miércoles, 6 de noviembre de 2013

La disfuncional política gringa

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El cierre del gobierno provocado por la intransigencia de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes de Estados Unidos demuestra que el sistema político de la potencia todavía más importante del orbe es tan disfuncional como el de la más atrasada república bananera. Durante mucho tiempo el presidencialismo puro norteamericano se desempeñó muy bien gracias a que los dos grandes partidos protagonistas, el Demócrata y el Republicano, trabajaban como organizaciones descentralizadas, desideologizadas y horizontales, lo que facilitaba el arribo a grandes acuerdos que permitían la gobernabilidad independientemente de cual organización ocupaba la Casa Blanca y cual tenía la mayoría en el congreso. Sin embargo desde los años ochenta hemos sido testigos de una creciente ideologización de los partidos gringos que ha conocido su auge con la aparición del movimiento Tea Party al interior del Partido Republicano. El Tea Party ha hecho evidentes varias de las taras no solo de la absoluta división de poderes que priva en el presidencialismo puro americano, que pueden desembocar en graves escenarios de ingobernabilidad en caso de que los Poderes estatales no lleguen a acuerdos, son que también destaca los peligros de tener un sistema electoral híper descentralizado en el que toda reglamentación en la materia depende exclusivamente de las legislaciones locales.

En México mucho nos quejamos del IFE, pero la realidad es que ya quisieran en Estados Unidos contar para la organización, supervisión y sanción de sus comicios a nivel federal con un instrumento único competente. Ya en las polémicas elecciones del año 2000, cuando un vergonzoso berenjenal causado por las disipaciones electorales locales del estado de Florida abrió la duda de si al candidato demócrata, AL Gore, se le habían robado las elecciones. Hoy, ante el drama del cierre del gobierno, no son pocos los analistas que responsabilizan en buena medida al defectuoso sistema electoral de la radicalización ideológica que han experimentado los partidos gringos. Efectivamente, en Estados Unidos los distritos electorales donde se elige a los representantes (todos uninominales) se reestructuran cada 10 años y son las legislaturas locales quienes tienen plena libertad de redistribuirlas a su antojo. Obviamente, el partido que tiene la mayoría en el congreso local traza los distritos de acuerdo a su conveniencia, es decir, procura dibujar las fronteras electorales de tal forma que en se aglutine lo más posible a condados que le son afines para tratar de garantizar el mayor número de escaños a su favor. De esta forma, los partidos son juez y parte en lo concerniente a la distribución de los distritos electorales. Este fenómeno ha dado como consecuencia una radicalización de posiciones de los candidatos, lo cuales deben procurar ganar las elecciones primarias en distritos muy sesgados a favor de su partido y en el que militan las bases más intransigentes. Son estos núcleos duros los que suelen definir a los vencedores en las primarias que definen a quienes serán los candidatos del partido rumbo a las elecciones generales. En el caso de los activistas del  Tea Party, sus militantes exigen de quienes aspiran a ser los candidatos republicanos la máxima fidelidad ideológica a sus principios conservadores, por lo que los representantes que finalmente resultan electos, y que deben enfrentar la reelección cada dos años, están más atentos en mantener contentos a los activistas radicales de su distrito y lo importante es ganar la elección primaria, la cual se ha convertido en un concurso de pureza ideológica. De ahí que se haya suscitado una polarización creciente de la geografía electoral estadounidense: los republicanos en las zonas rurales, los demócratas sobre las costas y en las ciudades. Cada vez más, la elección crucial es la primaria.
Elecciones primarias, reelección de legisladores, personalización de la política, estricta división de poderes, todas estas características del sistema político norteamericano están demostrando su inviabilidad. Lo increíble es que en México tengamos a tantos opinólogos que alaban incansablemente a estos mecanismos y exigen adoptarlos en México. Tengamos cuidado con ellos.

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