jueves, 25 de abril de 2013

Cristina Kirchner, vocera oficial del Gobierno Venezolano


 
Mal anda la política en Argentina. Cristina Kirchner es su único referente relevante a pesar de que su segundo mandato ha sido malo y va para catastrófico. Para colmo, la buena viuda se ha dedicado en las últimas semanas a fungir como vocera del gobierno venezolano, ¡Vaya triste papelón de la presidenta del país que debería fungir como uno de los líderes incuestionables de América Latina! Pero lejos de ello, Argentina está más aislada que nunca y al interior se agrave una preocupante conflictividad social. Corrupción, autoritarismo, mentiras, inflación galopante, demagogia, encono social, despilfarro, irresponsabilidad financiera, frivolidad, todo eso es el kirchnerismo.  
"Gobernar es definir conflictos y aún atizarlos...", publicó sin pudor alguno el fascistoide diario Página 12 en su editorial cuando sobrevino la inesperada muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Aludía este periódico/trinchera al lamentable método de gobierno que escogió el fallecido K y que ha mantenido su señora desde que la pareja llegó al poder: el confrontacionismo a sol y sombra contra quienes consideran sus adversarios. Confrontacionismo sin cuartel es hoy enarbolado por pensadores neopopulistas, por cierto que muy cercanos a los K, y cuya fuente original es el jurista alemán Carl Schmitt, rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público” y que mucho inspiró en Alemania al surgimiento del nazismo.

La democracia liberal considera que atizar conflictos sociales como método de gobierno lleva irremediablemente o a la perenne inestabilidad política o al autoritarismo. El mecanismo del "enemigo identificado" es el que utilizaron los fascistas para afirmase en el poder y pretextar el fin de la democracia. La política no está exenta de confrontación, está en su esencia misma, desde luego, pero la tarea de gobernar de forma constructiva consiste en encauzar estos conflictos y procurar darle salidas pacíficas y los más inclusivas posible, no en buscar eliminar a adversario. Atizar conflictos como forma de gobierno ha llevado y sigue llevando al totalitarismo. Es un sofisma aquella famosa cita de Clausewitz de que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". La verdad es que la guerra es la negación de la política.


Es cierto que Nestor Kirchner enarboló un decidido liderazgo en un momento difícil para Argentina, como hasta sus más enconados adversarios reconocen, reconstruyó la autoridad presidencial e inició la regularización de las quebradas finanzas argentinas, pero también él y su esposa han gobernado con un cariz autoritario en permanente conflicto con los otros poderes del Estado, en constante negación de las duras realidades económicas y recurriendo a todo tipo de argucias y recursos muchas veces ilegítimos en su afán por doblegar a críticos y adversarios. No es admisible que un sistema democrático tolere que al adversario ideológico o político se le convierta en encarnizado enemigo en aras de una concepción hegemónica del poder desprestigiada y obsoleta que destierra la exploración de los consensos, la tolerancia a quien piensa diferente y el respeto a la libertad.
Ha sido el alto costo de las materias primas que exporta Argentina el factor que ha permitido a la presidenta financiar sus estrategias clientelares, pero ya está tronando el cochinito.  Muchos analistas argentinos diagnostican que Cristina está atrapada en sus propias mentiras y en “referencias del mundo cuasi autistas” y no se entiende muy bien si lo hace porque no sabe, porque no quiere o porque ya no puede dimensionar los hechos, sobre todo aquellos que le explotan en la cara y van a contramano de sus deseos. Pero el drama es que la oposición al kirchnerismo sigue dividido y casi tan desorientado como la presidenta. En estos días se sabrá si los opositores por lo menos son capaces de frenar la iniciativa de reforma al Poder Judicial, intento de sojuzgar la impartición de justicia con el nombramiento y cese de jueces a dedo y con la instauración de nuevas Cámaras de Casación que la harán más lenta. También está pendiente si esta ineficaz oposición podrá imponerse en las elecciones legislativas de octubre. Hasta la fecha no han podido ponerse de acuerdo en el establecimiento de una alianza antioficialista, y ello a pesar de que los “cacerolazos” y las protestas callejeras crecen día a día. Lo que se juega es impedir una mayoría legislativa que abra la puerta a una reforma constitucional que permita la posibilidad de reelección de Cristina. De malo, a más malo y pésimo andan los argentinos con su clase política. ¿Les suena conocido?

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