Una sociedad que
vive atorada en el mundo de la simulación y las mentiras está condenada al subdesarrollo
económico y mental. Rehusarse a ver la realidad de frente, a entender las cosas
tal cual son y no como quisiere que fueran. Interpretar al mundo como un
escenario de “buenos” contra “malos” donde siempre uno es eterna víctima. Preferir
renunciar a la razón y al sentido común y refugiarse en sus mitos y complejos
inveterados, esos son los errores que muchas veces hemos cometido en México y
que nos han impedido ser una nación más exitosa. Y donde más se manifiestan
estas lamentables tendencias es en el tema petrolero. PEMEX continua siendo una “vaca sagrada”, lo
que significa enormes dificultades para innovar, para desarrollar nuevas
tecnologías, para transformar riqueza potencial en riqueza real de lo que no es
sino un producto de exportación como cualquier otro. Un medio, no un fin.
Hoy nuestra izquierda más cavernaria insiste en tildar
cualquier intento de modernización de Pemex como una “traición a la patria” y
busca obtener de este trasnochado discurso dividendos electorales. Pero las
realidades son muy obcecadas y no respetan ideologías, mitologías ni
fundamentalismos patrioteros: hoy la producción de crudo enfrenta una tendencia
de rendimientos aceleradamente decrecientes y las reservas probadas son escasas
mientras que las reservas probables esperan una masiva ronda de inversión, en
las sofisticadas tecnologías de extracción, para poder dar servicio a las
necesidades de nuestro sector energético. Además, absurdos procesos
burocráticos imponen altísimos costos de transacción en la operación integral
de la petrolera.
Así que podremos defender con aullidos y hasta con rabia el
mito de “nuestro petróleo”, pero en unos cuantos años, de seguir así las cosas,
tendremos que enfrentar el espectro de importar crudo de otros países. Ya, hoy,
por no contar con las plataformas tecnológicas, por no contar con la inversión
fresca que se requiere, tenemos que importar productos refinados.
El mito petrolero es un producto del llamado “nacionalismo
revolucionario”, esa construcción cultural que dio legitimidad al régimen
autoritario que padeció México la mayor parte del siglo XX. Lamentablemente esa
es la razón por la que el tema energético México no es técnico ni económico,
como debiera ser, sino ideológico. Borda en la ficción en el que se sostuvo la
supuesta “identidad nacional”. Pero esta es una ficción que en una nación
democrática tiene los días contados. El problema es que, al parecer, es todavía
lo suficientemente fuerte como para impedir debates racionales acerca del
petróleo. Es hora de vencerla de una vez por todas.
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