El más temible
opositor de Vladimir Putin es Alexei Navalny, por eso no extraña el intento de
envenenarle, máxime considerando el carácter gansteril del actual régimen ruso.
Y es el más temible porque, a diferencia de muchos opositores del pasado
reciente, no es un “plutócrata” añorante de los irredimibles tempos de Boris
Yeltsin, ni un liberal amigo de Occidente, ni un ex comunista, ni un demagogo alcohólico
e irrelevante como Vladimir Zhirinovski. Navalny es un populista, como Putin, y
quizá nada le produce más pavor a un populista que enfrentar a otro populista.
Navalny (44
años) comenzó su carrera política en el partido liberal Yabloko, pero fue apartado
de éste por sus posturas xenófobas. De ahí se involucró en el movimiento "Marcha
Rusa", de orientación derechista y antiinmigracionista, pero no tardó en abandonarlo
para iniciarse como bloguero. Con sus audaces denuncias contra la corrupción,
su carisma de “antipolítico” y su discurso llano y directo ganó en YouTube casi
dos millones de seguidores. Las autoridades empezaron a preocuparse y en 2011
acusaron a Navalny de una supuesta malversación de fondos. El juicio tuvo un inconfundible
tufo político. Fue hallado culpable,
pero la sentencia suspendida después de verificarse numerosas y multitudinarias
protestas en apoyo de Navalny y del rechazo al procedimiento por parte de la
Corte Europea de Derechos Humanos. En 2013 se lanzó para las elecciones a la
alcaldía de Moscú. Alcanzó un sorprendente segundo lugar, con alrededor del 27
por ciento de los votos. La campaña consolidó su carisma como “enemigo acérrimo
de la corrupción” y lo convirtió en la única persona capaz de disputar el poder
a Putin.
Perfiló para
las presidenciales de 2018 una plataforma bastante difusa con énfasis, eso sí,
en la lucha contra la corrupción “el principal problema de Rusia”, y con las
facilonas propuestas de siempre: aumento de los salarios, construcción de
carreteras y hospitales, elevar las pensiones, impulsar la educación gratuita,
mejorar el servicio de salud, desgravar a trabajadores y pequeños emprendedores,
etc. También insistía en el antiinmigracionismo al prometer limitar el número de
trabajadores procedentes de Asia Central y Transcaucasia. En política exterior,
proponía terminar las intervenciones rusas en Siria y Ucrania, pero fue más
cauto en cuanto a la muy popular anexión de la península de Crimea. El tema de
la democracia brillaba por su ausencia.
Navalny fue
impedido de participar en las elección presidencial de 2018. Con todo el
andamiaje estatal en sus manos, Putin es capaz de emplear a placer recursos
formales para impedir la consolidación legal de cualquier alternativa opositora.
Pero con un populista como Navalny, capaz de ganar la calle, eso no basta. De
ahí lo de apelar a ciertos recursos “informales”, como el veneno, uno de los
favoritos del dictador ruso.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
2 de septiembre de 2020