miércoles, 4 de septiembre de 2019

¡Muera la Inteligencia!



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Los “hombres fuertes” se presentan como defensores de la gente común contra los elitismos políticos y académicos. Desconfían del razonamiento, la ciencia y la técnica. Depositan toda la fe en los bondadosos instintos del pueblo y en su infalible “sentido común”.

La irracionalidad ayuda al fortalecimiento del Caudillo y su “conexión especial con el pueblo”. Por eso jamás enumeran entre sus virtudes la capacidad técnica, sino más bien su maravillosa “sensibilidad”.
Por eso en sus discursos los llamamientos emocionales dominan siempre sobre los planteamientos racionales. “La razón paraliza, la acción moviliza”, decía Mussolini. No se trata de hacer pensar a los seguidores, sino de movilizarlos.

Frente a las sofisticaciones intelectuales y complejidades de la existencia humana contraponen una cosmovisión maniquea la cual procura simplificar todo y reducirlo al sencillo contraste blanco/negro.

El antiintelectualismo tiene una larga tradición en los Estados Unidos. Según Richard Hofstadter tuvo sus orígenes en características estadounidenses anteriores a la fundación de la nación: la desconfianza ante la modernización laica, la preferencia por soluciones prácticas a los problemas y la influencia devastadora del evangelismo protestante en la vida cotidiana.

Trump es reflejo de esto. Sabe emocionar a sus auditorios, los cuales se sienten asediados por las minorías, marginados por el establishment de Washington y perciben a sus valores conservadores menospreciados por las elites políticas e intelectuales.

Pero no solo en Estados Unidos. En todos los populismos de izquierda y de derecha y en las mendaces demagogias al alza hoy en los cinco continentes siempre se encuentra un acendrado odio a la inteligencia.

Acorde a esta tendencia, el internet se ha convertido en el imperio de la antiinteligencia y los “hechos alternativos”. Es el paraíso donde cualquier insensatez puede encontrar eco así sea de lo más disparatada, peligrosa o falsa.

Este fenómeno debe mover a la reflexión a quienes defendemos un orden político liberal porque evidencia la dificultad creciente de lograr consensos racionales para unir a las sociedades, significa una discordia entre la libre deliberación democrática y el conocimiento experto y contrapone a las distintas formas de construir certezas sobre el mundo.
Ciencia frente a pensamiento mágico. Hechos contra posverdad. Lo complejo versus lo simple.

Estas tensiones son los rasgos primordiales de un conflicto cultural, el cual implica, entre otras cosas, el rechazo a ciertos cambios económicos y tecnológicos muchas veces causantes de exclusión social. Por eso comprenderlo en toda su amplitud es axial para poder superar la actual crisis de la democracia.

La reacción antiintelectual debe ser concebida como una oportunidad. La mejor forma de enfrentarla es entender, con cierta humildad, las limitaciones del saber experto. Es fundamental, sí, gobernar de acuerdo a los dictados de la racionalidad, pero es inaceptable hacerlo con una actitud displicente ante las tradiciones culturales y las necesidades sociales.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna 

Hombres Fuertes, 21 de agosto de 2019


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