Una apoteosis de elección
fraudulenta la acaba de ofrecer Vladimir Putin. Rusia celebró hace unos días un
referéndum para derogar las limitaciones constitucionales a la reelección
indefinida del presidente. El resultado oficial fue un apabullante 78 por ciento
de votos a favor de la reforma, lo cual invitaría a pensar en el carácter incombustible
e inapelable de la popularidad de Putin, pero un análisis más detallado da
cuenta de muchísimas irregularidades y trampas.
Este referéndum se
llevó a cabo sin garantías mínimas de transparencia y careció de fundamento
jurídico por ser innecesario, al haber sido aprobada la nueva disposición en el
Parlamento y sancionado por la Suprema Corte. No se exigió un umbral mínimo de
participación, su realización no se supervisó de forma independiente y se
violaron las más elementales normas y estándares internacionales usuales en
cualquier país para garantizar un proceso íntegro.
El gobierno
organizó sorteos con premios hasta de 10 millones de rublos (140 mil dólares) para
incentivar la participación de los ciudadanos. Con el pretexto del coronavirus,
se instalaron mesas de votación móviles en parques, canchas deportivas y hasta
dentro de camiones. También las boletas electorales podían ser arrojadas en
cajas de cartón ubicadas a los costados de los caminos y las carreteras, y se
estableció un opaco sistema para facilitar el voto electrónico. Todas estas
medidas dieron lugar a amplias oportunidades de manipulación.
En el referéndum
se aprobaba no solo el tema de la reelección indefinida, sino un paquete de 206
propuestas diseñadas para confundir a los electores, tales como un sistema de pensiones
a prueba de inflación, estatus protegido para el idioma ruso y prohibición del
matrimonio gay. A los electores no se les permitía elegir cuales propuestas
aprobar y cuales rechazar, era decir sí o no a todo el lote.
¡Ah!, y escondidita
entre todo el paquete también había disposición para otorgar al presidente de
la facultad de despedir libremente a los jueces de los tribunales Supremo y Constitucional.
Putin ha procurado
establecer su legitimidad por la vía electoral, aunque los comicios en Rusia
jamás han sido del todo limpios. Los candidatos opositores son acosados, encarcelados
o excluidos, los medios de comunicación estatales son parciales hacia el
partido del gobierno y, por supuesto, la autoridad electoral está supeditada al
presidente. Ahora, pese a las
aparentes “victorias aplastantes”, este recurso empieza a agotarse.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
8 de julio de 2020