Donald Trump prometió “volver a hacer grande a América”,
pero a causa de su fallida presidencia
Estados Unidos se parece cada vez más a una república bananera.
La muerte del afroamericano George Floyd a manos de un
policía blanco en Minneapolis ha provocado una furiosa ola de violencia racial como
no se había visto en Estados Unidos durante décadas, la cual ha sido exacerbada
aún más por la retórica racista y autoritaria del presidente. Trump paga así el
costo de su estrategia de constante polarización y discurso de odio. Es una
buena lección para otros líderes proclives a recurrir a estas prácticas.
Las protestas atraviesan la base social del país y
llegan hasta la verja exterior de la Casa Blanca. Estados Unidos arde y nadie
sabe cómo acabará la pesadilla. Arde justo cuando por culpa de una mala planeación
gubernamental, la otrora líder y paradigma del mundo libre es la nación del
planeta con más muertes y contagios por la pandemia del Covid-19.
Para colmo, crecen los temores en torno a las elecciones
presidenciales de noviembre, e incluso algunos analistas advierten sobre los serios
peligros de un desplome del régimen democrático.
Trump cuestiona la integridad del sistema electoral,
sobre todo de los mecanismos de voto por correo. Según las encuestas recientes,
más de la mitad de los votantes estadounidenses desean votar por correo para
evitar al coronavirus, pero el magnate acusa a esta forma de emisión de sufragios
como “propensa a la manipulación”, eso sí, sin presentar una solo prueba o
argumento sólido para sustentar sus afirmaciones.
De hecho, la ya célebre disputa entre Trump y Twitter se
origina precisamente en una advertencia de la red social sobre la verosimilitud
de un mensaje del presidente donde advertía sobre las supuestas “consecuencias
fraudulentas” del voto por correo.
Ante este oscuro panorama, el Partido Republicano mantiene
una total sumisión ante su “Caudillo”. Los republicanos han demostrado
fehacientemente estar dispuestos a plegarse ante cualquier capricho de Trump,
por ello no sería difícil atestiguar su complicidad con alguna artimaña presidencial
de último momento para torcer el resultado electoral como, por ejemplo, una
declaratoria el estado de emergencia en los estados más disputados o prohibir
reuniones de más de diez personas a causa de un eventual rebrote de la
pandemia.
Los más pesimistas temen la posibilidad de ver a Trump
ensuciar los comicios en caso de una disputa cerrada, donde el escrutinio de
las papeletas enviadas por correo sea lento. Incluso no descartan el inicio de
investigación criminal contra Biden por parte del fiscal general Barr, quién ya
ha demostrado su absoluta incondicionalidad a Trump.
Obviamente, una disputa poselectoral digna de Honduras
o Gabón representaría un golpe fatal al, de por sí, menguante liderazgo mundial
estadounidense.
Pedro Arturo Aguirre
Columna Hombres Fuertes
Publicada 3 de junio de 2020
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