Gigante con Pies de Barro
Vladimir Putin es uno de esos políticos con suerte. Beneficiado durante sus dos primeros mandatos presidenciales (2000-2008) por una coyuntura económica positiva, sustentada prácticamente en su totalidad por los incrementos de los precios del gas y del petróleo, dejó que Dimitri Medvédev fuese la cara más visible durante la crisis económica de 2008 y los años subsiguientes.
Después, volvió a la presidencia cuando el precio del barril del crudo volvió a cotizarse por encima de los cien dólares. Un estadista hábil, sin duda, cuya falta de carisma personal no le impide gozar de gran popularidad en sectores considerables de la opinión pública rusa que lo llaman “Vladimir el Deseado”. Una encuesta reciente afirma que una de cada cinco rusas querría casarse con él. Putin ha logrado perpetuarse en el poder evadiendo la norma constitucional que impide encadenar más de dos mandatos presidenciales y manipulando el proceso electoral. Como en otras partes del mundo, en Rusia se impone una especie de “autoritarismo suave” en el que formalmente se respetan las fórmulas de la democracia liberal pero en donde los elementos reales de podes son utilizados a placer por el gobernante para imponer un gobierno esencialmente autoritario y personalista.
¡Pobre Rusia! Como tantos políticos demagógicos e ineficaces antes que él, Putin quiere consolidar su poder con una política exterior muy contestataria ante Occidente, principal elemento en la pretensión de Moscú de mantener un supuesto estatus de “Gran Potencia”. Pero la verdad es que tanta fanfarronería en el plano internacional denota una profunda inseguridad. Rusia es el típico "gigante con pies de barro". La crisis económica internacional ha revelado que este gran país carece de credenciales sustantivas para ser considerado una genuina potencia emergente. Hay evidentes distanciamientos de Rusia respecto de los otros países emergentes porque padece de graves problemas estructurales que podrían desencadenar pronto una seria crisis y frenar su crecimiento económico de forma atroz. La debilidad de la economía rusa y el alto nivel de endeudamiento de sus bancos y empresas, que en los últimos años se ocultó con la riqueza inesperada provocada por las alzas de los precios del gas y el petróleo, quedó al desnudo cuando la economía global cayó en picada. Rusia padece de una infraestructura obsoleta y sus políticas disfuncionales y revanchistas la mantienen marginada de cualquier relación productiva no solo con occidente, sino incluso también con sus supuestos socios BRICS. Un estudio reciente de The Economist habla que pese al alza de los commodities, la producción del sector energético ruso ha disminuido en los últimos años, en parte debido al temor de los inversionistas extranjeros a sufrir expropiaciones.
Por si fuera poco, Rusia registra una tendencia demográficaa la baja de acelerada y sostenida. De mantenerse todas estas tendencias en el futuro, el otrora imperio de los zares estará abocado a padecer un declive casi terminal.
Además, a pesar de haber implementado reformas y abrirse a los mercados, la economía rusa sigue estando sobre regulada. La falta de profundización de cambio estructural en la última década y de una mayor desregulación ha generado cuellos de botella que hacen que la economía no tenga suficiente flexibilidad para adaptarse a situaciones de alta y baja en los ciclos económicos y financieros. Este contexto de incertidumbre, aunado a las crecientes aspiraciones democráticas de la población, hace que Rusia enfrente con gran incertidumbre el futuro cercano. De ahí que actúe tan a la defensiva (de forma tan vergonzosamente a la defensiva, diría yo) en el plano mundial.
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