miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cínicos y Tramposos



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El intento de Boris Johnson de suspender el periodo de sesiones del Parlamento durante cinco semanas con el propósito de facilitar un Brexit “duro” ha sido una triquiñuela legal insólita para un país con las tradiciones democráticas y parlamentarias del Reino Unido y es un ejemplo más de la forma como dirigentes populistas deforman la ley y las instituciones con el propósito de cumplir sus metas sin mediar escrúpulo alguno.

El Brexit ha sido un desastre y será mucho peor cuando se aprecien en todo su rigor en el Reino Unido las consecuencias de una salida sin acuerdo, la cual, desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los analistas internacionales perjudicará, sobre todo, a los ciudadanos británicos.

Gran Bretaña corre el peligro de devaluar su democracia ante el mundo a manos de un gobernante fanfarrón y narcisista. Una nación cuyo ejemplar régimen constitucional consuetudinario había logrado sobrevivir a siglos de avatares históricos gracias a su flexibilidad, a la prudencia de sus dirigentes y a la vigencia de sólidas convenciones democráticas fundamentales las cuales ninguno de los gobernantes modernos de la Gran Bretaña se había atrevido a adulterar o desfigurar.

Hoy un líder inescrupuloso deshonra estas tradiciones y rebaja al Reino Unido casi al nivel de una república bananera, un ejemplo más de la forma como demagogos con perfil autoritario recurren a argucias legaloides para consolidar su poder.
La artimaña de Johnson es parte de la tendencia global presente en cada vez más países del planeta con  regímenes de tendencia crecientemente autoritaria. "El plan de Johnson es legal, pero fuerza al límite las convenciones sobre las que se basa la Constitución británica. Su estratagema no es más que un ejemplo del cinismo que carcome a las democracias occidentales", publicó en una editorial la revista The Economist.

Ejemplos de estas tergiversaciones a la ley y a las instituciones democráticas abundan en el pasado reciente. Los “Hombres Fuertes” de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Rusia, Turquía, Hungría y tantas naciones más estiran y tuercen al límite a la ley, la abusan, la reforman “a modo” y así desvirtúan y/o desmantelan instituciones a nombre de la “verdadera democracia” y “del pueblo”. Se proponen minar los contrapesos implícitos en la división de poderes, reducir los márgenes de la libertad de expresión, acortar los mecanismos de rendición de cuentas y ampliar, arbitrariamente, los mandatos de los gobernantes.

La jugarreta de Johnson provocó una airada reacción de los demócratas británicos. El Parlamento, con las cruciales votaciones de ayer y hoy, podría frenar semejante despropósito.

Esa es precisamente la actitud a asumir frente a los embates de los autoritarios: denuncia y protesta activa. Porque si los ciudadanos no defienden la democracia a tiempo, el proceso de deterioro se vuelve considerablemente difícil de revertir.

Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna


Hombres Fuertes, 4 de septiembre de 2019


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