jueves, 27 de marzo de 2014

El G8 menos Rusia


 
La participación de Rusia como miembro del G8 ha sido suspendida como consecuencia de la invasión a Crimea. En realidad la membresía rusa al que alguna vez fue conocido como el “club del poder” fue una anomalía desde el principio y a nadie debe sorprender ahora este divorcio, pero debe preocuparnos que Rusia quede aislada de esta manera. ¡Pobre Yeltsin! se pasó años negociando con las potencias capitalistas su entrada a tan prestigiado y exclusivo círculo de potencias sólo para que se lo escatimaran groseramente año tras año. Durante los noventas se hizo famoso el término del “G7+1”, que denotaba claramente una cierta discriminación hacía el gigante ruso y su etílico presidente, al que dejaban participar en las cumbres como un añadido y únicamente después de que se trataban los temas financieros y comerciales. Fue hasta 1998 que se concretó la ampliación del G7 a Rusia, impulsada por Tony Blair y Bill Clinton, quienes pretendían impulsar a Yeltsin a continuar con sus reformas para impulsar en su país una economía de mercado capitalista y la implantación de una democracia liberal plenamente efectiva. Por otra parte, la inclusión de Rusia significó un premio a Yeltsin por no haber obstaculizado el ingreso de los países bálticos (Lituania, Estonia, Letonia) a la OTAN.


Una de dos: o Rusia jamás debió haber entrado al G7, o el G7 debió primero modificar sus bases y objetivos para entender que integraba a un país que salía de un largo régimen totalitario y que carecía de una economía funcional y de tradiciones democráticas, pero que no había dejado de ser una potencia mundial con intereses imperiales. Le ha faltado a occidente buenas dosis de realpolitik en su tratamiento a Rusia. Fue el G7 un instrumento concebido en la lógica de la Guerra Fría, y sus miembros eran aliados que compartían valores económicos y políticos similares de apoyo de la democracia multipartidista y respaldo de la economía de mercado, ah, y que tenían un enemigo común: la Unión Soviética. Terminada la Guerra Fría  el club terminó por hacer la apuesta estratégica suponiendo que Rusia se moría por adoptar estos mismos valores. Pensaban que esta era la mejor forma de contribuir a fortalecer la trayectoria de Rusia hacia el buen gobierno, la libertad política y el comportamiento internacional responsable. Hoy venmos como esta estrategia fracasó estrepitosamente, y buena parte de la culpa la tiene occidente por haber asumido una actitud demasiado soberbia y condescendiente con la que, a fin de cuentas, es una potencia mundial, al menos en lo militar.  Evidentemente, también tiene gran responsabilidad en este fracaso la oligarquía que se ha hecho del poder en Rusia, absolutamente ajena a cosas como la democracia o el libre mercado. No existe por tanto la comunidad de intereses que caracterizó al G7.
 
Bajo la presidencia de Putin han sido acalladas y reprimidad de diversas formas las voces de la oposición, incluidos los disidentes políticos y religiosos, homosexuales y lesbianas, los periodistas y los líderes de negocios de mentalidad independiente. Incluso la economía rusa, con su abrumadora dependencia de los hidrocarburos, apenas califica como "industrializada” o “moderna”, ya por no hablar de competividad. Y en cuanto a su política exterior Rusia ha dejado claro que no es un miembro responsable de la sociedad internacional.

El ataque de Moscú en Crimea no sólo viola un principio cardinal de la orden europea de posguerra contra el uso de la fuerza para reorganizar las fronteras nacionales, sino que también demuestra el desprecio de Putin por las normas internacionales que el G-8 siempre pretendió encarnar.

Pero, a fin de cuentas, Rusia sigue ahí como una superpotencia militar capaz de destruir varias veces al mundo con el enorme arsenal nuclear que posee. ¿Qué debe hacer occidente? Por lo pronto, no puede darse el lujo de dejar de dialogar. Quizá el formato del G8, para muchos obsoleto, no sirva a este propósito, pero debe buscarse un formato más eficaz que ayude a occidente a dialogar directamente con Rusia.

domingo, 2 de marzo de 2014

Crimea: El Regalo Envenenado de Nikita Kruschev


 

Las cosas en Ucrania se están poniendo al rojo vivo y debe admitirse que parte de la responsabilidad es de Occidente. Desde luego que las añoranzas imperiales del gobierno de Putin mucho tienen que ver con la descomposición de la situación tanto en Ucrania como en otras regiones de la ex URSS y de la propia Rusia, pero el menosprecio y las omisiones del gobierno de Obama y de la UE, en  flagrante olvido de que Rusia cuenta – y mucho- en el tablero internacional han contribuido de forma decidida a la formación de la actual crisis. Ni Estados Unidos ni Europa deberían ser tan simplistas al tratar el problema de Rusia. Bastantes errores se han cometido por ningunear a una Rusia humillada y acomplejada

Lo que se juega hoy en Ucrania trasciende sus límites geográficos para expresar un gran desafío estratégico. Se trata de la puerta al Cáucaso, región que posee la segunda reserva mundial de hidrocarburos. Y en el destino de toda esta importante zona la península de Crimea es vital. La situación de Crimea es sumamente explosiva. Pertenece a Ucrania, pero la mayoría de sus habitantes son rusos. Tras ser conquistada en la década de 1770 por el imperio zarista, fue colonizada fundamentalmente por rusos, que se sumaron a los tártaros, judíos y otras minorías que ya vivían allí. En el XIX fue escenario de la espectacular derrota de las tropas británicas en la batalla de Balaclava, cuando la famosa carga de caballería de la Brigada Ligera contra los batallones de artillería e infantería rusos, acabó en un desastre sin paliativos debido a la prepotencia, estupidez y escasa preparación del mando inglés. Aquella batalla alimenta el imaginario de una Rusia fuerte, del mismo modo que lo hace el sitio de Sebastopol, en aquella misma guerra de Crimea, cuando la ciudad desplegó una resistencia épica al asedio que la sometieron franceses y británicos durante un año. Vale la pena recordar que aquella guerra, que se libró entre 1853 y 1856, tenía su origen en la sospecha británica de que Rusia ambicionaba los Balcanes y en particular Turquía aprovechando la decadencia ya patente e imparable del imperio otomano.

Stalin, que quiso que el reparto de las zonas de influencia después de la Segunda Guerra mundial entre el primer ministro británico, Winston Churchill: el presidente estadounidense Franklin Roosvelt, y él mismo se firmara en Crimea, en Yalta, hizo pagar un precio muy alto a parte de la población de la península cuando expulsó a los tártaros a Asia central por considerarlos colaboracionistas de los nazis. En 1954, el dirigente soviético Nikita Jruschov (como decíamos, ucraniano) dio un giro a la historia de aquella península que hasta entonces había pertenecido a Rusia, al regalarla a Ucrania. Actualmente, la mayoría de los casi dos millones de habitantes son de origen ruso, el 25% son ucranianos, mientras que los tártaros que han empezado a regresar en los últimos años constituyen el 13%. Como se ve los ucranios no alcanzaron un número destacado hasta que en los años cincuenta –después del “regalo”- muchos de los habitantes de Ucrania occidental fueron trasladados de manera forzosa a la península. Cuando Ucrania logró su independencia en 1991, Moscú y Kiev se dividieron la flota y Ucrania alquiló tres de las bases a Rusia. Dicha flota está compuesta por unos 80 buques y 15,000 hombres. Hoy, Crimea es escenario axial  en una preocupante escalada del conflicto ucraniano, y Occidente sería muy irresponsable si soslaya los importantes antecedentes históricos y trata el asunto únicamente desde un punto de vista maniqueo o simplista de “Potencia abusadora contra país chico vulnerable”. Esa ha sido la óptica del Departamento de Estado y de la UE. Es de esperar que la actitud cambie.

viernes, 17 de enero de 2014

La "siriedad" de la situación michoacana



 
Es tan grave lo que sucede en Michoacán, que en lugar de decir que la cosa en ese estado "se está poniendo muy seria", es más exacto decir que "se está poniendo muy Siria".

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los Washington Redskins vs. La Tiranía de la Corrección Política.


Una inconmensurablemente ridícula polémica se ha suscitado en torno al nombre del glorioso equipo de futbol americano de los Pieles Rojas de Washington (Washington Redskins), uno de los equipos más tradicionales de la NFL que, de hecho, es una de las franquicias fundadoras de la liga. 

Aficionado al fútbol americano soy, y por alguna extraña razón siempre le he sido leal a este equipo y lo sigo siendo a pesar de que estos chicos llevan un buen rato sin  dar “pie con bola”, sobre todo desde que los compró un sujeto deleznable de apellido Snyder, especie de Jorge Vergara gringo que siempre anda metiendo su cuchara en todas las decisiones estrictamente deportivas de los Redskins y que incluso es más perjudicial para su causa de lo que es Jerry Jones para los infames Lecheros de Dallas lo cual, créanme, ya es decir mucho, ¡Muchísimo!

Pues bien, mis Redskins hoy, además de estar terminando con una temporada execrable, son acusados de utilizar como mote un término “racista por algunas asociaciones de nativos americanos, además de por personajillos y politicastros que no tienen nada mejor que hacer.  El colmo llegó cuando el presidente Obama irresponsablemente se unió a las voces críticas que exigen a los pieles rojas que cambien de apodo. ¡Qué pena que este presidente tan medianito se dedique a quedar bien con la progresía más afecta a la los excesos de la corrección  política en lugar de dedicarse a tratar de enderezar su tan malhadado gobierno!

Es fácil, muy fácil,  que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los extremos. Es cierto que una dosis saludable de moderación en el discurso  debe contemplarse para no caer en actitudes racista u ofensivas y de maltrato a las minorías, pero el problema empieza cuando en el afán de no herir con las palabras se llega, de plano, a restringir el derecho de libertad de expresión, al ridículo o a pretender anular, como en el caso de los Redskins, una tradición bastante añeja y completamente inofensiva que jamás a tenido la pretensión de ofender a nadie. Porque si bien es cierto que el apelativo de “pieles rojas” fue un peyorativo utilizado por ciertos sectores de la población blanca hace mucho tiempo, lo cierto es que el término  tuvo su origen en una expresión nativa, una forma en la que los indígenas norteamericanos se autodenominaban y con orgullo, por cierto. Hasta el diario digital Slate, de orientación liberal y que fue uno de los precursores de la campaña anti redskins, acaba de reconocer que este apelativo fue, efectivamente, auto asignado Ror los indígenas norteamericanos y que las comparaciones con insultos como “nigger”, wetback” o “chink” no tienen razón de ser.

El debate público en Estados Unidos y muchos países más (incluido México) se ha llenado de fáciles acusaciones de homofobia, racismo, xenofobia, sexismo, maltrato animal y desprecio por la discapacidad o por la religión ante ya casi cualquier alusión, broma o comentario. Muchos nos preguntamos, sin por ello apoyar ninguna actitud racista o excluyente, si tanta exageración se ha vaciado de sentido común. Lo peor es que los abusos de la corrección política provocan cansancio del ciudadano, cada vez más harto de escaladas que rozan el absurdo, y lamentablemente dan lugar a que comentaristas y políticos demagogos extremistas utilicen la lucha contra la corrección política como arma para hacerse populares. Así, mientras unos se afanan para ser políticamente correctos y en elaborar discursos nada ofensivos y "democráticamente inclusivos", otros explotan con mucho éxito exactamente lo contrario. Es el poder de la incorrección que en Estados Unidos exhiben tipos como Glenn Beck, Rush Limbaugh y el Tea Party y en Europa gente como Aznar, el checo Václav Klaus y el incorregible Silvio Berlusconi.

El fenómeno ha contagiado a todo el debate público. Mientras se multiplican las denuncias de los pudibundos contra la publicidad, la televisión, Internet o la ficción políticamente incorrectos crece el éxito de los Simpsons, Peter Griffin (Family Guy), el doctor House o Dexter. Quien se desmarca claramente de la corrección política tiene garantizada la atención pública. El discurso políticamente correcto, de tan exagerado, se percibe como hipócrita por una creciente parte de la sociedad. Los excesos alimentan los excesos. Las salidas de tono de algunos políticos posiblemente no serían tan efectistas de no existir el extremo contrario, cuando la corrección pierde su función de defensa de las minorías y se adentra en el eufemismo trivial.

El adjetivo “Piel Roja” no tiene un origen peyorativo y según varias encuestas los nativos americanos de hoy no se sienten en su mayoría ofendidos por el mote. De hecho, un sondeo efectuado por el prestigiado Annenberg Public Policy Center arrojó que el 90% de los nativos no tienen problema con el apodo. Asimismo, las encuestas demuestran que, de forma abrumadora, los aficionados al Fútbol Americano se niegan a que los Pieles Rojas cambien de nombre. Se trata de un juego de políticos oportunistas ociosos que pretenden medrar con este indigno debate y que solo provocan reacciones con la misma intensidad, pero en sentido contrario. Como lo dijo muy oportunamente el mariscal de campo piel roja Robert Griffin III, en el único momento de lucidez que ha tenido este año catastrófico el pobre muchacho: “En el país de la libertad se nos quiere tener como rehenes de la tiranía de la corrección política.”
Para ser efectiva, la corrección política debe servirse en dosis inteligentes oportunas y moderadas.

Así que, amigos, Heil to the Redsins! Forever!

lunes, 9 de diciembre de 2013

La Otra Muerte que Conmovió a Sudáfrica: El Asesinato del “Anti Mandela”


 

Hendrik Verwoerd
Ocurrió hace casi cincuenta años una muerte que también conmovió a Sudáfrica, pero a diferencia de ahora entonces quien falleció fue un hombre infame. Hendrik Verwoerd, fue el arquitecto del apartheid y artífice de los “bantustanes”, los territorios creados para no blancos que se diseñaron para segregar a la población de color. Este hombre, que fue psicólogo, sociólogo , periodista y político, nació en Ámsterdam en 1901 y fue toda su vida, como él siempre lo admitió sin rodeos, un “Afrikaner de extrema derecha”. Obtuvo un doctorado en la Universidad de Stellenbosch y luego se fue a Estados Unidos y Europa, donde realizó estudios de postgrado en varias universidades, incluyendo Hamburgo y Berlín. En 1928 regresó a Sudáfrica (donde había arribado con su familia cuando tenía dos años) y fue nombrado profesor de Psicología Aplicada y Sociología en la Universidad de Stellenbosch. Desde muy joven desarrollo inclinaciones filo nazistas y de supremacismo racial. En 1936 se unió a un grupo de seis profesores radicales que protestaron vehementemente contra la admisión en Sudáfrica de refugiados judíos de la Alemania nazi. Con este hecho Verwoerd demostró que estaba destinado a ser rodeado por la polémica. Al año siguiente se convirtió en el primer editor de Die Transvaler, el periódico del Partido Nacional en Johannesburgo, que bajo su dirección editorial se convirtió en un instrumento propagandístico de los nazis en Sudáfrica. Con la derrota de Hitler, Verwoerd se vio obligado a moderar sus inclinaciones nacionalsocialistas, pero su racismo y odio por todo lo que no fuera como él se mantuvo intacto. En 1948, el Partido Nacional llegó al poder en las elecciones generales y Verwoerd fue electo senador. Dos años más tarde entró en el Consejo de Ministros como encargado de Asuntos Nativos , donde mucho contribuyo a la instauración del apartheid, definido eufemísticamente por Verwoerd como “el sistema que proporciona igualdad de oportunidades a todas las personas…pero estrictamente dentro de su propio grupo racial”.


En 1958 Verwoerd se convirtió en primer ministro. Como gobernante consolidó el sistema de discriminación racial y reprimió brutalmente las protestas de la mayoría negra (como en la célebre masacre de Sharpeville en 1960), encarcelando a sus principales dirigentes, siendo uno de ellos un tal Nelson Mandela. El 6 de septiembre de 1966, en plena sesión parlamentaria, justo cuando tomaba asiento en su escaño un ujier de la cámara de nombre Dimitri Tsafendas se le acercó de repente, sacó de entre sus ropas una daga, levantó con ella la mano derecha y apuñaló a Verwoerd cuatro veces en el pecho . Cuatro miembros del Parlamento que eran los médicos se apresuraron a la ayuda del Primer Ministro, quien de inmediato fue trasladado a un hospital cercano donde murió a los pocos minutos de su llegada. Que yo sepa, Verwoerd ha sido uno de los dos únicos mandatarios que han sido asesinados durante una sesión parlamentaria, siendo el otro Spencer Perceval, asesinado a la entrada de la Cámara de los comunes en 1812 y convirtiéndose, así, en el único primer ministro británico en ser asesinado. La historia de este magnicidio es magistralmente narrada por el escritor Henk Van Woerden en la novela El asesino (piublicada en español por Mondadori en 2001). No hubo ninguna interpretación ni  intencionalidad política sobre este asesinato. Muy pronto, y sin las dudas que suelen acompañar a los eventos de este tipo, quedó claro que fue obra de un asesino solitario, quedando descartada cualquier posibilidad de complot. El hombre que lo mató era hijo ilegítimo de un padre griego y de una madre africana. Su pecado fue vivir en el lugar equivocado, la Sudáfrica del racismo y el apartheid, donde solo era uno más entre tantos parias, en un hombre sin patria ni identidad. Deambuló por toda África embarcado en cargueros, hasta que en Ciudad del Cabo buscó asentarse e iniciar una nueva vida. Pero Tsafendas “era demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros”. Consiguió un trabajo como ujier en el Parlamento y poco después decidió cometer su hazaña.

Van Woerden estremece con su relato. Presenta a Tsafendas como un hombre roto, siembre maltratado, ninguneado, escarnecido en la infame Sudáfrica del apartheid que un buen día decide matar al racista por antonomasia, al filonazi irredimible, al irreductible supremacista racial. Muy pocos fuera de Sudáfrica lamentaron la muerte de tan siniestro personaje, pero a su funeral asistieron más de un cuarto de millón de afrikáners. Un pedazo de alfombra con la sangre derramada de Verworerd se exhibió como recuerdo en el vestíbulo de la sala de sesiones del Parlamento hasta que en 2004 el gobierno decidió retirarla. Hoy ya nadie quiere acordarse de Verwoerd, símbolo de un oscuro pasado.  

viernes, 6 de diciembre de 2013

¡No se rían, lo de Okinawa es muy, muy grave!


 
Todo el  mundo riéndose (otra vez) de las burradas de Peña Nieto, pero la realidad es que en la prefectura de Okinawa, allá en Japón, se encuentra un aparentemente insignificante archipiélago de cinco islas deshabitadas y tres arrecifes que podría convertirse en el “Sarajevo” del siglo XXI. La semana pasada, China anunció que reconocía como zona de identificación de defensa aérea (ADIZ, en inglés) la región donde se ubican estas mugrosas islitas, las cuales disputa con Japón y que son conocidas como “Senkaku” (en Japón) o ““Diaoyu” (en China). Centenario es el odio y los rencores que se profesan mutuamente chinos y japoneses. Por eso un periódico británico tituló una editorial que dedicó al tema como “Islas Vacías, Heridas abiertas”. Todavía los chinos resienten a fondo las inconmensurables e incontables atrocidades perpetradas por los hijos del Sol Naciente durante la invasión y ocupación japonesa del territorio chino durante la Segunda Guerra Mundial, tales como la masacre y violación de Nanking, en 1937. Hoy que China se ha convertido en una de las principales potencias militares y económicas del mundo, no está dispuesta a seguir tolerando lo que ellos sienten nuevos agravios de sus viejos rivales. ¿Exageración? ¿Nacionalismo trasnochado? Puede ser, pero la realidad es que la responsabilidad de estas tensiones recae, desde mi punto de vista, más en el gobierno japonés que en el chino, y eso que la propiedad de las islas Senkaku fue reafirmada bajo el Tratado de Paz de San Francisco en 1951, que demarcó el territorio japonés después de la Segunda Guerra Mundial, y en el Tratado de Restitución de Okinawa en 1971, que regresó los derechos de administración de Okinawa, incluyendo las islas Senkaku, de Estados Unidos a Japón.
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La razón fundamental del deterioro de las relaciones entre Japón y sus dos vecinos más importantes, China y Corea del Sur, se debe a que los gobiernos japoneses desde el fin de la segunda guerra mundial se niegan a reconocer las atrocidades de la guerra perpetradas por el ejército de su país, las cuales no tienen nada que envidiar a las cometidas por los nazis en Europa. Aún más, lejos de hacer algún acto de contrición, el actual primer ministro, Shinzo Abe, y muchos políticos japoneses explotan un discurso nacionalista agresivo en el que demandan que su país vuelva a tener el derecho a convertirse en una potencia militar, cosa hoy prohibida por la Constitución del país. En contraste con lo que sucedió con Alemania, nación que si ha sabido hacer un examen de conciencia sobre el nazismo y sus fatales consecuencias, Japón no considera tener la culpa de nada. Al contrario, se consideran más bien víctimas del conflicto por los episodios atómicos sufridos en Hiroshima y Nagasaki.

Las tensiones en los mares de oriente han resurgido periódicamente desde que al comenzar el actual siglo China se convirtió en un poder marítimo más proactivo, pero en 2012 la disputa cobró un carácter decisivamente más preocupante con la decisión unilateral de Tokio de “nacionalizar” las islas". Además,  Japón ha negado sistemáticamente la mera existencia de una disputa. La política de Shinzo Abe desde que llegó al poder se ha basado en la noción de una “resurgencia japonesa”, y en ese sentido refleja una mayor reticencia de Japón a tolerar lo que se percibe como intrusiones de China en territorio japonés. Ahora China pretende con el anuncio de la ADIZ incrementar la presión sobre Japón para que reconozca que existe un conflicto territorial.

 El hecho Japón mantenga su orgullosa postura es una desgracia para Asia. Recuérdese que, en buena medida, gracias a que Alemania enfrentó su pasado fue posible la construcción de la Unión Europea bajo las bases de la paz, la democracia y la cooperación supranacional. Si Japón adoptara una conducta similar, las relaciones de la región Asía-Pacífico, la más pujante en la actualidad de todo el orbe, mejoraría sustancialmente. Pero no existe ni el más mínimo inicio de que eso pudiera suceder en el futuro cercano. Tenemos entonces un escenario donde que una potencia declinante pero jactanciosa encara el rencor de una potencia al alza y que no olvida. La combinación es peligrosa.  

jueves, 21 de noviembre de 2013

Insisto: ¡Qué Mal me cae Elena Poniatowska!


 
 
Sin dejar reconocer, antes que nada, que la Noche de Tlatelolco y Fuerte es el Silencio son dos documentos extraordinarios que mucho me ensañaron y emocionaron  en pasadas etapas de mi vida (aunque dudo muchísimo que por sí mismos den para un Premio Cervantes de Literatura), quiero reiterar aquí lo que ya he dicho en otras redes sociales: ¡Qué mal me cae Elena Poniatowska! Respeto a quienes aprecian su obra (muchísimos muy queridos amigos míos, entre ellos) pero más allá de los presuntos y muy, muy cuestionables méritos literarios la figura pública que ha creado Poni es aborrecible. La señora es la exaltación viva de la "pose", la pedantería y el esnobismo izquierdista. Se ha convertido en la quintaescencia del intelectual "progre" latinoamericano que esencialmente maniqueísta, manipulador, reduccionista e hipócrita, contaminada de esa actitud política de presunta superioridad moral de quien divide al mundo entre "yo y quienes piensan como yo, los buenos, y el resto del mundo, los malos", indigna de quien se asume como una intelectual crítica. Pero sobre todo hipócrita. La princesita siempre ha vivido bajo la sombra del poder jugando a la disidente
¡Ay, y esa antipática pose de progre a ultranza!

De su literatura no quiero hablar mucho porque allá cada quien sus gustos, pero en lo que a mí respecta más allá de ciertos rescatables pasajes de algunas de sus novelas lo demás es completamente prescindible. En todo caso, algo anda mal en el mundo cuando se prefiere premiar con el máximo galardón de la lengua española a una “escritora comprometida” sobre la obra de un escritor extraordinario y portentoso como lo es Fernando del Paso.

Hace algunos años surgió una polémica enorme cuando el Cervantes se le otorgó al refunfuñón conservador, pero magnífico escritor y, ese sí, mago de la lengua española, Francisco Umbral. Toda la progresía española y los campeones de la corrección política se incendiaron en hogueras de indignación. Hubo protestas de todo tipoy hasta se habló de un  presunto “empobrecimiento cultural del Partido Popular que intenta manejar y desmantelar el mundo de la cultura con mayúscula”. Se acusó al premio de estar “politizándose”. Por eso al llegar el PSOE al poder se tomó la decisión de dizque “despolitizar” el Premio Cervantes. Se corrigió el hecho de que el Jurado estuviera integrado al caso 80% por miembros elegidos por el Gobierno. Hoy que se premia a una “escritora comprometida” (pero, eso sí, muy de izquierda) sobre una gloria de nuestras letras cabe preguntarse qué tan exitosa fue esta supuesta labor de “despolitización”. 
 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La disfuncional política gringa

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El cierre del gobierno provocado por la intransigencia de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes de Estados Unidos demuestra que el sistema político de la potencia todavía más importante del orbe es tan disfuncional como el de la más atrasada república bananera. Durante mucho tiempo el presidencialismo puro norteamericano se desempeñó muy bien gracias a que los dos grandes partidos protagonistas, el Demócrata y el Republicano, trabajaban como organizaciones descentralizadas, desideologizadas y horizontales, lo que facilitaba el arribo a grandes acuerdos que permitían la gobernabilidad independientemente de cual organización ocupaba la Casa Blanca y cual tenía la mayoría en el congreso. Sin embargo desde los años ochenta hemos sido testigos de una creciente ideologización de los partidos gringos que ha conocido su auge con la aparición del movimiento Tea Party al interior del Partido Republicano. El Tea Party ha hecho evidentes varias de las taras no solo de la absoluta división de poderes que priva en el presidencialismo puro americano, que pueden desembocar en graves escenarios de ingobernabilidad en caso de que los Poderes estatales no lleguen a acuerdos, son que también destaca los peligros de tener un sistema electoral híper descentralizado en el que toda reglamentación en la materia depende exclusivamente de las legislaciones locales.

En México mucho nos quejamos del IFE, pero la realidad es que ya quisieran en Estados Unidos contar para la organización, supervisión y sanción de sus comicios a nivel federal con un instrumento único competente. Ya en las polémicas elecciones del año 2000, cuando un vergonzoso berenjenal causado por las disipaciones electorales locales del estado de Florida abrió la duda de si al candidato demócrata, AL Gore, se le habían robado las elecciones. Hoy, ante el drama del cierre del gobierno, no son pocos los analistas que responsabilizan en buena medida al defectuoso sistema electoral de la radicalización ideológica que han experimentado los partidos gringos. Efectivamente, en Estados Unidos los distritos electorales donde se elige a los representantes (todos uninominales) se reestructuran cada 10 años y son las legislaturas locales quienes tienen plena libertad de redistribuirlas a su antojo. Obviamente, el partido que tiene la mayoría en el congreso local traza los distritos de acuerdo a su conveniencia, es decir, procura dibujar las fronteras electorales de tal forma que en se aglutine lo más posible a condados que le son afines para tratar de garantizar el mayor número de escaños a su favor. De esta forma, los partidos son juez y parte en lo concerniente a la distribución de los distritos electorales. Este fenómeno ha dado como consecuencia una radicalización de posiciones de los candidatos, lo cuales deben procurar ganar las elecciones primarias en distritos muy sesgados a favor de su partido y en el que militan las bases más intransigentes. Son estos núcleos duros los que suelen definir a los vencedores en las primarias que definen a quienes serán los candidatos del partido rumbo a las elecciones generales. En el caso de los activistas del  Tea Party, sus militantes exigen de quienes aspiran a ser los candidatos republicanos la máxima fidelidad ideológica a sus principios conservadores, por lo que los representantes que finalmente resultan electos, y que deben enfrentar la reelección cada dos años, están más atentos en mantener contentos a los activistas radicales de su distrito y lo importante es ganar la elección primaria, la cual se ha convertido en un concurso de pureza ideológica. De ahí que se haya suscitado una polarización creciente de la geografía electoral estadounidense: los republicanos en las zonas rurales, los demócratas sobre las costas y en las ciudades. Cada vez más, la elección crucial es la primaria.
Elecciones primarias, reelección de legisladores, personalización de la política, estricta división de poderes, todas estas características del sistema político norteamericano están demostrando su inviabilidad. Lo increíble es que en México tengamos a tantos opinólogos que alaban incansablemente a estos mecanismos y exigen adoptarlos en México. Tengamos cuidado con ellos.

lunes, 7 de octubre de 2013

Il Policcinela di Milano


 
Parece que, ahora sí, será el fin de la carrera política de Silvio Berlusconi, la cual arribó para el magnate de Milán de la más ominosa forma: con la traición de sus correligionarios y entre abucheos y silbidos de sus adversarios tras la histórica sesión parlamentaria que rechazó una moción de censura que él había promovido días antes al ordenar la renuncia al gobierno de sus ministros afines. El viejo caimán perdió su olfato político, enredado como está en una serie de procesos judiciales. Como todo megalómano, terminó por perder el sentido de realidad por completo. El motín protagonizado por 26 parlamentarios de su propio partido le demostraron a Berlusconi que no es momento de maniobras políticas,  que al país le urgen respuestas concretas a sus problemas -múltiples y crecientes en estos tiempos- y de que no ya es admisible generar una crisis política por atender los problemas personales de un bufón. Nadie lo respaldaba en su irresponsable pedido de ir nuevamente a las urnas, ni siquiera sus antiguos aliados de  empresariado y del episcopado, conscientes todos de que con la actual ley electoral, (por cierto promovida por Berlusconi y que ahora  su autor califica de cómo “una cerdada”), sólo pueden dar un resultado de ingobernabilidad en el escenario político fracturado que hoy domina a Italia.

Ahora sigue para Il Cavaliere su ignominiosa expulsión del parlamento para que enfrente los  procesos judiciales que tiene pendientes, entre ellos, el juicio por el caso Ruby por prostitución de menores y abuso de poder, por el cual ya fue condenado en primer grado a siete años de prisión y prohibición de ejercer cargos públicos.

¡Ah, pero vaya que ha dsido una muerte lenta la de este gran payaso! Una y otra vez Berlusconi se levantó de sus escándalos como Ave Fénix desde que comenzó -a fines de 1994- su azarosa carrera política como cabeza de una presunta “rebelión ciudadana” contra la corrupta clase política de la llamada Primera República. Berlusconi dominó, para mal, el escenario político italiano con ascensos y caídas. Especialmente se habló de su derrumbe definitivo cuando, en noviembre de 2011, en plena crisis financiera, se vio obligado a renunciar bajo presión de los mercados y de Angela Merkel para ser reemplazado por austero tecnócrata y el ex comisario europeo y profesor universitario Mario Monti. Pero Berlusconi, pese a estar mal herido políticamente, hizo caer a Monti y se mostró como un aguerrido tigre en la campaña política subsiguiente cuando, pese a que fue denunciado por sus mentiras, logró una remontada impresionante ante sus adversarios del Partido Democrático, de centroizquierda. Muchos fuimos los que pensamos entonces que los italianos no tienen remedio. Pero fue su “último lance de Aquiles”. La rebelión protagonizada por varios de sus más fieles alfiles, encabezada por su delfín, Angelino Alfano, representa una vuelta de página para Italia. O por lo menos eso se espera.

Berlusconi perdió su gran apuesta. Jugó fuerte, intentó hacer caer a Enrico Letta para que hubiera luego elecciones anticipadas y ser candidato, pero los más responsables (y, también hay que decirlo, ambiciosos) vieron el momento de deshacerse el polichinela y de forma clamorosa dieron marcha atrás. Podría esta ser una novedad absoluta en el panorama enredado y fársico panorama  político italiano. Ojalá.