Todo el mundo riéndose (otra vez)
de las burradas de Peña Nieto, pero la realidad es que en la prefectura de
Okinawa, allá en Japón, se encuentra un aparentemente insignificante archipiélago
de cinco islas deshabitadas y tres arrecifes que podría convertirse en el
“Sarajevo” del siglo XXI. La
semana pasada, China anunció que reconocía como zona de identificación de
defensa aérea (ADIZ, en inglés) la región donde se ubican estas mugrosas
islitas, las cuales disputa con Japón y que son conocidas como “Senkaku” (en
Japón) o ““Diaoyu” (en China). Centenario es el odio y los rencores que se
profesan mutuamente chinos y japoneses. Por eso un periódico británico tituló
una editorial que dedicó al tema como “Islas Vacías, Heridas abiertas”. Todavía
los chinos resienten a fondo las inconmensurables e incontables atrocidades
perpetradas por los hijos del Sol Naciente durante la
invasión y ocupación japonesa del territorio chino durante la Segunda Guerra
Mundial, tales como la masacre y violación de Nanking, en 1937. Hoy que China
se ha convertido en una de las principales potencias militares y económicas del
mundo, no está dispuesta a seguir tolerando lo que ellos sienten nuevos agravios
de sus viejos rivales. ¿Exageración? ¿Nacionalismo trasnochado? Puede ser, pero
la realidad es que la responsabilidad de estas tensiones recae, desde mi punto
de vista, más en el gobierno japonés que en el chino, y eso que la propiedad de las islas Senkaku fue reafirmada bajo el
Tratado de Paz de San Francisco en 1951, que demarcó el territorio japonés
después de la Segunda Guerra Mundial, y en el Tratado de Restitución de Okinawa
en 1971, que regresó los derechos de administración de Okinawa, incluyendo las
islas Senkaku, de Estados Unidos a Japón.
La razón
fundamental del deterioro de las relaciones entre Japón y sus dos vecinos más
importantes, China y Corea del Sur, se debe a que los gobiernos japoneses desde
el fin de la segunda guerra mundial se niegan a reconocer las atrocidades de la
guerra perpetradas por el ejército de su país, las cuales no tienen nada que
envidiar a las cometidas por los nazis en Europa. Aún más, lejos de hacer algún
acto de contrición, el actual primer ministro, Shinzo Abe, y muchos políticos
japoneses explotan un discurso nacionalista agresivo en el que demandan que su
país vuelva a tener el derecho a convertirse en una potencia militar, cosa hoy
prohibida por la Constitución del país. En contraste con lo que sucedió con
Alemania, nación que si ha sabido hacer un examen de conciencia sobre el
nazismo y sus fatales consecuencias, Japón no considera tener la culpa de nada.
Al contrario, se consideran más bien víctimas del conflicto por los episodios
atómicos sufridos en Hiroshima y Nagasaki.
Las tensiones en
los mares de oriente han resurgido periódicamente desde que al comenzar el
actual siglo China se convirtió en un poder marítimo más proactivo, pero en
2012 la disputa cobró un carácter decisivamente más preocupante con la decisión
unilateral de Tokio de “nacionalizar” las islas". Además, Japón ha negado sistemáticamente la mera
existencia de una disputa. La política de Shinzo Abe desde que llegó al poder se
ha basado en la noción de una “resurgencia japonesa”, y en ese sentido refleja
una mayor reticencia de Japón a tolerar lo que se percibe como intrusiones de China
en territorio japonés. Ahora China pretende con el anuncio de la ADIZ
incrementar la presión sobre Japón para que reconozca que existe un conflicto
territorial.
El hecho Japón mantenga su orgullosa postura
es una desgracia para Asia. Recuérdese que, en buena medida, gracias a que
Alemania enfrentó su pasado fue posible la construcción de la Unión Europea bajo
las bases de la paz, la democracia y la cooperación supranacional. Si Japón
adoptara una conducta similar, las relaciones de la región Asía-Pacífico, la
más pujante en la actualidad de todo el orbe, mejoraría sustancialmente. Pero
no existe ni el más mínimo inicio de que eso pudiera suceder en el futuro
cercano. Tenemos entonces un escenario donde que una potencia declinante pero jactanciosa
encara el rencor de una potencia al alza y que no olvida. La combinación es
peligrosa.
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