Hoy, muerto Adolfo Suárez y a casi cuatro décadas de la transición, da asco ver a España sumergida en una pavorosa regresión autoritaria.
jueves, 27 de marzo de 2014
El G8 menos Rusia
Una de dos: o Rusia jamás debió haber entrado al G7, o el G7 debió primero modificar sus bases y objetivos para entender que integraba a un país que salía de un largo régimen totalitario y que carecía de una economía funcional y de tradiciones democráticas, pero que no había dejado de ser una potencia mundial con intereses imperiales. Le ha faltado a occidente buenas dosis de realpolitik en su tratamiento a Rusia. Fue el G7 un instrumento concebido en la lógica de la Guerra Fría, y sus miembros eran aliados que compartían valores económicos y políticos similares de apoyo de la democracia multipartidista y respaldo de la economía de mercado, ah, y que tenían un enemigo común: la Unión Soviética. Terminada la Guerra Fría el club terminó por hacer la apuesta estratégica suponiendo que Rusia se moría por adoptar estos mismos valores. Pensaban que esta era la mejor forma de contribuir a fortalecer la trayectoria de Rusia hacia el buen gobierno, la libertad política y el comportamiento internacional responsable. Hoy venmos como esta estrategia fracasó estrepitosamente, y buena parte de la culpa la tiene occidente por haber asumido una actitud demasiado soberbia y condescendiente con la que, a fin de cuentas, es una potencia mundial, al menos en lo militar. Evidentemente, también tiene gran responsabilidad en este fracaso la oligarquía que se ha hecho del poder en Rusia, absolutamente ajena a cosas como la democracia o el libre mercado. No existe por tanto la comunidad de intereses que caracterizó al G7.
Bajo la presidencia de Putin han sido
acalladas y reprimidad de diversas formas las voces de la oposición, incluidos
los disidentes políticos y religiosos, homosexuales y lesbianas, los
periodistas y los líderes de negocios de mentalidad independiente. Incluso la
economía rusa, con su abrumadora dependencia de los hidrocarburos, apenas
califica como "industrializada” o “moderna”, ya por no hablar de
competividad. Y en cuanto a su política exterior Rusia ha dejado claro que no
es un miembro responsable de la sociedad internacional.
El ataque de Moscú en Crimea no sólo viola un
principio cardinal de la orden europea de posguerra contra el uso de la fuerza
para reorganizar las fronteras nacionales, sino que también demuestra el
desprecio de Putin por las normas internacionales que el G-8 siempre pretendió encarnar.
Pero, a fin de cuentas, Rusia sigue ahí como
una superpotencia militar capaz de destruir varias veces al mundo con el enorme
arsenal nuclear que posee. ¿Qué debe hacer occidente? Por lo pronto, no puede
darse el lujo de dejar de dialogar. Quizá el formato del G8, para muchos
obsoleto, no sirva a este propósito, pero debe buscarse un formato más eficaz
que ayude a occidente a dialogar directamente con Rusia.
lunes, 10 de marzo de 2014
domingo, 2 de marzo de 2014
Crimea: El Regalo Envenenado de Nikita Kruschev
Las cosas en Ucrania se están poniendo al rojo vivo y
debe admitirse que parte de la responsabilidad es de Occidente. Desde luego que
las añoranzas imperiales del gobierno de Putin mucho tienen que ver con la
descomposición de la situación tanto en Ucrania como en otras regiones de la ex
URSS y de la propia Rusia, pero el menosprecio y las omisiones del gobierno de
Obama y de la UE, en flagrante olvido de
que Rusia cuenta – y mucho- en el tablero internacional han contribuido de
forma decidida a la formación de la actual crisis. Ni Estados Unidos ni Europa
deberían ser tan simplistas al tratar el problema de Rusia. Bastantes errores
se han cometido por ningunear a una Rusia humillada y acomplejada
Lo que se juega hoy en Ucrania trasciende sus límites geográficos para expresar
un gran desafío estratégico. Se trata de la puerta al Cáucaso, región que posee
la segunda reserva mundial de hidrocarburos. Y en el destino de toda esta
importante zona la península de Crimea es vital. La situación de Crimea es
sumamente explosiva. Pertenece a Ucrania, pero la mayoría de sus habitantes son
rusos. Tras ser conquistada en la década de 1770 por el imperio zarista, fue
colonizada fundamentalmente por rusos, que se sumaron a los tártaros, judíos y
otras minorías que ya vivían allí. En el XIX fue escenario de la espectacular
derrota de las tropas británicas en la batalla de Balaclava, cuando la famosa
carga de caballería de la Brigada Ligera contra los batallones de artillería e
infantería rusos, acabó en un desastre sin paliativos debido a la prepotencia,
estupidez y escasa preparación del mando inglés. Aquella batalla alimenta el
imaginario de una Rusia fuerte, del mismo modo que lo hace el sitio de
Sebastopol, en aquella misma guerra de Crimea, cuando la ciudad desplegó una
resistencia épica al asedio que la sometieron franceses y británicos durante un
año. Vale la pena recordar que aquella guerra, que se libró entre 1853 y 1856,
tenía su origen en la sospecha británica de que Rusia ambicionaba los Balcanes
y en particular Turquía aprovechando la decadencia ya patente e imparable del
imperio otomano.
Stalin, que quiso que el reparto de las zonas de influencia después de la
Segunda Guerra mundial entre el primer ministro británico, Winston Churchill:
el presidente estadounidense Franklin Roosvelt, y él mismo se firmara en
Crimea, en Yalta, hizo pagar un precio muy alto a parte de la población de la
península cuando expulsó a los tártaros a Asia central por considerarlos
colaboracionistas de los nazis. En 1954, el dirigente soviético Nikita Jruschov
(como decíamos, ucraniano) dio un giro a la historia de aquella península que
hasta entonces había pertenecido a Rusia, al regalarla a Ucrania. Actualmente,
la mayoría de los casi dos millones de habitantes son de origen ruso, el 25%
son ucranianos, mientras que los tártaros que han empezado a regresar en los
últimos años constituyen el 13%. Como se ve los ucranios no alcanzaron un
número destacado hasta que en los años cincuenta –después del “regalo”- muchos
de los habitantes de Ucrania occidental fueron trasladados de manera forzosa a
la península. Cuando Ucrania logró su independencia en 1991, Moscú y Kiev se
dividieron la flota y Ucrania alquiló tres de las bases a Rusia. Dicha flota
está compuesta por unos 80 buques y 15,000 hombres. Hoy, Crimea es escenario
axial en una preocupante escalada del
conflicto ucraniano, y Occidente sería muy irresponsable si soslaya los
importantes antecedentes históricos y trata el asunto únicamente desde un punto
de vista maniqueo o simplista de “Potencia abusadora contra país chico
vulnerable”. Esa ha sido la óptica del Departamento de Estado y de la UE. Es de
esperar que la actitud cambie.
viernes, 17 de enero de 2014
La "siriedad" de la situación michoacana
Es tan grave lo
que sucede en Michoacán, que en lugar de decir que la cosa en ese estado
"se está poniendo muy seria", es más exacto decir que "se está
poniendo muy Siria".
miércoles, 18 de diciembre de 2013
Los Washington Redskins vs. La Tiranía de la Corrección Política.
Aficionado al fútbol americano soy, y por alguna extraña razón siempre le he sido leal a este equipo y lo sigo siendo a pesar de que estos chicos llevan un buen rato sin dar “pie con bola”, sobre todo desde que los compró un sujeto deleznable de apellido Snyder, especie de Jorge Vergara gringo que siempre anda metiendo su cuchara en todas las decisiones estrictamente deportivas de los Redskins y que incluso es más perjudicial para su causa de lo que es Jerry Jones para los infames Lecheros de Dallas lo cual, créanme, ya es decir mucho, ¡Muchísimo!
Pues bien,
mis Redskins hoy, además de estar terminando con una temporada execrable, son acusados
de utilizar como mote un término “racista por algunas asociaciones de nativos
americanos, además de por personajillos y politicastros que no tienen nada
mejor que hacer. El colmo llegó cuando
el presidente Obama irresponsablemente se unió a las voces críticas que exigen
a los pieles rojas que cambien de apodo. ¡Qué pena que este presidente tan
medianito se dedique a quedar bien con la progresía más afecta a la los excesos
de la corrección política en lugar de
dedicarse a tratar de enderezar su tan malhadado gobierno!
Es fácil,
muy fácil, que la corrección política se
deslice con naturalidad hacia los extremos. Es cierto que una dosis saludable
de moderación en el discurso debe
contemplarse para no caer en actitudes racista u ofensivas y de maltrato a las
minorías, pero el problema empieza cuando en el afán de no
herir con las palabras se llega, de plano, a restringir el derecho de libertad
de expresión, al ridículo o a pretender anular, como en el caso de los Redskins,
una tradición bastante añeja y completamente inofensiva que jamás a tenido la
pretensión de ofender a nadie. Porque si bien es cierto que el apelativo de “pieles
rojas” fue un peyorativo utilizado por ciertos sectores de la población blanca
hace mucho tiempo, lo cierto es que el término
tuvo su origen en una expresión nativa, una forma en la que los
indígenas norteamericanos se autodenominaban y con orgullo, por cierto. Hasta
el diario digital Slate, de
orientación liberal y que fue uno de los precursores de la campaña anti redskins,
acaba de reconocer que este apelativo fue, efectivamente, auto asignado Ror los
indígenas norteamericanos y que las comparaciones con insultos como “nigger”,
wetback” o “chink” no tienen razón de ser.
El debate
público en Estados Unidos y muchos países más (incluido México) se ha llenado
de fáciles acusaciones de homofobia, racismo, xenofobia, sexismo, maltrato
animal y desprecio por la discapacidad o por la religión ante ya casi cualquier
alusión, broma o comentario. Muchos nos preguntamos, sin por ello apoyar
ninguna actitud racista o excluyente, si tanta exageración se ha vaciado de
sentido común. Lo peor es que los abusos de la corrección política provocan cansancio
del ciudadano, cada vez más harto de escaladas que rozan el absurdo, y
lamentablemente dan lugar a que comentaristas y políticos demagogos extremistas
utilicen la lucha contra la corrección política como arma para hacerse
populares. Así, mientras unos se afanan para ser políticamente correctos y en
elaborar discursos nada ofensivos y "democráticamente inclusivos",
otros explotan con mucho éxito exactamente lo contrario. Es el poder de la
incorrección que en Estados Unidos exhiben tipos como Glenn Beck, Rush Limbaugh y el Tea Party y en Europa gente como
Aznar, el checo Václav
Klaus y el incorregible Silvio Berlusconi.
El fenómeno
ha contagiado a todo el debate público. Mientras se multiplican las denuncias de
los pudibundos contra la publicidad, la televisión, Internet o la ficción
políticamente incorrectos crece el éxito de los Simpsons, Peter Griffin (Family Guy), el doctor House o Dexter.
Quien se desmarca claramente de la corrección política tiene garantizada la
atención pública. El discurso políticamente correcto, de tan exagerado, se
percibe como hipócrita por una creciente parte de la sociedad. Los excesos
alimentan los excesos. Las salidas de tono de algunos políticos posiblemente no
serían tan efectistas de no existir el extremo contrario, cuando la corrección
pierde su función de defensa de las minorías y se adentra en el eufemismo trivial.
El adjetivo “Piel
Roja” no tiene un origen peyorativo y según varias encuestas los nativos
americanos de hoy no se sienten en su mayoría ofendidos por el mote. De hecho,
un sondeo efectuado por el prestigiado Annenberg Public Policy Center arrojó
que el 90% de los nativos no tienen problema con el apodo. Asimismo, las
encuestas demuestran que, de forma abrumadora, los aficionados al Fútbol
Americano se niegan a que los Pieles Rojas cambien de nombre. Se trata de un
juego de políticos oportunistas ociosos que pretenden medrar con este indigno debate
y que solo provocan reacciones con la misma intensidad, pero en sentido
contrario. Como lo dijo muy oportunamente el mariscal de campo piel roja Robert
Griffin III, en el único momento de lucidez que ha tenido este año catastrófico
el pobre muchacho: “En el país de la libertad se nos quiere tener como rehenes de la tiranía
de la corrección política.”
Para ser efectiva, la corrección política debe
servirse en dosis inteligentes oportunas y moderadas.
Así que, amigos, Heil to the Redsins! Forever!
lunes, 9 de diciembre de 2013
La Otra Muerte que Conmovió a Sudáfrica: El Asesinato del “Anti Mandela”
Ocurrió hace
casi cincuenta años una muerte que también conmovió a Sudáfrica, pero a
diferencia de ahora entonces quien falleció fue un hombre infame. Hendrik
Verwoerd, fue el arquitecto del apartheid y artífice de los “bantustanes”, los
territorios creados para no blancos que se diseñaron para segregar a la
población de color. Este hombre, que fue psicólogo, sociólogo , periodista y
político, nació en Ámsterdam en 1901 y fue toda su vida, como él siempre lo
admitió sin rodeos, un “Afrikaner de extrema derecha”. Obtuvo un doctorado en
la Universidad de Stellenbosch y luego se fue a Estados Unidos y Europa, donde
realizó estudios de postgrado en varias universidades, incluyendo Hamburgo y
Berlín. En 1928 regresó a Sudáfrica (donde había arribado con su familia cuando
tenía dos años) y fue nombrado profesor de Psicología Aplicada y Sociología en
la Universidad de Stellenbosch. Desde muy joven desarrollo inclinaciones filo
nazistas y de supremacismo racial. En 1936 se unió a un grupo de seis
profesores radicales que protestaron vehementemente contra la admisión en
Sudáfrica de refugiados judíos de la Alemania nazi. Con este hecho Verwoerd
demostró que estaba destinado a ser rodeado por la polémica. Al año siguiente
se convirtió en el primer editor de Die
Transvaler, el periódico del Partido Nacional en Johannesburgo, que bajo su
dirección editorial se convirtió en un instrumento propagandístico de los nazis
en Sudáfrica. Con la derrota de Hitler, Verwoerd se vio obligado a moderar sus
inclinaciones nacionalsocialistas, pero su racismo y odio por todo lo que no
fuera como él se mantuvo intacto. En 1948, el Partido Nacional llegó al poder
en las elecciones generales y Verwoerd fue electo senador. Dos años más tarde
entró en el Consejo de Ministros como encargado de Asuntos Nativos , donde mucho
contribuyo a la instauración del apartheid, definido eufemísticamente por Verwoerd
como “el sistema que proporciona igualdad de oportunidades a todas las personas…pero
estrictamente dentro de su propio grupo racial”.
En 1958 Verwoerd se
convirtió en primer ministro. Como gobernante consolidó el sistema de
discriminación racial y reprimió brutalmente las protestas de la mayoría negra
(como en la célebre masacre de Sharpeville en 1960), encarcelando a sus
principales dirigentes, siendo uno de ellos un tal Nelson Mandela. El 6 de
septiembre de 1966, en plena sesión parlamentaria, justo cuando tomaba asiento
en su escaño un ujier de la cámara de nombre Dimitri Tsafendas se le acercó de
repente, sacó de entre sus ropas una daga, levantó con ella la mano derecha y
apuñaló a Verwoerd cuatro veces en el pecho . Cuatro miembros del Parlamento
que eran los médicos se apresuraron a la ayuda del Primer Ministro, quien de
inmediato fue trasladado a un hospital cercano donde murió a los pocos minutos
de su llegada. Que yo sepa, Verwoerd ha sido uno de los dos únicos mandatarios
que han sido asesinados durante una sesión parlamentaria, siendo el otro
Spencer Perceval, asesinado a la entrada de la Cámara de los comunes en 1812 y
convirtiéndose, así, en el único primer ministro británico en ser asesinado. La
historia de este magnicidio es magistralmente narrada por el escritor Henk Van
Woerden en la novela El asesino (piublicada en español por Mondadori en
2001). No hubo ninguna interpretación ni
intencionalidad política sobre este asesinato. Muy pronto, y sin las
dudas que suelen acompañar a los eventos de este tipo, quedó claro que fue obra
de un asesino solitario, quedando descartada cualquier posibilidad de complot.
El hombre que lo mató era hijo ilegítimo de un padre griego y de una madre
africana. Su pecado fue vivir en el lugar equivocado, la Sudáfrica del racismo
y el apartheid, donde solo era uno más entre tantos parias, en un hombre sin
patria ni identidad. Deambuló por toda África embarcado en cargueros, hasta que
en Ciudad del Cabo buscó asentarse e iniciar una nueva vida. Pero Tsafendas “era
demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros”. Consiguió
un trabajo como ujier en el Parlamento y poco después decidió cometer su
hazaña.
Van Woerden
estremece con su relato. Presenta a Tsafendas como un hombre roto, siembre
maltratado, ninguneado, escarnecido en la infame Sudáfrica del apartheid que un
buen día decide matar al racista por antonomasia, al filonazi irredimible, al
irreductible supremacista racial. Muy pocos fuera de Sudáfrica lamentaron la
muerte de tan siniestro personaje, pero a su funeral asistieron más de un
cuarto de millón de afrikáners. Un pedazo de alfombra con la sangre derramada
de Verworerd se exhibió como recuerdo en el vestíbulo de la sala de sesiones
del Parlamento hasta que en 2004 el gobierno decidió retirarla. Hoy ya nadie quiere
acordarse de Verwoerd, símbolo de un oscuro pasado.
viernes, 6 de diciembre de 2013
¡No se rían, lo de Okinawa es muy, muy grave!
Todo el mundo riéndose (otra vez)
de las burradas de Peña Nieto, pero la realidad es que en la prefectura de
Okinawa, allá en Japón, se encuentra un aparentemente insignificante archipiélago
de cinco islas deshabitadas y tres arrecifes que podría convertirse en el
“Sarajevo” del siglo XXI. La
semana pasada, China anunció que reconocía como zona de identificación de
defensa aérea (ADIZ, en inglés) la región donde se ubican estas mugrosas
islitas, las cuales disputa con Japón y que son conocidas como “Senkaku” (en
Japón) o ““Diaoyu” (en China). Centenario es el odio y los rencores que se
profesan mutuamente chinos y japoneses. Por eso un periódico británico tituló
una editorial que dedicó al tema como “Islas Vacías, Heridas abiertas”. Todavía
los chinos resienten a fondo las inconmensurables e incontables atrocidades
perpetradas por los hijos del Sol Naciente durante la
invasión y ocupación japonesa del territorio chino durante la Segunda Guerra
Mundial, tales como la masacre y violación de Nanking, en 1937. Hoy que China
se ha convertido en una de las principales potencias militares y económicas del
mundo, no está dispuesta a seguir tolerando lo que ellos sienten nuevos agravios
de sus viejos rivales. ¿Exageración? ¿Nacionalismo trasnochado? Puede ser, pero
la realidad es que la responsabilidad de estas tensiones recae, desde mi punto
de vista, más en el gobierno japonés que en el chino, y eso que la propiedad de las islas Senkaku fue reafirmada bajo el
Tratado de Paz de San Francisco en 1951, que demarcó el territorio japonés
después de la Segunda Guerra Mundial, y en el Tratado de Restitución de Okinawa
en 1971, que regresó los derechos de administración de Okinawa, incluyendo las
islas Senkaku, de Estados Unidos a Japón.
La razón
fundamental del deterioro de las relaciones entre Japón y sus dos vecinos más
importantes, China y Corea del Sur, se debe a que los gobiernos japoneses desde
el fin de la segunda guerra mundial se niegan a reconocer las atrocidades de la
guerra perpetradas por el ejército de su país, las cuales no tienen nada que
envidiar a las cometidas por los nazis en Europa. Aún más, lejos de hacer algún
acto de contrición, el actual primer ministro, Shinzo Abe, y muchos políticos
japoneses explotan un discurso nacionalista agresivo en el que demandan que su
país vuelva a tener el derecho a convertirse en una potencia militar, cosa hoy
prohibida por la Constitución del país. En contraste con lo que sucedió con
Alemania, nación que si ha sabido hacer un examen de conciencia sobre el
nazismo y sus fatales consecuencias, Japón no considera tener la culpa de nada.
Al contrario, se consideran más bien víctimas del conflicto por los episodios
atómicos sufridos en Hiroshima y Nagasaki.
Las tensiones en
los mares de oriente han resurgido periódicamente desde que al comenzar el
actual siglo China se convirtió en un poder marítimo más proactivo, pero en
2012 la disputa cobró un carácter decisivamente más preocupante con la decisión
unilateral de Tokio de “nacionalizar” las islas". Además, Japón ha negado sistemáticamente la mera
existencia de una disputa. La política de Shinzo Abe desde que llegó al poder se
ha basado en la noción de una “resurgencia japonesa”, y en ese sentido refleja
una mayor reticencia de Japón a tolerar lo que se percibe como intrusiones de China
en territorio japonés. Ahora China pretende con el anuncio de la ADIZ
incrementar la presión sobre Japón para que reconozca que existe un conflicto
territorial.
El hecho Japón mantenga su orgullosa postura
es una desgracia para Asia. Recuérdese que, en buena medida, gracias a que
Alemania enfrentó su pasado fue posible la construcción de la Unión Europea bajo
las bases de la paz, la democracia y la cooperación supranacional. Si Japón
adoptara una conducta similar, las relaciones de la región Asía-Pacífico, la
más pujante en la actualidad de todo el orbe, mejoraría sustancialmente. Pero
no existe ni el más mínimo inicio de que eso pudiera suceder en el futuro
cercano. Tenemos entonces un escenario donde que una potencia declinante pero jactanciosa
encara el rencor de una potencia al alza y que no olvida. La combinación es
peligrosa.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Insisto: ¡Qué Mal me cae Elena Poniatowska!
Sin dejar reconocer, antes que nada, que la Noche de
Tlatelolco y Fuerte es el Silencio son dos documentos extraordinarios que mucho
me ensañaron y emocionaron en pasadas
etapas de mi vida (aunque dudo muchísimo que por sí mismos den para un Premio
Cervantes de Literatura), quiero reiterar aquí lo que ya he dicho en otras
redes sociales: ¡Qué mal me cae Elena Poniatowska! Respeto a quienes aprecian
su obra (muchísimos muy queridos amigos míos, entre ellos) pero más allá de los
presuntos y muy, muy cuestionables méritos literarios la figura pública que ha
creado Poni es aborrecible. La señora es la exaltación viva de la
"pose", la pedantería y el esnobismo izquierdista. Se ha convertido
en la quintaescencia del intelectual "progre" latinoamericano que
esencialmente maniqueísta, manipulador, reduccionista e hipócrita, contaminada
de esa actitud política de
presunta superioridad moral de quien divide al mundo entre "yo y quienes
piensan como yo, los buenos, y el resto del mundo, los malos", indigna de
quien se asume como una intelectual crítica. Pero sobre todo
hipócrita. La princesita siempre
ha vivido bajo la sombra del poder jugando a la disidente
¡Ay, y esa
antipática pose de progre a ultranza!
De su literatura no
quiero hablar mucho porque allá cada quien sus gustos, pero en lo que a mí
respecta más allá de ciertos rescatables pasajes de algunas de sus novelas lo
demás es completamente prescindible. En todo caso, algo anda mal en el mundo
cuando se prefiere premiar con el máximo galardón de la lengua española a una
“escritora comprometida” sobre la obra de un escritor extraordinario y portentoso
como lo es Fernando del Paso.
Hace algunos años
surgió una polémica enorme cuando el Cervantes se le otorgó al refunfuñón
conservador, pero magnífico escritor y, ese sí, mago de la lengua española,
Francisco Umbral. Toda la progresía española y los
campeones de la corrección política se incendiaron en hogueras de indignación.
Hubo protestas de todo tipoy hasta se habló de un presunto “empobrecimiento cultural del
Partido Popular que intenta manejar y desmantelar el mundo de la cultura con
mayúscula”. Se acusó al premio de estar “politizándose”. Por eso al llegar el
PSOE al poder se tomó la decisión de dizque “despolitizar” el Premio Cervantes.
Se corrigió el hecho de que el Jurado estuviera integrado al caso 80% por
miembros elegidos por el Gobierno. Hoy que se premia a una “escritora
comprometida” (pero, eso sí, muy de izquierda) sobre una gloria de nuestras
letras cabe preguntarse qué tan exitosa fue esta supuesta labor de
“despolitización”.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
La disfuncional política gringa
El cierre del
gobierno provocado por la intransigencia de la mayoría republicana en la Cámara
de Representantes de Estados Unidos demuestra que el sistema político de la potencia
todavía más importante del orbe es tan disfuncional como el de la más atrasada
república bananera. Durante mucho tiempo el presidencialismo puro
norteamericano se desempeñó muy bien gracias a que los dos grandes partidos
protagonistas, el Demócrata y el Republicano, trabajaban como organizaciones
descentralizadas, desideologizadas y horizontales, lo que facilitaba el arribo
a grandes acuerdos que permitían la gobernabilidad independientemente de cual
organización ocupaba la Casa Blanca y cual tenía la mayoría en el congreso. Sin
embargo desde los años ochenta hemos sido testigos de una creciente
ideologización de los partidos gringos que ha conocido su auge con la aparición
del movimiento Tea Party al interior del Partido Republicano. El Tea Party ha
hecho evidentes varias de las taras no solo de la absoluta división de poderes
que priva en el presidencialismo puro americano, que pueden desembocar en
graves escenarios de ingobernabilidad en caso de que los Poderes estatales no
lleguen a acuerdos, son que también destaca los peligros de tener un sistema
electoral híper descentralizado en el que toda reglamentación en la materia
depende exclusivamente de las legislaciones locales.
En México mucho
nos quejamos del IFE, pero la realidad es que ya quisieran en Estados Unidos
contar para la organización, supervisión y sanción de sus comicios a nivel
federal con un instrumento único competente. Ya en las polémicas elecciones del
año 2000, cuando un vergonzoso berenjenal causado por las disipaciones
electorales locales del estado de Florida abrió la duda de si al candidato demócrata,
AL Gore, se le habían robado las elecciones. Hoy, ante el drama del cierre del
gobierno, no son pocos los analistas que responsabilizan en buena medida al
defectuoso sistema electoral de la radicalización ideológica que han
experimentado los partidos gringos. Efectivamente, en Estados Unidos los
distritos electorales donde se elige a los representantes (todos uninominales) se
reestructuran cada 10 años y son las legislaturas locales quienes tienen plena
libertad de redistribuirlas a su antojo. Obviamente, el partido que tiene la
mayoría en el congreso local traza los distritos de acuerdo a su conveniencia,
es decir, procura dibujar las fronteras electorales de tal forma que en se
aglutine lo más posible a condados que le son afines para tratar de garantizar
el mayor número de escaños a su favor. De esta forma, los partidos son juez y
parte en lo concerniente a la distribución de los distritos electorales. Este
fenómeno ha dado como consecuencia una radicalización de posiciones de los candidatos,
lo cuales deben procurar ganar las elecciones primarias en distritos muy
sesgados a favor de su partido y en el que militan las bases más
intransigentes. Son estos núcleos duros los que suelen definir a los vencedores
en las primarias que definen a quienes serán los candidatos del partido rumbo a
las elecciones generales. En el caso de los activistas del Tea Party, sus militantes exigen de quienes
aspiran a ser los candidatos republicanos la máxima fidelidad ideológica a sus
principios conservadores, por lo que los representantes que finalmente resultan
electos, y que deben enfrentar la reelección cada dos años, están más atentos
en mantener contentos a los activistas radicales de su distrito y lo importante
es ganar la elección primaria, la cual se ha convertido en un concurso de pureza ideológica. De ahí
que se haya suscitado una
polarización creciente de la geografía electoral estadounidense: los
republicanos en las zonas rurales, los demócratas sobre las costas y en las
ciudades. Cada vez más, la elección crucial es la primaria.
Elecciones primarias, reelección de legisladores, personalización de la política, estricta división de poderes, todas estas características del sistema político norteamericano están demostrando su inviabilidad. Lo increíble es que en México tengamos a tantos opinólogos que alaban incansablemente a estos mecanismos y exigen adoptarlos en México. Tengamos cuidado con ellos.
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