El intento de Boris
Johnson de suspender el periodo de sesiones del Parlamento durante cinco
semanas con el propósito de facilitar un Brexit “duro” ha sido una triquiñuela
legal insólita para un país con las tradiciones democráticas y parlamentarias
del Reino Unido y es un ejemplo más de la forma como dirigentes populistas deforman
la ley y las instituciones con el propósito de cumplir sus metas sin mediar escrúpulo
alguno.
El Brexit ha sido un
desastre y será mucho peor cuando se aprecien en todo su rigor en el Reino
Unido las consecuencias de una salida sin acuerdo, la cual, desde el punto de vista
de la inmensa mayoría de los analistas internacionales perjudicará, sobre todo,
a los ciudadanos británicos.
Gran Bretaña corre el
peligro de devaluar su democracia ante el mundo a manos de un gobernante
fanfarrón y narcisista. Una nación cuyo ejemplar régimen constitucional consuetudinario
había logrado sobrevivir a siglos de avatares históricos gracias a su
flexibilidad, a la prudencia de sus dirigentes y a la vigencia de sólidas convenciones
democráticas fundamentales las cuales ninguno de los gobernantes modernos de la
Gran Bretaña se había atrevido a adulterar o desfigurar.
Hoy un líder
inescrupuloso deshonra estas tradiciones y rebaja al Reino Unido casi al nivel
de una república bananera, un ejemplo más de la forma como demagogos con perfil
autoritario recurren a argucias legaloides para consolidar su poder.
La artimaña de Johnson es
parte de la tendencia global presente en cada vez más países del planeta con regímenes de tendencia crecientemente
autoritaria. "El plan de Johnson es legal, pero fuerza al límite las convenciones
sobre las que se basa la Constitución británica. Su estratagema no es más que
un ejemplo del cinismo que carcome a las democracias occidentales", publicó
en una editorial la revista The Economist.
Ejemplos de estas tergiversaciones
a la ley y a las instituciones democráticas abundan en el pasado reciente. Los “Hombres
Fuertes” de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Rusia, Turquía, Hungría y tantas naciones
más estiran y tuercen al límite a la ley, la abusan, la reforman “a modo” y así
desvirtúan y/o desmantelan instituciones a nombre de la “verdadera democracia”
y “del pueblo”. Se proponen minar los contrapesos implícitos en la división de
poderes, reducir los márgenes de la libertad de expresión, acortar los mecanismos
de rendición de cuentas y ampliar, arbitrariamente, los mandatos de los
gobernantes.
La jugarreta de Johnson
provocó una airada reacción de los demócratas británicos. El Parlamento, con
las cruciales votaciones de ayer y hoy, podría frenar semejante despropósito.
Esa es precisamente la
actitud a asumir frente a los embates de los autoritarios: denuncia y protesta
activa. Porque si los ciudadanos no defienden la democracia a tiempo, el
proceso de deterioro se vuelve considerablemente difícil de revertir.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna
Hombres Fuertes, 4 de septiembre de 2019