A la memoria de
Antonio Mondragón
La variopinta colección de sátrapas o candidatos a
serlo que pulula en el escenario político actual se ha caracterizado por su deficiente
e irresponsable gestión ante la pandemia del coronavirus. De entre ellos puede
distinguirse, en general, dos tipos: los “oportunistas”, quienes han
aprovechado de forma escandalosa las cuarentenas y restricciones
obligatorias para apretar más los
mecanismos de control sobre sus gobernados, y los “negacionistas”, quienes en
mayor o menor medida han minimizado la crisis y evitado tomar decisiones
difíciles para tratar de dejar intacta su sacrosanta “popularidad”.
A este último grupo pertenecer líderes de países grandes
como Trump, Putin y Bolsonaro, pero también en algunas naciones pequeñas se han
dado casos de autócratas negligentes caracterizados por su voluntarismo, su fe
en el pensamiento mágico e incluso por una atroz cursilería.
Alexander Lukashenko, dictador de Bielorrusia, calificó
al coronavirus como una “absurda psicosis” y se rehusó a decretar confinamientos
y medidas de distanciamiento social. "No
hay virus aquí. No los han visto volar, ¿verdad, conciudadanos?", preguntó
a sus azorados gobernantes.
Aconseja ir a saunas y beber vodka como medidas para
combatir el virus y ha subrayado las virtudes de “mantener una vida espiritual
y sobria” como fórmula eficaz para mantener una buena salud.
Más absurda es la situación en Turkmenistán, donde el
simple hecho de mencionar o escribir la palabra “coronavirus” es considerada un
delito. Incluso portar en la cara una mascarilla puede ser motivo de arresto. Esta
nación centro asiática tiene un presidente de nombre kilométrico: Gurbanguly
Berdimuhamedow, quien ha fomentado un delirante culto a su personalidad. Ante
la pandemia, la televisión nacional lo muestra hablando de remedios
“medicinales” a base de infusiones, aromaterapias, rezos y mantras populares
comunes en esta nación gracias a la generalizada práctica del chamanismo. “El
pueblo sabe más”, asegura el señor presidente.
Otro caso donde, oficialmente, no existe el
coronavirus es Corea del Norte. Cierto, la propaganda estatal ha informado
sobre la pandemia, pero enfatizando el fracaso de Estados Unidos y (supuestamente)
de Corea del Sur al combatirlo y presentando a los norcoreanos como un pueblo
ordenado y feliz inmune a la enfermedad.
Y otro caso lo presenta la pobre Nicaragua. El
gobierno del dictador Daniel Ortega también ha rechazado imponer las estrictas
medidas introducidas a nivel mundial para frenar la propagación del
coronavirus. Las consecuencias las paga la gente. En los hospitales hay largas
filas, se han agotado las medicinas básicas en las farmacias y se multiplica,
ya de forma escandalosa, la celebración de funerales apresurados.
Pero el gobierno niega la dimensión del problema,
exalta las virtudes del pueblo e incluso ha promovido eventos masivos, como una
absurda marcha convocada para promover al amor como fórmula infalible para
vencer a la epidemia.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
17 de junio de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario