Tras su pésima gestión del coronavirus, Donald Trump ha iniciado una “guerra
cultural” contra sus rivales políticos y los medios de comunicación. Las
manifestaciones provocadas por el asesinato de George Floyd a manos de la
policía no llevaron al presidente a reflexionar sobre las desigualdades de la
sociedad estadounidense o a tratar de calmar las tensiones políticas. Todo lo
contrario. Descalificó a las protestas, en su gran mayoría pacíficas, como “disturbios
anárquicos” y procedió a utilizar la fuerza para dispersarlas. Con ello se
juega una arriesgada apuesta hacia su cada vez más improbable reelección.
Al igual que otros dirigentes autoritarios, Trump atiza y sabe sacarle
provecho a polarización. Se emplea a fondo en su retórica como el defensor de
un Estados Unidos “sitiado” por los "izquierdistas" y las élites
cosmopolitas y describe a sus críticos como “inherentemente antiestadounidenses”.
Ordenó, de forma completamente injustificada, el despliegue de las
tropas federales del Departamento en Portland. Se trata de una fuerza de
seguridad fuertemente armada, reservada para operaciones antiterroristas o
enfrentar a narcotraficantes. Se han visto escenas de gases lacrimógenos,
manifestantes arrestados sin órdenes judiciales. Y ahora la amenaza se cierne
sobre Nueva York, Chicago, Filadelfia, Detroit y Baltimore, ciudades gobernadas
por demócratas.
En solidaridad con Portland, las protestas se ampliaron por diversas
lugares de Estados Unidos, sobre todo en Seattle y, de manera trágica, en
Austin, donde falleció una persona.
Trump acusa a las ciudades de estar sometidas al crimen, pero es un
rubro de responsabilidad local, las fuerzas federales sólo intervienen a
solicitud expresa. No es el caso.
Se trata de un recurso desesperado de un líder fracasado. Trump se
vendió a sí mismo como administrador nato, pero literalmente se desmoronó
cuando Estados Unidos enfrentó al COVID-19. Muy sintomático de este fiasco ha
sido la absurda guerra contra los cubrebocas. Durante meses, el presidente se
negó a usar una. “Sólo los débiles liberales la usan”, era el mensaje. Las
consecuencias están a la vista. Pocas cosas han estimulado la propagación del
virus como la negativa de muchos estadounidenses a usar cubrebocas.
Ahora, Trump pretende cambiar la atención de los electores al tema de la
“guerra cultural” contra una supuesta "mafia izquierdista". "Hay
un nuevo fascismo de extrema izquierda en ascenso en Estados Unidos y yo soy el
único capaz de detenerlo”, declaró el magnate en Monte Rushmore.
Está en juego el peligroso discurso sobre la “verdadera identidad
nacional”, enfrentando a estadounidenses "reales" contra aquellos “menos
auténticos”. ¿Servirá esta estrategia? Para muchos exhibe al
presidente como moral y mentalmente incompetente, pero él aun cree en el mito
de la “mayoría silenciosa”. Sus partidarios, simplemente, se avergüenzan de expresar
públicamente su simpatía por Trump. Esa es la ignominiosa esperanza del
republicano.
Pedro Arturo Aguirre Ramírez
Columna Hombres Fuertes
29 de julio de 2020
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