La Asamblea Popular de la República China se reúne
esta semana en Beijing tras haberse superado en ese país la etapa más álgida del
coronavirus. Es una institución casi meramente decorativa. Sus funciones son
sumamente limitadas. Casi solo sirvió de escenario para la celebración del “triunfo
de la guerra popular contra el coronavirus encabezada por el camarada Xi
Jinping”. Sin embargo, incluso dentro de su futilidad le ha sido muy difícil disimular
los daños efectuados por la pandemia a la gran potencia asiática.
Contrario al tópico, China no ha salido como la “gran
vencedora” de todo este dilema sanitario mundial. En el terreno político muchos
especialistas y sinólogos señalan el surgimiento de una importante disensión
política dentro del Partido Comunista Chino. Se han dejado escuchar, sutilmente,
críticas al estilo altamente centralizador del presidente Xi Jinping.
La rápida y draconiana respuesta de las autoridades
ante la crisis ha sido muy elogiada, es cierto, pero arrecia en lo interno la disputa
sobre el número exacto de muertos e infectados, los riesgos de una segunda ola de
infecciones y la dirección futura de la política exterior, sobre todo en lo
concerniente a las relaciones con Estados Unidos y a las medidas represoras en
Hong Kong.
En el renglón económico el daño ha sido enorme. El PIB
sufrió primer trimestre del año una contracción del 6.7 por ciento. China
reactivó su actividad muy rápido, pero ni la guerra comercial con Estados
Unidos ni la crisis global insuflan optimismo a una economía demasiado
dependiente de las exportaciones. El desempleo se acercaba al 6 por ciento a
principios de año y se calcula en 70 millones la cifra de personas sin trabajo
por efecto del Covid 19. Otro lastre es el tamaño de la deuda pública, la cual
representa ya un 310 por ciento del PIB.
La pandemia retrasará los magníficos sueños de Xi,
quien se ha propuesto hacer de China una potencia “totalmente rica,
desarrollada y poderosa" , y ello constituye un problema muy serio para un gobierno cuya
legitimidad reside no en las urnas, sino en su eficacia económica.
Muchos ven hoy el inicio
de una especie de Pax Sinica, el indiscutible dominio mundial de China, triunfante
en la contienda geopolítica con los Estados Unidos, sobre todo considerando la caótica
gestión de la administración Trump. La aparentemente astuta reacción de China
ante la crisis, la eficacia brutal del modelo autoritario al contenerla y la
campaña mundial de ayuda ofrecida por Beijing al mundo sustentan este enfoque.
Pero un análisis más a fondo impide determinar a un
ganador, más bien indica el relativo debilitamiento de ambas grandes potencias.
Asoma en el horizonte un desconcierto
mundial donde el nacionalismo
desenfrenado y las pugnas desplazaran al orden y la cooperación entre las
naciones.
Pedro Arturo Aguirre
Columna Hombres Fuertes
publicada 27 de mayo de 2020
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