticas, económicas ni de cualquier otra índole.
Desde esta óptica, definir quién es el enemigo es la única manera de fortalecer al Estado, y la decisión política sobre la distinción amigo-enemigo es la garantía siempre vigente de la vida normal de los hombres.
De las fatídicas consecuencias de irracionalismos como el schmitteriano dan buena cuenta los horrores totalitarios del pasado siglo y de éste, cosa que debería bastar para ponernos alerta en contra de los impulsos de los nuevos irracionales del tipo de Hugo Chávez y sus palafreneros.
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