Si hacemos caso a
las cifras oficiales, Venezuela es uno de los casos más exitosos del combate al
coronavirus. La semana pasada, las autoridades reportaron poco más de veinte
mil casos y apenas 178 muertes, de las estadísticas más bajas en América
Latina. Pero la realidad es muy distinta. El sistema sanitario del país se ha
colapsado y Venezuela es una de las naciones del mundo donde menos pruebas se
han realizado para detectar al virus. Varios médicos y periodistas han ido a la
cárcel por cuestionar los datos oficiales.
En Venezuela se ha
politizado el coronavirus. La principal preocupación de Nicolás
Maduro reside no en combatirlo, sino en ganar, a como dé lugar, las elecciones
parlamentarias agendadas para el próximo 6 de diciembre. La mayor parte de la oposición
ha anunciado su no participación en estas elecciones a causa de vicios en su
convocatoria y organización, pero, aun así, para el chavismo es vital movilizar
votantes en masa, en medio de la pandemia, para intentar revestirse de una
legitimidad puesta en entredicho desde hace tiempo.
El país arrastra una desbocada inflación, la más alta
de mundo, 15 mil por ciento para 2020, y un decrecimiento del PIB de 18 por
ciento. Los tradicionales aliados extranjeros de Maduro (Turquía, China, Rusia) no podrán
seguir apoyándolo. El gobierno emprende la campaña electoral sin recursos y sin
posibilidad de hacer mítines por la cuarentena, pero aspira a desquitarse -pese
a no ser unas elecciones realmente
competitivas- de su derrota de 2015, cuando la oposición ganó mayoría
calificada.
Para ello, Maduro aferra su control sobre las
instituciones electorales. El Tribunal Supremo de Venezuela suspendió el
liderazgo del dos de los principales partidos opositores (Primero Justicia y
Acción Democrática) y, además, nombró, en abierta violación a la Constitución, a
los nuevos miembros del Consejo Electoral, la mayoría de ellos adictos al
gobierno.
Maduro se siente lo suficientemente seguro para
consolidar su gobierno. Desde el principio de la crisis emitió toques de queda y
comenzó a aparecer diariamente en televisión detallando medidas. Si en algún
momento en los últimos parecía débil, ahora eso se revierte.
Su decisión de poner a los militares a cargo de la
respuesta al coronavirus fortaleció su control social. Militares fueron
desplegados para imponer medidas estrictas de distanciamiento social y, más recientemente,
comenzaron a manejar estaciones de servicio para racionar combustible.
La comunidad internacional ha protestado, pero poco
podrá hacer. Maduro y algunos de sus funcionarios más cercanos han estado bajo
sanciones directas de Estados Unidos y se le ha aplicado un embargo petrolero. El
chavismo ha sobrevivido varios intentos de derrocarlo y soslayado todos los
intentos de negociar una solución pacífica a la crisis.
La viacrucis venezolana se eterniza.
Pedro Aguirre Ramírez
Publicado en la columna Hombres Fuertes
12 de agosto de 2020