A punto de
empezar el cónclave donde habrá de ser
electo el sucesor de Pedro, el mundo se plantea un gran interrogante: ¿qué nombre
elegirá el próximo papa? No es detalle menor. Nada de que “no por llamarse rosa
la rosa tiene su perfume”. El nombre será la primera decisión importante que tome
quien encabece los próximos años a la iglesia Católica y puede significar un mensaje del perfil político que
tenga el próximo papado. Muchos son los nombres que han adoptado los papas,
pero solo un puñado son los que han repetido de forma reiterada: Juan ha habido
23, siendo el apelativo más socorrido en la larga historia del papado, seguido por
Gregorio y Benedicto (16), Clemente (14), Inocencio y León (13), Pío (12), Esteban
y Bonifacio (9) Urbano y Alejandro (8). En el último siglo se han utilizado los
nombres de Pío, León, Juan, Pablo, Benedicto y -por supuesto- Juan Pablo,
primer y único nombre compuesto usado por los papas hasta la fecha. Escoger un
nombre en mucho puede identificar al nuevo papa con el precedente inmediato
anterior. Si el futuro sucesor de Pedro eligiera ser Benedicto XVII sería inevitable
deducir una continuidad con los ocho años del pontificado de Ratzinger, quien a
su vez escogió este nombre en homenaje al hombre que encabezó la Iglesia
durante el duro período de la Primera Guerra Mundial.
Se podría
pensar que un eventual Benedicto XVII estaría abocado a concluir con los
proyectos ya iniciados por su renunciante antecesor o incluso con la reforma de
la curia romana. Ahora bien, si el nuevo pontífice escogiera ser Juan Pablo
III, pues tendría que resignarse a vivir bajo la sombra del carismático Wojtila.
¿Qué tal Pablo VII? Dicen los que saben de estos temas que el Papa Montini,
quien fue Pablo VI, eligió ese nombre porque sugería una gran apertura
apostólica. Cultísimo y profundo, fue el papa que concluyó el histórico Concilio
Vaticano II, iniciado por el adorable Juan XXIII. ¿Un sucesor con el nombre de
Pablo o Juan? ¿Un pontífice que podría convocar a un nuevo Concilio? Ninguno de
los dos sería un nombre fácil de llevar.
El nombre
Pío está bastante quemado en virtud a que ha sido el nombre de algunos de los papas
más reaccionarios y controvertidos de la historia. Pío VII fue encarcelado por
Napoleón. Pío IX fue intensamente anti republicano y antidemocrático y vio
extinguirse el poder terrenal de los papas, Pío X condenó las nuevas tendencias de la modernidad,
Pío XI fue el artífice de los Pactos de Letrán con Mussolini, el siniestro
papel de Pío XII es objeto de gigantescos cuestionamientos. Es por todo esto que llamarse Pío XIII sería
considerado como una iniciativa conservadora muy en línea con la tradición
preconciliar. De este nombre, mejor ni pío. Gregorio evocaría, también, a antecedentes
de papas demasiado oscurantistas. León
está disponible desde 1903, cuando murió el papa Pecci, o sea León XIII,
artífice de la encíclica Rerum Novarum. El tema de los derechos sociales consagrados
en ese documento es de enorme actualidad.
Inocencio se
prestaría a tremendas cabuleadas: ¡Ay Inocencio, otra vez! se oiría exclamar en
las regiones de habla hispana cada vez que la regara. Sixto sería simpático, ya
que le tocaría ser Sixto Sexto. Clemente se han llamado algunos de los más
infames papas de la historia, tan malos que aun después de siglos son difíciles
de olvidar. Alejandro es un nombre poco modesto que, además, evocaría los malignos
recuerdos de los Borgia. Nadie ha osado llamarse Pedro II, o al menos hasta hoy
ninguno lo ha intentado. Improbable será también que el nuevo Papa se decidiese
por algún nombre en franco desuso como Simaco, Teófilo, Sósimas, Lino, Hilario
o Telesforo. Más neutral y políticamente correcto sería decidirse por nombres
como el de Esteban, Nicolás, Sergio, Martín o Adriano cuyos antecedentes son
demasiado lejanos y desconocidos como para sacarle ronchas a nadie. En fin,
veamos cual es el mensaje que le manda al mundo el próximo Papa.
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