viernes, 6 de diciembre de 2013

¡No se rían, lo de Okinawa es muy, muy grave!


 
Todo el  mundo riéndose (otra vez) de las burradas de Peña Nieto, pero la realidad es que en la prefectura de Okinawa, allá en Japón, se encuentra un aparentemente insignificante archipiélago de cinco islas deshabitadas y tres arrecifes que podría convertirse en el “Sarajevo” del siglo XXI. La semana pasada, China anunció que reconocía como zona de identificación de defensa aérea (ADIZ, en inglés) la región donde se ubican estas mugrosas islitas, las cuales disputa con Japón y que son conocidas como “Senkaku” (en Japón) o ““Diaoyu” (en China). Centenario es el odio y los rencores que se profesan mutuamente chinos y japoneses. Por eso un periódico británico tituló una editorial que dedicó al tema como “Islas Vacías, Heridas abiertas”. Todavía los chinos resienten a fondo las inconmensurables e incontables atrocidades perpetradas por los hijos del Sol Naciente durante la invasión y ocupación japonesa del territorio chino durante la Segunda Guerra Mundial, tales como la masacre y violación de Nanking, en 1937. Hoy que China se ha convertido en una de las principales potencias militares y económicas del mundo, no está dispuesta a seguir tolerando lo que ellos sienten nuevos agravios de sus viejos rivales. ¿Exageración? ¿Nacionalismo trasnochado? Puede ser, pero la realidad es que la responsabilidad de estas tensiones recae, desde mi punto de vista, más en el gobierno japonés que en el chino, y eso que la propiedad de las islas Senkaku fue reafirmada bajo el Tratado de Paz de San Francisco en 1951, que demarcó el territorio japonés después de la Segunda Guerra Mundial, y en el Tratado de Restitución de Okinawa en 1971, que regresó los derechos de administración de Okinawa, incluyendo las islas Senkaku, de Estados Unidos a Japón.
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La razón fundamental del deterioro de las relaciones entre Japón y sus dos vecinos más importantes, China y Corea del Sur, se debe a que los gobiernos japoneses desde el fin de la segunda guerra mundial se niegan a reconocer las atrocidades de la guerra perpetradas por el ejército de su país, las cuales no tienen nada que envidiar a las cometidas por los nazis en Europa. Aún más, lejos de hacer algún acto de contrición, el actual primer ministro, Shinzo Abe, y muchos políticos japoneses explotan un discurso nacionalista agresivo en el que demandan que su país vuelva a tener el derecho a convertirse en una potencia militar, cosa hoy prohibida por la Constitución del país. En contraste con lo que sucedió con Alemania, nación que si ha sabido hacer un examen de conciencia sobre el nazismo y sus fatales consecuencias, Japón no considera tener la culpa de nada. Al contrario, se consideran más bien víctimas del conflicto por los episodios atómicos sufridos en Hiroshima y Nagasaki.

Las tensiones en los mares de oriente han resurgido periódicamente desde que al comenzar el actual siglo China se convirtió en un poder marítimo más proactivo, pero en 2012 la disputa cobró un carácter decisivamente más preocupante con la decisión unilateral de Tokio de “nacionalizar” las islas". Además,  Japón ha negado sistemáticamente la mera existencia de una disputa. La política de Shinzo Abe desde que llegó al poder se ha basado en la noción de una “resurgencia japonesa”, y en ese sentido refleja una mayor reticencia de Japón a tolerar lo que se percibe como intrusiones de China en territorio japonés. Ahora China pretende con el anuncio de la ADIZ incrementar la presión sobre Japón para que reconozca que existe un conflicto territorial.

 El hecho Japón mantenga su orgullosa postura es una desgracia para Asia. Recuérdese que, en buena medida, gracias a que Alemania enfrentó su pasado fue posible la construcción de la Unión Europea bajo las bases de la paz, la democracia y la cooperación supranacional. Si Japón adoptara una conducta similar, las relaciones de la región Asía-Pacífico, la más pujante en la actualidad de todo el orbe, mejoraría sustancialmente. Pero no existe ni el más mínimo inicio de que eso pudiera suceder en el futuro cercano. Tenemos entonces un escenario donde que una potencia declinante pero jactanciosa encara el rencor de una potencia al alza y que no olvida. La combinación es peligrosa.  

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