miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cínicos y Tramposos



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El intento de Boris Johnson de suspender el periodo de sesiones del Parlamento durante cinco semanas con el propósito de facilitar un Brexit “duro” ha sido una triquiñuela legal insólita para un país con las tradiciones democráticas y parlamentarias del Reino Unido y es un ejemplo más de la forma como dirigentes populistas deforman la ley y las instituciones con el propósito de cumplir sus metas sin mediar escrúpulo alguno.

El Brexit ha sido un desastre y será mucho peor cuando se aprecien en todo su rigor en el Reino Unido las consecuencias de una salida sin acuerdo, la cual, desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los analistas internacionales perjudicará, sobre todo, a los ciudadanos británicos.

Gran Bretaña corre el peligro de devaluar su democracia ante el mundo a manos de un gobernante fanfarrón y narcisista. Una nación cuyo ejemplar régimen constitucional consuetudinario había logrado sobrevivir a siglos de avatares históricos gracias a su flexibilidad, a la prudencia de sus dirigentes y a la vigencia de sólidas convenciones democráticas fundamentales las cuales ninguno de los gobernantes modernos de la Gran Bretaña se había atrevido a adulterar o desfigurar.

Hoy un líder inescrupuloso deshonra estas tradiciones y rebaja al Reino Unido casi al nivel de una república bananera, un ejemplo más de la forma como demagogos con perfil autoritario recurren a argucias legaloides para consolidar su poder.
La artimaña de Johnson es parte de la tendencia global presente en cada vez más países del planeta con  regímenes de tendencia crecientemente autoritaria. "El plan de Johnson es legal, pero fuerza al límite las convenciones sobre las que se basa la Constitución británica. Su estratagema no es más que un ejemplo del cinismo que carcome a las democracias occidentales", publicó en una editorial la revista The Economist.

Ejemplos de estas tergiversaciones a la ley y a las instituciones democráticas abundan en el pasado reciente. Los “Hombres Fuertes” de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Rusia, Turquía, Hungría y tantas naciones más estiran y tuercen al límite a la ley, la abusan, la reforman “a modo” y así desvirtúan y/o desmantelan instituciones a nombre de la “verdadera democracia” y “del pueblo”. Se proponen minar los contrapesos implícitos en la división de poderes, reducir los márgenes de la libertad de expresión, acortar los mecanismos de rendición de cuentas y ampliar, arbitrariamente, los mandatos de los gobernantes.

La jugarreta de Johnson provocó una airada reacción de los demócratas británicos. El Parlamento, con las cruciales votaciones de ayer y hoy, podría frenar semejante despropósito.

Esa es precisamente la actitud a asumir frente a los embates de los autoritarios: denuncia y protesta activa. Porque si los ciudadanos no defienden la democracia a tiempo, el proceso de deterioro se vuelve considerablemente difícil de revertir.

Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna


Hombres Fuertes, 4 de septiembre de 2019


Los Siete ya no tan Fuertes



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El G-7 es una institución atípica. Fue fundada en el ya muy lejano año de 1975 como  un esfuerzo para tratar de otorgar liderazgo político colectivo del más alto nivel al bloque capitalista en el mundo de la Guerra Fría mediante la reunión anual de los líderes de las, a la sazón, siete naciones más industrializadas.

Su tarea fue servir como instancia informal creada con el propósito de evitar los grandes e ineficaces encuentros multilaterales los cuales, la mayor parte de las veces, concluían en atrofia y burocratismo. Se pretendía agilizar las relaciones entre “los verdaderamente importantes” mediante un mecanismo de diálogo directo y espontáneo.

Hoy, muchos ven en el G-7 una obsolescencia del siglo XX. Los  integrantes de este grupo hace tiempo dejaron de ser las únicas y verdaderas potencias económicas del planeta. En los años setenta los siete acumulaban poco más del 70 por ciento del PIB mundial, pero hoy representan poco menos del 40 por ciento.

Peor aún, hoy en un mundo contaminado por el auge de populismos, nacionalismos y nuevos autoritarismos, los siete ya no defienden con  el mismo ahincó del principio sus pretendidos  valores comunes: democracia, libre mercado, derechos humanos y vigencia del derecho internacional.
Dos de sus miembros más conspicuos, Donald Trump y Boris Johnson, son políticos poco afectos al multilateralismo y a los compromisos globales.
A ello debe sumarse la debilidad actual de tres gobernantes: Italia tiene un gobierno de transición (y la amenaza demagógica de Salvini), Trudeau enfrentará pronto una difícil elección y Merkel va de salida.

Fue el anfitrión de la pasada cumbre en Biarritz, Emmanuel Macron, el único más o menos capaz de echarse al hombro la agenda global. Algo logró en la cuestiones de seguridad mundial en los casos de Irán y Libia. Pero con la principal potencia mundial gobernada por el proteccionista y nacionalista Trump es imposible avanzar demasiado en el renglón  de la liberalización de mercados, así como en la protección del ambiente y la promoción mundial de la democracia y los derechos humanos.

¿Puede hacer algo el G-7 para renovarse? Durante la crisis financiera de 2008 surgió el G-20 con un formato más representativo, pero el cual pronto demostró sus limitaciones y su falta de capacidad para arribar a decisiones de envergadura.

Una propuesta de realpolitik consiste en incluir en el G-7 a India y China, readmitir a Rusia (expulsada tras la invasión de Crimea) y convertirlo en un foro de diálogo periódico dedicado primordialmente a los temas de seguridad global como el desarme, la lucha contra el terrorismo y las amenazas contra la paz, para dejar -en general- el resto de los asuntos a otras instancias. Una triste y limitada opción, pero quizá la única viable en este momento.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna

Hombres Fuertes, 28 de agosto de 2019

¡Muera la Inteligencia!



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Los “hombres fuertes” se presentan como defensores de la gente común contra los elitismos políticos y académicos. Desconfían del razonamiento, la ciencia y la técnica. Depositan toda la fe en los bondadosos instintos del pueblo y en su infalible “sentido común”.

La irracionalidad ayuda al fortalecimiento del Caudillo y su “conexión especial con el pueblo”. Por eso jamás enumeran entre sus virtudes la capacidad técnica, sino más bien su maravillosa “sensibilidad”.
Por eso en sus discursos los llamamientos emocionales dominan siempre sobre los planteamientos racionales. “La razón paraliza, la acción moviliza”, decía Mussolini. No se trata de hacer pensar a los seguidores, sino de movilizarlos.

Frente a las sofisticaciones intelectuales y complejidades de la existencia humana contraponen una cosmovisión maniquea la cual procura simplificar todo y reducirlo al sencillo contraste blanco/negro.

El antiintelectualismo tiene una larga tradición en los Estados Unidos. Según Richard Hofstadter tuvo sus orígenes en características estadounidenses anteriores a la fundación de la nación: la desconfianza ante la modernización laica, la preferencia por soluciones prácticas a los problemas y la influencia devastadora del evangelismo protestante en la vida cotidiana.

Trump es reflejo de esto. Sabe emocionar a sus auditorios, los cuales se sienten asediados por las minorías, marginados por el establishment de Washington y perciben a sus valores conservadores menospreciados por las elites políticas e intelectuales.

Pero no solo en Estados Unidos. En todos los populismos de izquierda y de derecha y en las mendaces demagogias al alza hoy en los cinco continentes siempre se encuentra un acendrado odio a la inteligencia.

Acorde a esta tendencia, el internet se ha convertido en el imperio de la antiinteligencia y los “hechos alternativos”. Es el paraíso donde cualquier insensatez puede encontrar eco así sea de lo más disparatada, peligrosa o falsa.

Este fenómeno debe mover a la reflexión a quienes defendemos un orden político liberal porque evidencia la dificultad creciente de lograr consensos racionales para unir a las sociedades, significa una discordia entre la libre deliberación democrática y el conocimiento experto y contrapone a las distintas formas de construir certezas sobre el mundo.
Ciencia frente a pensamiento mágico. Hechos contra posverdad. Lo complejo versus lo simple.

Estas tensiones son los rasgos primordiales de un conflicto cultural, el cual implica, entre otras cosas, el rechazo a ciertos cambios económicos y tecnológicos muchas veces causantes de exclusión social. Por eso comprenderlo en toda su amplitud es axial para poder superar la actual crisis de la democracia.

La reacción antiintelectual debe ser concebida como una oportunidad. La mejor forma de enfrentarla es entender, con cierta humildad, las limitaciones del saber experto. Es fundamental, sí, gobernar de acuerdo a los dictados de la racionalidad, pero es inaceptable hacerlo con una actitud displicente ante las tradiciones culturales y las necesidades sociales.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna 

Hombres Fuertes, 21 de agosto de 2019


domingo, 18 de agosto de 2019

El Club de los “Boca Floja”




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Rasgo común en los gobernantes populistas de la actualidad es utilizar un lenguaje llano, directo y ramplón para mantenerse cerca del pueblo y contrastar con las élites políticas tradicionales. En muchas ocasiones esta pretendida “sencillez en el discurso” se traduce en lenguaje de odio. Las consecuencias pueden ser fatales.


Los nuevos políticos renuncian a la “corrección política”, a los tecnicismos y las palabras complejas. Recurren a los chistes, los denuestos, la trivialidad y los apodos. 


Hasta no hace demasiado tiempo muchas de estas salidas de tono y gafes hubiesen significado la ruina de un político. Ya no es así.


Utilizar conceptos rebuscados es característica de las élites. Por eso los populistas usan un lenguaje común. Eso los hace aparecer como más “auténticos” y como buenos “comunicadores”.


"Yo soy así", nos dicen. Sostienen posturas polémicas y declaraciones inflamatorias porque hacen caso a los “dictados del corazón”. Son honestos, aunque su “sencillez” implique abiertas agresiones a minorías, opositores y críticos.  


Al hablar no ponderan ni el impacto de sus palabras ni la verdad de sus afirmaciones. Trump es el gran maestro de esto. Su oratoria soez, gritos destemplados, eslóganes elementales, chistes vulgares y comentarios misóginos le permiten presentarse como un  “antipolítico” enemigo del tedio de la democracia tradicional. Apela a los instintos más bajos del electorado, explota sin escrúpulos prejuicios y odios.


Expresiones irresponsables capaz de incentivar tragedias. Muchos consideran al lenguaje de odio de Trump como responsable indirecto de la matanza perpetrada en El Paso.


Putin es famoso por sus actitudes pedestres, Duterte no detiene sus vituperios ni tratándose del Papa, Boris Johnson es famoso por sus dislates, Salvini está a punto de convertirse en primer ministro en buena medida gracias a su chabacanería, Maduro lanza cotidianamente peroratas con un lenguaje tabernario contra las élites y nada reprime la desenfrenada y ofensiva verborragia de Bolsonaro. Y no son los únicos casos de gobernantes parlanchines y erráticos.


Es el club de los “Boca Floja”, demagogos quienes buscan reforzar cercanía con el pueblo base de propalar un día sí y otro también mentiras, insultos, amenazas y toda una gran gama de sandeces para azuzar odios y reforzar prejuicios. Algunos, incluso, pontifican.


Este discurso sencillo y rudo conecta con mucha gente, especialmente con el electorado menos formado, pero también implica riesgos, sobre todo para países con la necesidad de generar confianza para la inversión e incentivar la economía. 


Uno de los problemas de los populistas reside en su convicción de representar solo a un segmento de la sociedad incluso cuando llegan al poder, olvidando su obligación de gobernar para todos. 


En vez de crear consensos prefieren incitar, ofender y generar enfrentamientos. Ese comportamiento los mantiene en el centro de la atención, pero puede terminar por  acarrearles innecesarias complicaciones.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna 
Hombres Fuertes, 14 de agosto de 2019

lunes, 12 de agosto de 2019

Hombres Fuertes vs Medio Ambiente




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Casi todos los “hombres fuertes” de la actualidad son enemigos del medio amiente, y lo son porque es un tema que no reditúa en las urnas. Encabezan gobiernos dedicados a obtener el aplauso fácil, las relecciones ilimitadas, la popularidad a ultranza. Por eso son eminentemente cortoplacistas y rehúyen de las verdades incómodas.


Jair Bolsonaro se ha convertido en el villano antiambientalista más notable del planeta.  Proteger la selva amazónica era prioridad para los gobiernos democráticos de Brasil, pero Bolsonaro califica esto como un “obstáculo al progreso”. 


Desde el inicio del actual régimen la parte brasileña de la Amazonía ha perdido más de 3,000 km cuadrados de área boscosa, un aumento del 39% respecto del mismo período del año pasado. Ah, pero Bolsonaro tiene “otras cifras” y descalifica éstas, las cuales proceden de su propio gobierno.

El presidente brasileño ha reducido en un 24% los presupuestos destinados a la protección ambiental. “Políticas de austeridad”, les llaman.

También ha erradicado multas ambientales por considerarlas una "industria" la cual “fomenta la corrupción”, y desautoriza las críticas internacionales a tales posturas calificándolas como “complot”. "Vamos a profundizar nuestra investigación para ver si se divulgaron de mala fe esos informes, para perjudicar al gobierno actual y desgastar la imagen de Brasil", declaró vehemente. 


Desde luego, Bolsonaro no es el único. Donald Trump es conocido por su analfabetismo en materia medioambiental. Ha negado en múltiples ocasiones la vinculación entre el calentamiento global y la acción humana. Ha considerado al concepto “calentamiento global” como un invento de los chinos para afectar a la industria manufacturera de los Estados Unidos y criticado en numerosas ocasiones el supuesto costo económico del ecologismo. El gobierno de Trump también se han encargado de debilitar a la Agencia de Protección Ambiental haciendo recortes de hasta el 30% a su presupuesto.


Para él, el ruido de los molinos generados por la energía eólica causa cáncer. 


Bolivia tiene en su constitución estrictas medidas de protección ambiental y aprobó la Ley de los Derechos de la Madre Tierra, pero la exhaustiva exploración de hidrocarburos, la construcción de represas, la ejecución de carreteras y la expansión agrícola están en contra de estas disposiciones. De continuar la tendencia de pérdida de bosques para el 2050 Bolivia habrá perdido la mitad de su cobertura forestal


En Ecuador sucedió algo similar con Rafael Correa: en la Constitución se incluyeron muy pomposamente los “Derechos de la Naturaleza”, pero la políticas extractivistas del gobierno arruinaron muchas zonas presuntamente protegidas, esto bajo la mirada preocupada de ecologistas y comunidades indígenas y campesinas. Incluso el propio Correa llegó a criticar las disposiciones constitucionales por representar, según él, un “exceso de garantismo”.


Los demagogos siempre aplazan sistemática y continuamente las decisiones difíciles. No les interesa el futuro.

Pedro Arturo Aguirre

Publicado en la columna Hombres Fuertes, 7 de agosto 2019

viernes, 2 de agosto de 2019

El evo de Evo





“El evo tiene principio, pero no fin”.

Hace unos días el incombustible presidente de Bolivia, Evo Morales, dio inició a su campaña electoral rumbo a una nueva reelección como presidente de Bolivia.
Una candidatura a todas luces ilegal por incumplir el límite constitucional e ignorar el resultado del referéndum celebrado en 2016, el cual rechazó la reelección.

Para eludir la legalidad, Evo denunció un supuesto “engaño” del cual había sido víctima “La voluntad popular” y apeló a los “movimientos sociales”, los cuales “reclamaban” su permanencia en el cargo.

Se puso en juego una especie de “realidad paralela” para avasallar a los andamiajes legales e institucionales, argucia cada vez más común en Latinoamérica.
De esta forma, el Tribunal Constitucional boliviano avaló la reelección indefinida bajo el argumento de defender el “derecho humano” del presidente a presentarse a un cargo de elección popular.

Será la cuarta elección presidencial para Evo, quien, cabe recordar, también se impuso en un referéndum revocatorio en 2008. En aquella ocasión, Morales declaró “No tengo miedo al pueblo, que el pueblo diga su verdad, que el pueblo nos juzgue”. Y remató:  “Seguimos haciendo historia”

No es casual la larga permanencia de Evo en el poder, durante su largo gobierno se ha dado lugar a un crecimiento económico sin precedentes y a la reducción de los índices de pobreza. El PIB per cápita se triplicó, las reservas crecieron sostenidamente y la inflación quedó bajo control.
Sin embargo, la economía boliviana depende, en un porcentaje demasiado elevado,  en la exportación de gas a Brasil y Argentina. La economía no se ha diversificado, no se logró la industrialización y no hay otras fuentes de generación de ingreso más allá de las tradicionales actividades extractivas.

No se verificó ninguna transformación económica, pero por un  largo período Bolivia se vio beneficiada por el incremento en los precios de sus materias primas.
A Evo también lo ha favorecido la mala calidad de sus opositores: desunidos y desprovistos de programas de gobierno realmente alternativos.

Pero la esencia, el verdadero secreto de la perdurabilidad de Evo y otros hombres fuertes de corte populista en el poder es la capacidad de generar clientelas fuertes. Y para ello se necesitan cuantiosos recursos económicos.

Morales, Correa, Chávez, Putin, Erdogan, Ortega, todos en algún momento han declarado ser “renuentes” a la reelección, pero acaban cediendo por considerar a la alternancia como algo "peligroso" para sus “muchos logros y transformaciones sociales”.

Se sienten “indispensables”, de hecho, “providenciales”. Nadie mejor para completar la tarea de “hacer historia”, nadie más competente en la noble tarea de “emancipar a los pobres”.

Ya no se pertenecen, por eso, al final, ceden a la exigencia reeleccionista  del Pueblo y se sacrifican por una eternidad si es necesario.

Y el Pueblo manda, ¿O no?


Pedro Arturo Aguirre


Publicado en la columna Hombres Fuertes del diario ContraRéplica, 31/07/19

domingo, 28 de julio de 2019

Tiempos Oscuros


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“El odio es el sentimiento más fácil de promover.

 Las masas pueden movilizarse sin creer en Dios,

pero jamás sin creer en el diablo”

Alberto Moravia



La democracia norteamericana alcanzó uno de los niveles más bajos de su historia la semana pasada con los viles ataques del atrabiliario Donald Trump contra cuatro legisladoras demócratas de distintos orígenes étnicos, primero en su ya infame cuenta de Twitter y luego en un lamentable mitin ante una muchedumbre exaltada.

Como el buen populista que es, Trump es hábil cuando necesita presentar una narrativa de héroes y villanos. Por eso el discurso de odio será el eje de su campaña rumbo a la reelección en 2020.

La idea es reforzar su popularidad entre la clase trabajadora blanca, atraer el mayor número posible de votantes temerosos de los cambios culturales y explotar al máximo los prejuicios de la xenofobia.

Trump escogió como objetivos de sus ataques a cuatro nuevas congresistas demócratas, todas parte del ala más progresista del Partido Demócrata, de hecho, algo ingenuas, para tratar de instigar en la campaña no solo el odio racial, sino el miedo al “socialismo”.

Estrategia ruda, falaz y cínica, inadmisible desde el punto de vista de cualquier buen estadista con vocación democrática.

Evidentemente, no es este el caso de Donald Trump, a quien no le importa legitimar cualquier forma de rechazo y discriminación con tal de ganar en las urnas.

El odio se hace presente cada vez con mayor fuerza en las calles, colegios, lugares de trabajo y las redes sociales. Estados Unidos ha registrado en los últimos tres años un crecimiento constante de los denominados “crímenes de odio”, aquellos motivados por razones de raza, color de la piel, religión, orientación sexual, discapacidad e identidad de género.

El informe más reciente del FBI reporta un incremento en los crímenes de odio de casi 17 por ciento en 2017 respecto del año previo.

El radicalismo político siempre se ha nutrido de las retóricas intransigentes y el simplismo conceptual. Desgraciadamente, en demasiadas ocasiones estas falacias encuentran eco en las urnas.

Pero la estrategia del odio puede resultar contraproducente. O por lo menos eso uno quisiera pensar.

En el caso de Estados Unidos, Trump corre el riesgo de al movilizar a sus bases más radicales haga los mismo con las de los demócratas, además de provocar a un número creciente de electores independientes de educación alta y media, poco proclives al discurso de odio, en particular las mujeres, segmentos los cuales, en buena medida, votaron contra los republicanos en las legislativas de 2018.

Combatir a la irracionalidad con inteligencia, el odio con empatía hacia el otro, la intransigencia con diálogo y el simplismo conceptual con información real y verificable. Todo eso suena bien.

Pero estos son tiempos oscuros

 Pedro Arturo Aguirre

Dictadores y Moralina




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Muchos dictadores tienen la característica de ser tenaces predicadores y adalides de la moral. 

Los regímenes socialistas, por ejemplo, suelen presentarse bajo el ropaje de una supuesta “superioridad moral”, la cual castiga las pretensiones del lucro y el egoísmo individualista para dar lugar a la edificación de un “Hombre Nuevo” exclusivamente motivado por la ética del “bien común”.

Nada de perseguir incentivos materiales o de procurar fines individuales en un ámbito de libertad, sino buscar la purificación mediante el sacrificio a la comunidad.

Ello, desde luego, va en contra de la naturaleza propia de los seres humanos y, como se ha visto en reiteradas ocasiones a lo largo de los últimos tiempos, tratar de trasmutar bajo coacción a un sujeto en un ser celestial requiere de tratamientos brutales y siempre ha fracasado de forma estrepitosa y trágica.

Como único resultado plausible, las tiranías socialistas solo han logrado derruir a sus países mientras proclaman muy nobles intenciones.

Por su parte, muchos déspotas de derecha se han tratado de legitimar mediante la defensa de la religión. Regímenes ominosos como el de Franco en España, Pavelic en Croacia, Trujillo en Dominicana y tantos más fueron cercanos aliados de la Iglesia Católica e impusieron sus limitados criterios morales.

Los fundamentalismos islámicos son aún más violentos en sus métodos.

Poseer cualidades de predicador ha estado presente en dirigentes megalómanos obsesionados con su paso a la “Historia”, pero también con la educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos, sino también en los morales y personales.

En ocasiones, estos dictadores  han escrito “grandes obras” llenos no solo de sus “verdades” ideológicas, sino también constituyen manuales de moral y buen comportamiento ciudadano.

Algunos esperpénticos ejemplos de esto lo dan el Ruhnama del insólito dictador de Turkmenistán Niyázov, el Libro Verde de Gadafi, la idea Juche de Kim Il Sung, el póstumo Libro Azul de Chávez, la “comunocracia” del guineano Ahmed Touré y el libro de citas de Mao.

Estas obras han sido o son  eran libros de texto obligatorios en las escuelas desde la educación elemental hasta la universitaria porque representan “la forma más simple de entender el mundo”, contienen “la solución a todas las cosas” y describen la forma de “comportamiento ideal del buen ciudadano”.

El liberalismo toma al ser humano tal como es y entiende su naturaleza como compleja e irreductible.

Para las ideologías totalitarias y los dictadores moralinos esta complejidad es inconcebible.

A nombre de su presunta “superioridad moral” y mediante las estrecheces de su maniqueísmo destruyen el pluralismo, pontifican y estigmatizan a críticos y adversarios.

Es lo de menos si sus invocaciones mesiánicas no sirvan para garantizar un gobierno eficaz,  lo importante es instaurar “el imperio del bien” a fuerza de voluntad y buen ejemplo.
Pedro Arturo Aguirre

Xi Jinping vs Hong Kong




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Deng Xiaoping, el gran reformador arquitecto de la actual rica y poderosa China, no creía en el culto a la personalidad. Cierto, mantuvo para su país un Estado rígidamente autoritario, pero desterró de él todos los excesos ideológicos y el demencial culto a la personalidad característicos de la época de Mao.

Las reformas de Deng dispusieron una presidencia de la nación cuyo titular sería electo para un período de cinco años con la posibilidad de ser relecto solo para un mandato adicional. Por eso los dos  sucesores de Deng como gobernantes chinos, Jiang Zemin y Hu Jintao, solo duraron en el puesto diez años.

Con el arribo de Xi Jinping, en 2012. las cosas empezaron a cambiar. El nuevo mandatario empezó a acumular un enorme poder en sus manos e incluso se empezó a construir una especie de culto a la personalidad.

El Partido Comunista adoptó el “pensamiento de Xi Jinping para la nueva era del socialismo con características chinas” como central en su ideología. Consiste en constituir un ejército “de primer nivel mundial” para 2050, mejorar la protección social, reforzar el Estado de derecho “socialista”, asegurar la “coexistencia armoniosa entre el hombre y la naturaleza”, mantener el modelo “un país, dos sistemas” para Hong Kong y promover la “reunificación nacional” con Taiwán.

Una campaña anticorrupción ha sancionado ya a más 1.3 millones de funcionarios. Es muy popular entre la población, pero también es instrumento para anular a rivales políticos.

Hacia el exterior Xi busca concretar la ambiciosa iniciativa conocida como “Nueva Ruta de la Seda”, la cual involucra a setenta países.

Eso sí, nada de democracia.  Xi es intolerante con el pluralismo. La censura en internet y los medios es severa, los sistemas de vigilancia y control social son rígidos y la persecución de minorías étnicas y religiosas, inflexible.

Pero no todo es coser y cantar para Xi. La economía se ralentiza, la deuda pública crece, la "guerra comercial" no ayuda y la iniciativa de nueva ruta de la seda es considerada, por muchos, solo como una “megalómana y onerosa stravaganzza”.

Ante este escenario, Hong Kong amenaza con ser el peor desafío para Xi. Las manifestaciones multitudinarias en Hong Kong, originalmente dirigidas contra un proyecto de ley de extradición de fugitivos a China, se ha convertido en un movimiento masivo a favor de la democracia  

Xi se ha distanciado del problema hasta ahora, pero la escala y persistencia de los disturbios pueden obligarlo a involucrarse. De lo contrario, arriesgaría perder su imagen de "hombre fuerte".

En este peligroso caso hay una dilema: si la crisis de Hong Kong se profundiza, Xi podría recurrir a la fuerza bruta y provocar una gran condena internacional y el consiguiente perjuicio a la reputación, influencia y economía de China.
Pedro Arturo Aguirre