martes, 2 de abril de 2013
lunes, 1 de abril de 2013
La Singular Guerra de “El Hombre Más Sexy del Mundo”
Muy singular, sin duda alguna, es la dinastía comunista de
los Kim en Norcorea, con el “Mariscal Padre” Kim Il Sung como fundador, quien
se salvó de los pelos en la Guerra de Corea gracias a que supo arrastrar al conflicto
a China y a la URSS; el “Querido Líder” Kim Jong Il, estrafalario amante del
cine de monstruos tipo Godzila y de las modelos escandinavas; y ahora el “Brillante
Camarada” Kim Jong Un, que tiene a todo
el mundo jalándose de los pelos con eso de que amenaza con desencadenar la
tercera guerra mundial. En realidad no hay nada de qué preocuparse. El
badulaque Kim busca afianzarse en el poder y aportar elementos para la
construcción de un culto a la personalidad propio que emule a los grandiosos
endiosamientos de su padre y abuelo, y la única forma de empezar su propia “leyenda”
es utilizando los viejos recursos familiares de las bravuconerías
descabelladas, las amenazas, los chantajes y la inflamada retórica
antiimperialista.
La “guerra” del más joven de los Kim no pasará de un par de
impresionantes desfiles donde la sufrida población norcoreana exhibirá al mundo
sus miserias, algunas fotografías del jovenzuelo en pose de planear grandes
batallas dignas de Alejandro Magno y algunos belicosos gritos de medianoche para
ordenar a los generales preparar cohetes, tanques y a todo un ejército de un
millón de hombres. Pero Kim el tercero no es tan idiota. No disparará el primer
tiro contra un ejército que lo supera con creces en poderío. Claro, además de
forjar una “gesta” personal que lo haga digno sucesor de tan ilustrísimos
antecesores para el consumo interno, el líder norcoreano pretende con su fanfarronería
obligar a Washington a ir a la mesa de negociaciones, amedrentar a la nueva
presidente de Corea del Sur y -aquí una importante novedad- marcar distancias
frente al gobierno de China Popular. En efecto, Corea del Norte se ha
convertido en un aliado díscolo y problemático de Beijing. Este flexionar de músculo
va dirigido claramente al nuevo presidente chino, y la advertencia es: “sígueme apoyando o te meto también a ti
en problemas”.
Cabe aclarar que el mozalbete ha decretado un “estado de
guerra” que formalmente existe desde 1950, ya que en 1953 lo que se firmó fue
un alto al fuego, no un tratado de paz formal. Se cumplen este año, por tanto, 60 largos años
de un estado de guerra oficialmente existente, tiempo en el que Corea del Sur
se ha transformado de una nación pobre y agraria de campesinos en la 15ª
economía más grande en el mundo, mientras el Norte se ha abismado en el
subdesarrollo.Pero el motivo más interesante de toda esta bravuconería es, insisto, la loable intención de moldear un mito, elemento imprescindible en un Estado totalitario que se construyó y sobrevive, en buena medida, gracias a desmesurados cultos a la personalidad. No es una tarea fácil esta de subir a los altares al Kim el tercero. Primero fue ese irrisorio apodo oficial de “Brillante Camarada” que por mucho tiempo ostentó el flamante líder norcoreano y el cual más bien parecía una “brillante cabuleada”. Pero más feo fue esa publicación con doble filo del Diario del Pueblo, órgano estatal del Partido Comunista de China, que reprodujo un artículo del magnífico diario satírico The Onion en el que se nombraba, obviamente en plan de vacilada, a Kim Jong Un como “el hombre vivo más sexy del mundo”. Dice el citado texto: "Este galán de Pyongyang es el sueño de toda mujer hecho realidad…Kim tiene un implacable sentido de la moda impecable, luce el más elegante y varonil corte de pelo y, por supuesto, todo ello coronado por su legendaria sonrisa”. El Diario del Pueblo no se quedó corto a la hora de reproducir, también, la foto de Kim Jong Un sentado sobre un caballo mirando con nobleza en la campiña del norte de Corea con todo y el cáustico pie de página escrito por el periódico satírico: “Tiene la rara habilidad de ser, de alguna manera, completamente adorable y completamente macho al mismo tiempo".
Que The Onion se burle del dictadorzuelo no tiene nada de especial, pero si llamó muchísimo la atención que el principal periódico oficial de China (país que aún es el principal aliado y valedor de Norcorea) lo haya citado como una información fidedigna de forma pretendidamente “inocente”. ¡Y luego nos sorprende ver al Brillante Camarada tan enojado!
miércoles, 27 de marzo de 2013
China y su Obsoleta Realpolitik
Se estrenó el nuevo presidente chino Xi Jinping en la escena internacional con una gira al continente africano, región donde los dirigentes de Beijing tienen poderosos intereses económicos. El periplo tendrá su punto culminante con la cumbre de los BRIC a celebrarse en Sudáfrica. ¿Está China destinada a ser la principal potencia mundial del siglo XXI? Lo cierto es que hoy por hoy la política exterior china es uno de los principales problemas que deberá enfrentar el mundo en el siglo XXI. La dictadura del Partido Comunista Chino mantiene una obsoleta visión de Realpolitik basada en esquemas y ópticas cortoplacistas y “westfalianas” (soberanista a ultranza). Esto no quiere decir que Estados Unidos, Europa y otras potencias no pequen (en mayor o menor medida) de mantener visiones excesivamente realistas en sus relaciones internacionales, pero las democracias liberales llegan a toparse con límites internos que matizan ambiciones demasiado desmedidas, lo que las ha llevado a establecer y respetar ciertos esquemas de colaboración, mientras que China no tiene absolutamente ningún contrapeso de este tipo que ayude a moderar las transgresiones que suele cometer en su actuación internacional.
Fue Bismarck quien inauguró el concepto de Realpolitik siguiendo principios acuñados por Metternich tras las guerras napoleónicas: una política exterior fundada exclusivamente en el interés nacional, en desmedro de cualquier actitud de solidaridad con otros pueblos y alejada de los principios de generales de ética. Claro que a Bismarck, igual que a muchos de sus antecesores y sucesores en las aventuras de la política internacional, le funcionó la receta de la Realpolitik en la lucha por hacer más grande a su Estado, pero el problema que tenemos hoy consiste en que el planeta ya no da para soportar que las naciones resuelvan sus disputas mediante la ley del más fuerte o del más astuto. Los recursos se acaban, el medio ambiente declina y las armas nucleares hacen inviable la resolución de disputas entre las potencias mediante conflictos armados, como sucedía en las gloriosas épocas de Alejandro, Napoleón o Julio César.
Desde la consolidación definitiva de Deng Xiaoping en el poder, ocurrida a finales de los setenta, en Occidente, sobre todo en Estados Unidos, han prevalecido entre los expertos en relaciones internacionales dos visiones antagónicas sobre lo que cabe esperar de la República Popular China en relación con el equilibrio mundial y al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Una, la optimista, sostiene que China, como efecto de su acelerado desarrollo económico y sus crecientes relaciones con el mundo capitalista, se irá convirtiendo en una sociedad desideologizada y pragmática capaz de liberalizar gradualmente su política y cultura. Quienes así opinan describen una “potencia conservadora” esencialmente interesada en mantener una estabilidad regional que le permita conseguir sus metas de crecimiento económico. Esta visión de China sostiene que su poderío militar es limitado en virtud del relativo atraso tecnológico de sus fuerzas armadas, y señalan que, en general, la política exterior de Pekín ha sido “reactiva más que agresiva”. De acuerdo con esta lógica, Estados Unidos y sus aliados tienen razones más que suficientes para buscar establecer una política “de compromiso” con los dirigentes chinos para evitar que una China marginada se convierta en un problema mundial.
Pero la visión negativa advierte que China es una potencia emergente de casi 1,300 millones de habitantes, dueña de un vasto arsenal nuclear y que dedica inmensos recursos económicos anualmente a mejorar su capacidad militar. Dirigida por una gerontocracia totalitaria y ambiciosa que se sostiene en el poder gracias a un ejército chauvinista obsesionado en lavar humillaciones del pasado, establecer una indiscutible hegemonía en Asia y hacer valederas, a como dé lugar, una serie de reclamaciones territoriales a costa de sus vecinos, China, a decir de los pesimistas, es la principal amenaza a la paz y seguridad internacionales y será inevitablemente el principal rival de Estados Unidos y sus aliados en el siglo XXI.
Quizá, como suele suceder, la verdad esté en alguna parte en medio de estas dicotomía, pero lo que se ha visto de China en las últimas dos décadas es que se trata de una potencia insatisfecha, y las causas de su insatisfacción son fundamentalmente difíciles de resolver y tienen que ver con su azaroso pasado como víctimas de los abusos de las potencias coloniales. Además, este gran país tiene la obsesión de contar con “fronteras seguras”, lo cual está en el fondo de las disputas territoriales que sostiene este país con sus vecinos. China rechaza las reclamaciones japonesas sobre las islas Diaoyu, las de Vietnam sobre las islas Paracel, y las que varias naciones del sudeste asiático hacen sobre las islas Spratly. Además, tiene diferencias con Vietnam sobre la demarcación del Golfo de Tonkin y hace reclamaciones territoriales a Rusia, Tadjikistán, India e incluso a Corea del Norte. La intensidad de estas reclamaciones se acentúa o disminuye según lo demande la ocasión. Otro caso de controversia es el espinoso caso de Taiwán, a cuya independencia Beijing se opone tajantemente amenazando incluso con una intervención militar. Muy cuestionables son, también, la colaboración de China con el desarrollo nuclear de Pakistán - en flagrante violación a los acuerdos internacionales de no proliferación de armas estratégicas- y el apoyo masivo que presta a algunos regímenes africanos señalados por sus constantes violaciones a los derechos humanos. No menos preocupante es la condescendencia con la que solapa al demencial régimen de Corea del Norte, así como las muy discutibles estrategias económicas y comerciales que China ha adoptado para beneficio propio en detrimento de una, por lo menos, ordenada relación con sus competidores internacionales. Todos estos son rasgos significativos que dejan ver la tendencia de buscar ganancias unilaterales a expensas de la estabilidad regional e internacional.
Si China en verdad quiere convertirse en la gran potencia de esta centuria será imprescindible que renuncie a la miopía del cortoplacismo y a las estrategias de chantaje para aprender a asumir plenamente las responsabilidades que implica ser una gran potencia, las cuales mucho tienen que ver con su capacidad de compromiso con el orden internacional y su capacidad de cooperación con otras potencias.
martes, 26 de marzo de 2013
Esas Pretenciosas Potencias Emergentes…
Con la Unión Europea metida en un grave atolladero y Estados Unidos en plena pérdida relativa de hegemonía cabe preguntarse si este mundo multilateral lleno de nuevos acrónimos y de grupos a 7, 8, 5, 2, 20 y hasta 77 bandas tendrá alguna viabilidad. Por ejemplo, tenemos a las potencias emergentes presuntamente englobados en el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el cual, en principio impresiona por tratarse de las potencias emergentes, que juntas ocupan el 22% de la superficie continental, amasan el 27% del PIB y reúnen el 41.6% de la población mundial. Pero más allá del tamaño de sus economías y de sus tasas de crecimiento anual, los BRIC tienen poco en común. Prevalecen discrepancias de tipo territorial (disputas fronterizas), económicas, ideológicas y migratorias. Y estos BRIC no impresionan tanto si atendemos el Índice de Desarrollo Humano que realiza el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que mide variables como la educación, la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la calidad de vida en 179 países. Ahí Brasil ocupa el 70 lugar, seguido de Rusia (73), China (94) y la India (123). Es decir, se trata de naciones con profundas disparidades sociales y regionales internas. En términos de Producto Bruto Interno, los cuatro en cuestión están bien posicionados: China actualmente es el quinto del mundo, seguido por Brasil (10), Rusia (11), y la India (12). Sin embargo, en un análisis de PIB per cápita, Rusia actualmente ocupa el 53 lugar, seguido por Brasil (80), China (101) y la India (129), en el ranking de los 181 países que lleva el FMI. En materia de defensa, clave para las aspiraciones de toda verdadera gran potencia, los BRIC están aún lejos de disputarle el liderazgo militar a Estados Unidos, hoy responsable del 46% del gasto militar mundial, seguido por el Reino Unido (5%), Francia (5%), China (4%), Japón (4%), Alemania (3%), Rusia (3%), Italia (3%), Arabia Saudita (3%) y la India (2%).
Existe consenso entre los estudiosos de la geopolítica en el sentido de que son tres los elementos fundamentales para considerar a una nación una superpotencia: poseer un poderío militar de largo alcance, gozar de un margen aceptable de estabilidad política y mantener fuertes intereses económicos y estratégicos extraterritoriales. Si atendemos a estos criterios tradicionales, nos daremos cuenta que ninguno de los BRIC cubre a cabalidad las tres grandes condiciones de las súper potencias y que sus carencias más graves se presentan en lo relativo a la estabilidad política y cohesión nacional. De ahí que estas pretendidas potencias emergentes basen sus aspiraciones casi exclusivamente en los criterios económicos y demográficos, aunque no del todo, desde luego, pensando en el inconmensurable potencial militar Ruso y el muy importante chino.
En términos económicos, se estima que China, primera población mundial, sobrepasará el PIB de los Estados Unidos para el 2050. Rusia es el mayor país en términos territoriales, lleno de recursos energéticos y materias primas, además de su incuestionable poderío militar. La India es la segunda nación en población mundial y no sólo cuenta con tecnología nuclear sino que, además, apostó por formar y radicar mano de obra calificada llevándola a ser hoy el principal exportador de tecnología en el mundo. Brasil es el quinto país más poblado del mundo y ocupa el mismo puesto en términos territoriales, pero, a diferencia de sus tres pares, no tiene la bomba atómica. Brasil y Rusia dependen principalmente de sus recursos naturales y en la última década se han beneficiado del alza de los precios. Por su parte, China e India tienen poblaciones gigantescas que les dan relevancia mundial como productores de bienes y consumidores de recursos, siempre y cuando sus economías sigan creciendo rápidamente. China padece la opresión de un régimen totalitario y varias tendencias secesionistas en algunas regiones. India es una democracia consolidada, pero padece un desastroso sistema educativo, profundas diferencias sociales y regionales, y aspiraciones secesionistas en varios de sus estados. Otros serios peligros son la fragmentación constante de la de por sí ineficiente estructura administrativa del país y su tasa de endeudamiento, que supera el 80% del PIB. Paradójicamente Rusia, con asiento permanente en el consejo de seguridad de la ONU y único BRIC miembro del G8, es el eslabón más débil de la cadena. Enfrenta enormes dilemas: depende demasiado del precio de las materias primas, su población decrece y está plagada de serias tendencias centrífugas. En cuanto a Brasil son indiscutibles su consolidación democrática y su ascenso económico, pero al igual que Rusia tiene buena parte de su fortuna hipotecada a la cotización de las “commodities” que exporta.
Pero aún más importante que las carencias intrínsecas de las potencias emergentes es el hecho de que ningún grupo de naciones grandes o pequeñas, poderosas o modestas podrá tener éxito o alcanzar relevancia si no cuentan con una coherencia básica en las visiones que sus integrantes tienen del mundo y si no existe un piso mínimo de comunidad de intereses. El G7 tuvo sus referentes esenciales en el enfrentamiento contra un enemigo común (la URSS), la decisión compartida de defender la democracia y los derechos humanos, y su fe inquebrantable en el libre mercado. De ahí su indiscutible viabilidad durante la guerra fría. Estas ópticos comunes, estos pisos referenciales básicos no existen aún para las potencias emergentes, y cuyos elementos integradores son sumamente circunstanciales y vagos.
lunes, 25 de marzo de 2013
Carl Schmitt y sus discípulos latinoamericanos
La clave primordial para entender la lógica del populismo latinoamericano y la naturaleza de sus verdaderos parentescos ideológicos la presenta el pensamiento de Carl Schmitt, jurista alemán rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público”.Un año antes del ascenso de Hitler al poder, Schmitt escribió su ensayo más famoso, El Concepto de lo Político, donde escribió frases como: “La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo…Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos...“Al igual que la palabra‘enemigo’, la palabra ‘combate’ debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial”. Este autor sostiene que la diferencia nosotros-ellos es un elemento que, al mismo tiempo que cohesiona al grupo, contribuye a distinguirlo del otro. Además, de acuerdo con su teoría, reconocer al enemigo implica asumir un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia y afirma que el poder real se descubre en la situación de excepción, según quién conserve la capacidad de decisión. A su entender, el liberalismo ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un mero “competidor” un “adversario”, en el mejor de los casos. El liberalismo es malo porque pretende desterrar el concepto de enemigo (y todo lo que ello implica) y eso, siempre según Schmitt, debilita las bases mismas de la sociedad política.
Esta teoría del “enemigo identificado” fue una de las principales bases de sustentación ideológica del fascismo y del populismo. Pese a que la obra de Carl Schmitt ha recibido interpretaciones múltiples y a veces contradictorias (ambivalencia promovida en buena medida por un semi arrepentido Schmitt después de la guerra, hay que decirlo), de lo que no cabe duda es que se distinguió por su antiliberalismo y de que sus escritos jurídico-políticos contribuyeron a legitimar el poder de personajes como Mussolini y Hitler.
Schmitt fue, por otro lado, un pensador de agudeza extraordinaria, un gran polemizador que prefiguró no una filosofía, sino una teología de lo político. Pretendía asegurar la autonomía y la preeminencia de la política y de lo que él llamaba“decisión política soberana”, por sobre el descomunal avance de la lógica racionalista del liberalismo. Sí, eso de “racional”, la mala costumbre de pensar y de anteponer el cerebro a las vísceras que tanto odian los populistas y totalitarios de todas las épocas y lugares. La política, desde el punto de vista irracional schmitteriano, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo. A esa capacidad le nombra “decisión”,directa hija de la “voluntad”, y la decisión es “política en estado puro”, sin contaminaciones éticas, económicas ni de cualquier otra índole.
Desde esta óptica, definir quién es el enemigo es la única manera de fortalecer al Estado, y la decisión política sobre la distinción amigo-enemigo es la garantía siempre vigente de la vida normal de los hombres.
De las fatídicas consecuencias de irracionalismos como el schmitteriano dan buena cuenta los horrores totalitarios del pasado siglo y de éste, cosa que debería bastar para ponernos alerta en contra de los impulsos de los nuevos irracionales del tipo de Hugo Chávez y sus palafreneros.
viernes, 22 de marzo de 2013
¡Ese Loco Partido Republicano!
La dirigencia del loco Partido Republicano de
Estados Unidos acaba de sorprender a todo el mundo con un interesante documento
autocrítico en el que reconoce la grave crisis por la que atraviesa y que “será
extremadamente difícil ganar próximas elecciones presidenciales” si no se
acometen “reformas internas” profundas, se suavizan las posiciones ideológicas
actuales y se abre el programa político para incorporar las preocupaciones de
la mayoría de la población. ¡Bien hecho!
Sigue el informe “La percepción del partido por
parte del público ha alcanzado su punto más bajo. Los jóvenes cada día se
alejan más de lo que el partido representa, y muchas minorías creen que al
partido no le gustan o que no queremos que estén en el país”, y llama al giro a
la extrema derecha experimentado en los últimos años a causa de la aparición del
Tea Party como “un callejón ideológico sin
salida” provocado por posiciones extremistas que satisfacen a los sectores más
radicales del partido, pero que “crean
desconfianza entre la mayoría de la población…El Partido Republicano tiene que
dejar de hablarse a sí mismo. Nos hemos convertido en expertos de cómo reforzar
ideológicamente a los que ya piensan como nosotros, pero hemos perdido de forma
devastadora nuestra capacidad para persuadir o aproximarnos a los que no están
de acuerdo en todo con nosotros”.
¡Bravo! Un señor análisis, hay que reconocerlo, que muy bien dibuja las
causas profundas del atolladero en el que los republicanos se han metido por
culpa de sus más locos seguidores. Recuérdese, simplemente, la estrambótica
colección de candidatos fundamentalistas que compitieron por la nominación
hacia la elección presidencial de 2012 como el santurrón Santorum, fustigador
del Estado laico; Bachman, quien afirmaba que el gobierno estaba infiltrado por
islamistas radicales; Perry, que proponía eliminar más programas del gobierno federal de lo que él mismo podía
nombrar con éxito en un debate; Trump, cuya pieza ideológica central fue exigir
ver el acta de nacimiento de Obama, y así un largo y grotesco desfile de candidatos e ideas extremistas,
tales como imponer draconianas políticas antinmigración, negar el calentamiento
global, postular iniciativas demenciales en política exterior, y mantener en el centro del debate la defensa
a ultranza de pretendidos “valores” que afectaban directamente los derechos
individuales de las mujeres y de las minorías al mismo tiempo que se usaba un discurso
pretendidamente favorable a la iniciativa individual frente al Estado. Esta es, justamente, la principal
discordancia que afecta al Partido Republicano: pretendidamente pugnar a favor
del individualismo y contra el Estado en el renglón económico y al mismo tiempo
pretender reforzar los poderes de coerción estatales en lo que se refiere a los
derechos y libertades individuales. En sus últimas elecciones primarias el
Republicano se mostró como uno de esos partidos extremistas y exóticos (fringe
party, les dicen en inglés) que no son capaces de asumir la responsabilidad de
gobierno porque se dedican a reforzarse
constantemente en la radicalidad de sus posturas.
El problema para los republicanos es que la dura
autocrítica de esta semana no garantiza
que el partido sea capaz de cambiar su rumbo. De hecho, No existe unanimidad en
su seno de que realmente haya que hacerlo. A fin de cuentas, el Partido
Republicano es aún muy exitoso a nivel local. Cuenta con 30 de los 50
gobernadores del país, y lo hace -en muchos casos- con candidatos bastante
radicales que se presentaron agendas extremistas. Lo mismo puede decirse de una
buena cantidad de miembros del Congreso. No falta en el partido quienes creen que hay
que persistir en esa línea de firmeza ideológica hasta que los votantes reconozcan
su acierto y que el problema ha sido no el mensaje extremista, sino “la forma
en que dicho mensaje ha sido expresado”
Ojalá los republicanos sigan con la tendencia
reformista, ya que si con incapaces de asumir plenamente que las tendencias
sociales y los cambios demográficos están determinando con cada vez más fuerza
los resultados electorales estarán condenados a enfrentar serias dificultades
para volver al poder. Lo mismo pasará si no aprende a equiparar su pretendida lucha
a favor del individualismo y el antiestatismo en lo económico a los renglones
de los derechos sociales y personales. El partido tiene que presentar un rostro
más conciliador y razonable para venderse a votantes indecisos. Para ello, debe
recuperar a sus exponentes más moderados (los republicanos “Eisenhower”, o
RINO´s, como les dicen), controlar a sus “teócratas” de la derecha cristiana y
librarse a sí mismo del dominio en el que lo tiene atosigado el zafio Tea
Party.
martes, 19 de marzo de 2013
Madre Marchita
La Unión Europea ha pasado de ser el sueño de quienes la edificaron como un proyecto
integrador comercial, económico y político dentro de una institución singular
de naciones soberanas a ser una auténtica “pesadilla” de la que todo el mundo
repela. Para nadie es un secreto que el viejo continente vive las horas más bajas de su historia. La
relevancia de este que ha sido un magnífico experimento de cooperación
multinacional es puesta en duda por
quienes denuncian su supuesta rigidez y disfuncionalidad para hacer frente a la
actual crisis. Se multiplican las opiniones críticas que afirman que
ante los desajustes financieros y otras amenazas que se ciernen sobre Europa -migraciones
descontroladas, recortes fiscales, exceso de burocracia- sería mejor que las
naciones volvieran a ir solas por el mundo. En el norte de Europa, se alega
que es mejor librarse del “lastre” que suponen los países del sur (denominados
despectivamente como los “PIGS”), planteándose abiertamente la posibilidad de
excluirlos de la eurozona. En el sur se defiende la idea de liberarse de las
demandas de disciplina monetaria y fiscal que exige el euro y claman por recuperar
la soberanía monetaria y salir de la crisis a base de devaluaciones
competitivas.
Las reacciones nacionalistas y populistas a la crisis hacen que
el “euroescepticismo” le esté ganado espacios al “europeísmo”. Pero más allá
del discurso y el debate político superficial que promueve la demagogia y los
populismos a la derecha y a la izquierda, lo cierto es que la Unión Europea experimenta una crisis profunda que afecta a
su viabilidad económica y su legitimidad política. ¿Puede la UE con su actual
modelo institucional promover estabilidad, crecimiento y competitividad? ¿Es el singular modelo
político supranacional de la UE, pensado originalmente para un grupo más
compacto de naciones, factible para atender las necesidades democráticas de 27
naciones? Ante los actuales índices de
desempleo y crisis del Estado Bienestar, ¿Aún puede hablarse de una “Europa
social”, voluntad que ponía en el centro de la atención continental la solidaridad
transnacional a través de políticas de cohesión económica, social y territorial?
¿La vieja Europa, fuente tradicional del poder mundial, ha perdido relevancia
de forma definitiva como actor global en un sistema internacional caracterizado
por rápidos e intensos procesos de cambio en la naturaleza, las fuentes y las
pautas de distribución del poder?
Ante este panorama tan adverso es muy difícil prever el
desenlace. No hay recetas ni caminos fáciles para que Europa salga del
atolladero, pero lo cierto es que han faltado liderazgos más
comprometidos y visionarios. Fue un grupo de grandes estadistas el que empezó a construir una comunidad económica y política común en beneficio de la
sociedad europea en su conjunto ¿Les falta a los políticos actuales constancia
en este propósito? Lo cierto es que los dirigentes actuales han mostrado
ser pusilánimes, carentes de imaginación y faltos de constancia. Cuando las
partes de un sistema se optimizan en beneficio propio, el conjunto pierde. Las
partes compiten un sistema basado en la cooperación se destruye. Europa está
aún a tiempo de corregir, pero no se ve ni en Hollande, ni en Merkel, ni en
Cameron, ni en ninguno del resto de líderes europeos los tamaños que demanda el
presente desafío. Habrá que exclamar como lo hizo, en su momento, Curzio
Malaparte: ¡Pobre Europa, madre marchita!
lunes, 18 de marzo de 2013
México y su Mitología Petrolera
Una sociedad que
vive atorada en el mundo de la simulación y las mentiras está condenada al subdesarrollo
económico y mental. Rehusarse a ver la realidad de frente, a entender las cosas
tal cual son y no como quisiere que fueran. Interpretar al mundo como un
escenario de “buenos” contra “malos” donde siempre uno es eterna víctima. Preferir
renunciar a la razón y al sentido común y refugiarse en sus mitos y complejos
inveterados, esos son los errores que muchas veces hemos cometido en México y
que nos han impedido ser una nación más exitosa. Y donde más se manifiestan
estas lamentables tendencias es en el tema petrolero. PEMEX continua siendo una “vaca sagrada”, lo
que significa enormes dificultades para innovar, para desarrollar nuevas
tecnologías, para transformar riqueza potencial en riqueza real de lo que no es
sino un producto de exportación como cualquier otro. Un medio, no un fin.
Hoy nuestra izquierda más cavernaria insiste en tildar
cualquier intento de modernización de Pemex como una “traición a la patria” y
busca obtener de este trasnochado discurso dividendos electorales. Pero las
realidades son muy obcecadas y no respetan ideologías, mitologías ni
fundamentalismos patrioteros: hoy la producción de crudo enfrenta una tendencia
de rendimientos aceleradamente decrecientes y las reservas probadas son escasas
mientras que las reservas probables esperan una masiva ronda de inversión, en
las sofisticadas tecnologías de extracción, para poder dar servicio a las
necesidades de nuestro sector energético. Además, absurdos procesos
burocráticos imponen altísimos costos de transacción en la operación integral
de la petrolera.
Así que podremos defender con aullidos y hasta con rabia el
mito de “nuestro petróleo”, pero en unos cuantos años, de seguir así las cosas,
tendremos que enfrentar el espectro de importar crudo de otros países. Ya, hoy,
por no contar con las plataformas tecnológicas, por no contar con la inversión
fresca que se requiere, tenemos que importar productos refinados.
El mito petrolero es un producto del llamado “nacionalismo
revolucionario”, esa construcción cultural que dio legitimidad al régimen
autoritario que padeció México la mayor parte del siglo XX. Lamentablemente esa
es la razón por la que el tema energético México no es técnico ni económico,
como debiera ser, sino ideológico. Borda en la ficción en el que se sostuvo la
supuesta “identidad nacional”. Pero esta es una ficción que en una nación
democrática tiene los días contados. El problema es que, al parecer, es todavía
lo suficientemente fuerte como para impedir debates racionales acerca del
petróleo. Es hora de vencerla de una vez por todas.
viernes, 15 de marzo de 2013
El Padre del Escepticismo Militante
El magnífico escritor, periodista y crítico social estadounidense Henry Louis Mencken (1880-1956) padre intelectual del escepticismo militante, se caracterizó siempre por ser dueño de un estilo radical e iconoclasta que no tenía respeto por nada ni nadie. “Opino que los mayores problemas humanos”, escribió alguna vez, “son insolubles y que la vida está totalmente desprovista de significado. Es un espectáculo sin intención ni moraleja. Detesto todos los esfuerzos por atribuirle una moraleja”. Si se la pone en contexto a su frase más citada (“Una carcajada vale lo que diez mil silogismos”), se advierte que utilizaba su sentido del humor -ácido, cínico y punzante- para evidenciar falacias, convencionalismos sociales y creencias populares. “Quienes más hicieron por la liberación del intelecto humano fueron aquellos pícaros que arrojaron gatos muertos en los santuarios y luego salieron a trajinar por los caminos, demostrando a todos los hombres que el escepticismo, al fin y al cabo, no entraña riesgos: que el dios montado sobre el altar es un fraude. Que una carcajada vale lo que diez mil silogismos”.
Pero el pesimismo crónico de sus reflexiones no le impidió a Mencken luchar por sus convicciones. No dudaba, por ejemplo, en juzgar a las mayorías (“porque las masas, libradas a sí mismas, reincidían en la elección de gobernantes ineptos”), o de atreverse a tratar de “charlatán sin dignidad” a un ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos en una nota necrológica. Al menos eso fue lo que hizo con William Jennings Bryan, el fiscal durante un célebre juicio en contra del maestro de educación elemental John Scopes, que transgredió las “leyes de protección bíblica” del estado de Tennessee cuando decidió enseñar la teoría de la evolución de Darwin. Operaba con la hoy denominada “incorrección política” como su principal instrumental dialéctico. Tenía un absoluto desprecio por todo lugar común. Entusiasmó a los intelectuales de la época y, acaso a su pesar, se convirtió en una figura respetada e influyente. Decía cosas como, "Hasta donde me alcanza el entendimiento, y llevo años estudiando este hecho con profundidad y empleando a gente para que me ayude en la investigación, jamás nadie en este mundo ha perdido dinero al subestimar la inteligencia de las grandes masas."
A edad temprana descubrió el placer de la lectura a través de la lectura de Huckcleberry Finn, al que Mencken llamó “un magnífico libro libertario”. Era un nietzscheano convencido y un seguidor incondicional de Bernard Shaw. Dice Fernando Savater en el prólogo del menckeniano “Prontuario de la Estupidez Humana” que a pesar de los defectos propios de "su condición autodidacta", el autor destaca por "su enorme coraje intelectual y su contundencia expresiva". Inmortal es la lucidez de sus ataques demoledores contra la estupidez de la clase media, la mojigatería, las religiones organizadas y, por supuesto, los políticos. ¡Cómo se extraña a tipos como Mencken hoy que vivimos los tiempos de lo políticamente correcto, cuando casi nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre con claridad!
Murió convencido de que su cuerpo se disolvería en la nada.
jueves, 14 de marzo de 2013
“No entiendo de que se sorprenden, Che”, me dice Alberto, un simpático amigo argentino que tengo en Facebook, “Si Dios es argentino, Maradona es argentino, Messi es argentino, “¿Qué de raro hay en que el papa también sea argentino”. Pues papa argentino habemus, un jesuita que eligió llamarse Francisco I, cosa que no deja de llamar la atención habida cuenta de la acérrima rivalidad que han protagonizado jesuitas y franciscanos por siglos.
Nombramiento polémico no solo por las opiniones ultra conservadoras del nuevo pontífice sobre los temas del celibato sacerdotal, el aborto y el matrimonio gay (que, después de todo, eran de esperarse) sino también por el muy cuestionable papel de Bergoglio durante los años de plomo de la dictadura. Pero lo cierto es que ninguno de los “papables” hubiese estado exento de polémica. La iglesia Católica está inmersa en una profunda crisis, y ninguno de sus altos jerarcas está libre de culpa.
Queda descartado que Bergoglio vaya a ser un papa reformador. Lo más seguro es que siga la línea de sus dos inmediatos antecesores, los cuales detuvieron cuando no revirtieron un proceso de modernización que irrumpió en la Iglesia desde los años 60 y que iba en camino de tratar de reconciliar al catolicismo con la modernidad iluminista, la ciencia, las libertades civiles y la democracia. La sociedad moderna, con sus libertades, ciencia y técnica se convirtió en el paradigma para el mundo entero, mientras que la Iglesia Católica se vio transformada en un bastión de conservadurismo religioso y de autoritarismo político. A la luz de visiones y actitudes más modernas otras iglesias cristianas han crecido y se afirmaron en todos los continentes, en particular en América Latina. Para colmo, a la iglesia hoy la atosigan los escándalos de corrupción y pederastia, por no hablar de la lamentable y retrógrada actitud que esta institución insiste en mantener frente a las mujeres.
En fin, poco cabe esperar del nuevo papa en materia de modernización. Le perseguirán, como a Ratzinger, sombras de su pasado político. Al menos se puede decir de él que es Hincha de San Lorenzo de Almagro. Eso sí, habrá que advertirle al nuevo pontífice que se cuide de los albureros mexicanos con eso de que es “Bergoglio, el papa pancho”.
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