China asume una actitud confrontacionista en su
política exterior. Tras muchos años de ejercer “una diplomacia sutil, pero
perspicaz, dedicada a garantizar el ascenso pacífico y silencioso al estatus de
gran potencia”, según la línea dictada por Deng Xiaoping, ahora vemos agresividad
y prepotencia bajo el liderazgo de un ambicioso “hombre fuerte” quien no duda
ni un segundo en encararse con otros países para cumplir, a ultranza, su anhelo
de hacer de China el país más poderoso y rico del planeta para el año 2049,
centenario de la fundación de la República Popular.
La nueva generación de diplomáticos chinos es
conocida como los “lobos guerreros”. Son contestatarios y hasta groseros en su
empeño por defender las posiciones de Pekín. Nada conservan de los embajadores de
la China de antaño, caracterizados por su discreción.
En aras de “Hacer a China otra vez grande”, Xi ha
estrechado el cerco sobre Taiwán, hizo aprobar para Hong Kong una férrea Ley de
Seguridad Nacional para “combatir el secesionismo y la injerencia extranjera”,
disputa de forma crecientemente violenta la soberanía de aguas territoriales estratégicas
con sus vecinos del sudeste asiático, se enfrentó con India en el incidente
fronterizo más sangriento en 50 años y se lleva mal con Japón, Australia y Canadá.
En el ámbito interno reprime movimientos
separatistas en el Tíbet y Sinkiang, la región occidental del país en la
que viven los uigures, una minoría musulmana la cual se ha convertido en
objetivo de una inicua campaña de internamiento en campos de “readiestramiento
ideológico”.
En el renglón económico, China se ha propuesto
ponerse a la cabeza de la carrera tecnológica. Ya lidera el desarrollo del 5G
y hace progresos en la exploración espacial. También impulsa el ambicioso
proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda”, macroproyecto comercial y de
infraestructuras de enorme trascendencia
geoestratégica diseñado para ubicar a China como eje central de las dinámicas internacionales. Así,
Xi se convertiría en la personificación de la imagen clásica del emperador gobernante
“de todo cuanto hay bajo el cielo”.
Pero, ¿es necesaria tanta
agresividad para alcanzar este objetivo? ¿No bastaría con la buena administración del “poder blando”
preconizada por Deng Xiaoping? Muchos expertos opinan que la asertividad china se
debe a presiones internas resultado de la pandemia y la ralentización
económica. Xi pretende disipar cualquier sensación de una “China debilitada”.
Tanta agresividad provoca
la desconfianza de la comunidad internacional. La India ha prohibido 59 apps
chinas (entre ellas la popular TikTok), el Reino Unido ha retirado su participación
en la red 5G, Japón y Taiwán se rearman y sus empresas empiezan a abandonar
China, Estados Unidos diseña nuevos trazados para sus líneas de suministro. La prepotencia,
producto de la inseguridad, le puede salir cara a Xi.
Pedro Arturo Aguirre Ramírez
Publicado en la columna Hombres Fuertes
22 de julio de 2020
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