viernes, 26 de octubre de 2007
Silvio Berlusconi: El Italiano Quintaescencial
Prestidigitador, payaso, primer ministro de cabaret, verdulero, incompetente, vulgar, fascista, antidemocrático, incapaz, analfabeto, mitómano y, sobre todo, cínico. Mejor dicho, "el mayor de los cínicos". Todos estos son los apelativos que más se repiten cuando la mayor parte de los italianos se refieren a Silvio Berlusconi, el hombre más rico del país que ha sido el jefe de Gobierno italiano que más tiempo ha durado (cinco años) en el poder desde 1945, y también el que más veces ha sido perseguido por la Justicia (12), quien acaba de perder el poder por una pizca frente a la coalición de centroizquierda liderada por Romano Prodi. Y más que preguntarse por qué Berlusconi ha perdido ante una figura que dista un universo de ser arrebatadora, como la del gris Prodi (el político que más se parece al tío de la familia que todos hemos tenido, tan honorable como letárgico) sería útil tratar de desentrañar por qué este magnífico tramposo ha podido ser candidato y ganar dos veces las elecciones legislativas.
Lo que parece de cajón es que, en contraste con la politique politicienne de la pintoresca Primera República Italiana, decorada de cohechos, corrupción y clientelismo, la figura de Berlusconi atrajo a los italianos, que habían dicho “basta” a la política convencional, y decidido dar su oportunidad a otro tipo de feriante. Eso es sin duda cierto, pero, quizá, tan sólo la punta del iceberg. Italia es un país cínico, católico y mediterráneo. El puñado de certezas de sus habitantes es limitado, porque, aun constituyendo una nación de inveterados optimistas, nadie ignora que, como dice el novelista barcelonés Enrique Vila-Matas, todo acaba siempre mal.
A la Italia de la posguerra le fue, cuando menos desde un punto de vista económico, estupendamente bien. Ese país, sexto o séptimo más rico del mundo, se edificó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años ochenta, durante la ya citada “Primera República”, cuando la célebre “revolución de los jueces”derribó por corruptos, uno tras otro, a los políticos tradicionales del trípode dominante democristianos-comunistas-socialistas. Tras la debacle, un abanico de nuevas fuerzas arribo al escenario para sustituirle.
Sucede que los italianos no buscaron honradez, ni simplemente eficacia, en su búsqueda para encontrar a alguien diferente que dirigiera el país. Los italianos nunca tuvieron motivo para creer en la honradez de Berlusconi. Como pueblo educado en el sabio principio católico del lucrum cessans, no podía confundir con una muestra de limpieza de espíritu que alguien quisiera ser a la vez jefe de Gobierno y dueño del 90% de la información televisada del país. Y si cabía alguna duda de la no idoneidad de Silvio Berlusconi para ejercer la cosa pública, la docena de procesos iniciados contra su persona, y la serenidad con que se libraba de ellos haciendo aprobar leyes que le dejaran a salvo por prescripción del delito, no podían dar lugar a engaño.
Italia votaba -y en buena medida lo sigue haciendo- a alguien que sabe que difícilmente va a ir al cielo, pero que tiene dos méritos esenciales: tener mucho dinero, que es lo que deseamos todos en el mundo occidental, pero los italianos sí lo reconocen; y alguien a quien poder mirar, pese a todo, por encima del hombro: un ser de una vulgaridad y un mal gusto excepcionales, pero exitoso en la vida. Un reconstituyente vital para una nación antigua que estaba ya francamente harta de jefes de Gobierno tan parecidos entre sí, personajes de alta cultura frecuentemente vaticana, de De Gasperi a Andreotti, (y alguno de ellos hasta experto en Santa Teresa), miembros todos de un círculo íntimo y elitista, del centro-izquierda para la derecha, y que eran capaces de aburrir hasta a las ostras.
En contaste con todo ello, Silvio Berlusconi, con su aspecto de guiñol de sí mismo, pagliacci itinerante, estrambótico estruendoso que era capaz, parecía, hasta de creer en su propia inmortalidad, les hacía sentir a todos los italianos como mucho más en democracia. Berlusconi es el italiano quintaescencial, como en alguna medida lo fue Cola di Rienzo, Mussolini o Crispi (por citar sólo a sus políticos más representativos). Con Berlusconi los italianos se sentían cómodos por que con el show cotidiano que les ofrecía desde el poder veían un espejo en el que se identificaban todos. Esta es la idea central de “El Caimán”, filme que Nino Moretti estreno días antes de la elección, en el que se hace una parodia del régimen berlusconiano.
La odisea berlusconiana ha tenido un epílogo fenomenal. Un verdadero monumento a la justicia poética. Asombra ver como ni la corrupción, ni la incompetencia, ni una vulgaridad que había dejado varias veces en ridículo a Italia en el extranjero por los excesos retóricos del jefe de gobierno, ni siquiera la desastrosa situación económica que presenta Italia tras cinco años de Berlusconismo bastaron para sentenciar el fin del il Policcinela di Milano. Como Reineke el Zorro, Berlusconi es un bribón que acabó cayendo víctima de sus propias trampas. A sabiendas de que se avecinaba una difícil elección, cambio la ley electoral meses antes de los comicios con objeto de tratar de asegurarse cinco años más en el poder.
Con la reforma se regresó al denostado sistema proporcional, abolido por habérsele señalado como culpable de la partitocrazia que, supuestamente, tanto daño había hecho en la Primera República, se estableció una “cláusula de gobernabilidad” que habría la puerta de la mayoría absoluta automática en la Cámara de Diputados a la coalición que obtuviera más votos en las urnas, fuere cual fuere la diferencia, y se otorgó el voto a los italianos que viven en el extranjero. Berlusconi estaba convencido que el voto de los inmigrantes le beneficiaría ampliamente. Irónicamente, a pesar de su ajustadísima victoria (apenas unos 25,000 votos de ventaja) Prodi podrá gobernar gracias a la susodicha “cláusula de gobernabilidad”, ya que tendrá una forzada mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, y a que fue gracias a los sufragios del extranjero que a izquierda recuperó el Senado, donde Berlusconi se había alzado con el triunfo, aunque mínimo, con 155 senadores frente a 154, pero el recuento de los sufragios de los cinco continentes desniveló la balanza en favor de la izquierda (159 contra 156), con lo que ésta controlará las dos cámaras del Parlamento.
Vaya un fin digno tragico-comico para ese gran farsante y cínico que es Silvio Berlusconi, cuyo epitafio pronunció Dario Fo al conocer los resultados de la elección: "Siempre se puede reír tras una tragedia. Y la de Berlusconi es la tragedia hilarante de un hombre ridículo".
Coglioni a la mexicana
¿Cuál es la enseñanza que podemos sacar los mexicanos de las elecciones que se perpetraron en Italia, poco antes que las nuestras? Pues saquen ustedes sus conclusiones. Silvio Berlusconi se la pasó haciendo una vulgar “campaña de miedo” a la que aderezó con algunos bellos insultos. “Venceremos porque no somos pendejos”(coglioni)”, desplegó así toda su capacidad intelectual durante un mitin en el que los asistentes saltaban (contagiados por la emoción y la estupidez del líder) al grito de “¡un brinco, dos brincos, comunista el que no brinque!”. Está visto que, a ya 16 años del derrumbe del Muro de Berlín, sacar todavía a pasear al perro comunista despierta las bajas pasiones en mucha podredumbre (perdón, quise escribir “muchedumbre”).
Cuando los efectos del chiste pasaron, don Silvio soltó una reflexión más “profunda: “No se trata de elegir entre Berlusconi y Prodi, si no entre dos modos radicalmente distintos de ver la vida, la persona y el Estado”. Y se quedó tan chicho. Porque, por lo visto, sólo hay dos modos de ver la vida en Italia, en México y en el género humano. Es la perversión máxima de estos cretinos disfrazados de politicastros. O estás conmigo o contra mí. O eres de los buenos, o de los malos. ¡Y la verdad es que ellos (los grillos de pacotilla) son los que están contra TODOS durante TODOS los días del año en que no hay campaña electoral! Pero al final, siempre consiguen arrastrar hasta a los más escépticos. Y la inmensa y silenciosa mayoría acude como corderitos a las urnas para sumarse con la papeleta del voto a una de las dos facciones en disputa. Ya sea porque somos unos socialistas irredentos que “no podemos dejar sola a la pobrecita izquierda” - ni por que su candidato sea un analfabeto salido de los pantanos de Macuspana-, o por que le tenemos miedo a la naquiza que envidia nuestras pertenencias y, encima, quiere imponernos el matrimonio homosexual y el aborto. Luego, una vez tranquila nuestra conciencia progre ó nuestro arribismo clasemediero, regresamos a las catacumbas a contemplar el espectáculo desde la televisión o a criticar el engendro sexenal y ¡hasta la próxima! Fin de la farsa.
En México las coincidencias con la “guerra sucia” a la italiana fueron obvias. Por un lado, Calderón y sus estrategas no se cansaron de advertirnos del “inminente peligro” para México que representaba el Peje y la distinguida fauna que lo acompaña. Fueron meses de tragarnos toda su parafernalia hipócrita destinada a asustar a los sufridos Meshicas. ¡Te van a quitar todo lo que tienes! Advertían constantemente a las acaudaladas mayorías. Por otro lado, el avezado candidato de esa cosa que se supone es la izquierda mexicana (tan dignamente representada por la trinca PRD-PT.Convergüenza), no cesaba de fustigar a los “pirrurris” en una muy vernácula versión de la lucha de clases y de anunciarnos el inminente advenimiento de una “nueva época”, con un “nuevo modelo económico”, tan radicalmente distinto como el que diferenció la administración del Peje con sus gaznápiros antecesores. ¡Toda una galaxia de diferencia, según nos consta a los chilangos! ¿Verdad? Ahora sí, a gozar con el Peje de la arcadia perredista, con retrato de Juárez incluido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario