El cierre del
gobierno provocado por la intransigencia de la mayoría republicana en la Cámara
de Representantes de Estados Unidos demuestra que el sistema político de la potencia
todavía más importante del orbe es tan disfuncional como el de la más atrasada
república bananera. Durante mucho tiempo el presidencialismo puro
norteamericano se desempeñó muy bien gracias a que los dos grandes partidos
protagonistas, el Demócrata y el Republicano, trabajaban como organizaciones
descentralizadas, desideologizadas y horizontales, lo que facilitaba el arribo
a grandes acuerdos que permitían la gobernabilidad independientemente de cual
organización ocupaba la Casa Blanca y cual tenía la mayoría en el congreso. Sin
embargo desde los años ochenta hemos sido testigos de una creciente
ideologización de los partidos gringos que ha conocido su auge con la aparición
del movimiento Tea Party al interior del Partido Republicano. El Tea Party ha
hecho evidentes varias de las taras no solo de la absoluta división de poderes
que priva en el presidencialismo puro americano, que pueden desembocar en
graves escenarios de ingobernabilidad en caso de que los Poderes estatales no
lleguen a acuerdos, son que también destaca los peligros de tener un sistema
electoral híper descentralizado en el que toda reglamentación en la materia
depende exclusivamente de las legislaciones locales.
En México mucho
nos quejamos del IFE, pero la realidad es que ya quisieran en Estados Unidos
contar para la organización, supervisión y sanción de sus comicios a nivel
federal con un instrumento único competente. Ya en las polémicas elecciones del
año 2000, cuando un vergonzoso berenjenal causado por las disipaciones
electorales locales del estado de Florida abrió la duda de si al candidato demócrata,
AL Gore, se le habían robado las elecciones. Hoy, ante el drama del cierre del
gobierno, no son pocos los analistas que responsabilizan en buena medida al
defectuoso sistema electoral de la radicalización ideológica que han
experimentado los partidos gringos. Efectivamente, en Estados Unidos los
distritos electorales donde se elige a los representantes (todos uninominales) se
reestructuran cada 10 años y son las legislaturas locales quienes tienen plena
libertad de redistribuirlas a su antojo. Obviamente, el partido que tiene la
mayoría en el congreso local traza los distritos de acuerdo a su conveniencia,
es decir, procura dibujar las fronteras electorales de tal forma que en se
aglutine lo más posible a condados que le son afines para tratar de garantizar
el mayor número de escaños a su favor. De esta forma, los partidos son juez y
parte en lo concerniente a la distribución de los distritos electorales. Este
fenómeno ha dado como consecuencia una radicalización de posiciones de los candidatos,
lo cuales deben procurar ganar las elecciones primarias en distritos muy
sesgados a favor de su partido y en el que militan las bases más
intransigentes. Son estos núcleos duros los que suelen definir a los vencedores
en las primarias que definen a quienes serán los candidatos del partido rumbo a
las elecciones generales. En el caso de los activistas del Tea Party, sus militantes exigen de quienes
aspiran a ser los candidatos republicanos la máxima fidelidad ideológica a sus
principios conservadores, por lo que los representantes que finalmente resultan
electos, y que deben enfrentar la reelección cada dos años, están más atentos
en mantener contentos a los activistas radicales de su distrito y lo importante
es ganar la elección primaria, la cual se ha convertido en un concurso de pureza ideológica. De ahí
que se haya suscitado una
polarización creciente de la geografía electoral estadounidense: los
republicanos en las zonas rurales, los demócratas sobre las costas y en las
ciudades. Cada vez más, la elección crucial es la primaria.
Elecciones primarias, reelección de legisladores, personalización de la política, estricta división de poderes, todas estas características del sistema político norteamericano están demostrando su inviabilidad. Lo increíble es que en México tengamos a tantos opinólogos que alaban incansablemente a estos mecanismos y exigen adoptarlos en México. Tengamos cuidado con ellos.
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