Mal anda la
política en Argentina. Cristina Kirchner es su único referente relevante a
pesar de que su segundo mandato ha sido malo y va para catastrófico. Para
colmo, la buena viuda se ha dedicado en las últimas semanas a fungir como
vocera del gobierno venezolano, ¡Vaya triste papelón de la presidenta del país
que debería fungir como uno de los líderes incuestionables de América Latina!
Pero lejos de ello, Argentina está más aislada que nunca y al interior se
agrave una preocupante conflictividad social. Corrupción, autoritarismo,
mentiras, inflación galopante, demagogia, encono social, despilfarro,
irresponsabilidad financiera, frivolidad, todo eso es el kirchnerismo.
"Gobernar es definir conflictos y aún
atizarlos...", publicó sin pudor alguno el fascistoide diario Página 12 en
su editorial cuando sobrevino la inesperada muerte del ex presidente Néstor
Kirchner. Aludía este periódico/trinchera al lamentable método de gobierno que
escogió el fallecido K y que ha mantenido su señora desde que la pareja llegó
al poder: el confrontacionismo a sol y sombra contra quienes consideran sus
adversarios. Confrontacionismo sin cuartel es hoy enarbolado por pensadores
neopopulistas, por cierto que muy cercanos a los K, y cuya fuente original es
el jurista alemán Carl Schmitt, rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la
política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público” y
que mucho inspiró en Alemania al surgimiento del nazismo.La democracia liberal considera que atizar conflictos sociales como método de gobierno lleva irremediablemente o a la perenne inestabilidad política o al autoritarismo. El mecanismo del "enemigo identificado" es el que utilizaron los fascistas para afirmase en el poder y pretextar el fin de la democracia. La política no está exenta de confrontación, está en su esencia misma, desde luego, pero la tarea de gobernar de forma constructiva consiste en encauzar estos conflictos y procurar darle salidas pacíficas y los más inclusivas posible, no en buscar eliminar a adversario. Atizar conflictos como forma de gobierno ha llevado y sigue llevando al totalitarismo. Es un sofisma aquella famosa cita de Clausewitz de que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". La verdad es que la guerra es la negación de la política.
Es cierto que Nestor Kirchner enarboló un decidido liderazgo en un momento
difícil para Argentina, como hasta sus más enconados adversarios reconocen, reconstruyó
la autoridad presidencial e inició la regularización de las quebradas finanzas
argentinas, pero también él y su esposa han gobernado con un cariz autoritario
en permanente conflicto con los otros poderes del Estado, en constante negación
de las duras realidades económicas y recurriendo a todo tipo de argucias y
recursos muchas veces ilegítimos en su afán por doblegar a críticos y
adversarios. No es admisible que un sistema democrático tolere que al
adversario ideológico o político se le convierta en encarnizado enemigo en aras
de una concepción hegemónica del poder desprestigiada y obsoleta que destierra
la exploración de los consensos, la tolerancia a quien piensa diferente y el
respeto a la libertad.
Ha sido el alto costo de las materias primas que
exporta Argentina el factor que ha permitido a la presidenta financiar sus
estrategias clientelares, pero ya está tronando el cochinito. Muchos analistas argentinos diagnostican que
Cristina está atrapada en
sus propias mentiras y en “referencias del mundo cuasi autistas” y no se
entiende muy bien si lo hace porque no sabe, porque no quiere o porque ya no
puede dimensionar los hechos, sobre todo aquellos que le explotan en la cara y
van a contramano de sus deseos. Pero el drama es que la oposición al kirchnerismo
sigue dividido y casi tan desorientado como la presidenta. En estos días se
sabrá si los opositores por lo menos son capaces de frenar la iniciativa de
reforma al Poder Judicial, intento de sojuzgar la impartición de justicia con
el nombramiento y cese de jueces a dedo y con la instauración de nuevas Cámaras
de Casación que la harán más lenta. También está pendiente si esta ineficaz
oposición podrá imponerse en las elecciones legislativas de octubre. Hasta la
fecha no han podido ponerse de acuerdo en el establecimiento de una alianza
antioficialista, y ello a pesar de que los “cacerolazos” y las protestas
callejeras crecen día a día. Lo que se juega es impedir una mayoría legislativa
que abra la puerta a una reforma constitucional que permita la posibilidad de
reelección de Cristina. De malo, a más malo y pésimo andan los argentinos con
su clase política. ¿Les suena conocido?
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