Nada los detiene: ni sus promesas incumplidas, ni su
corrupción, ni su ineficiencia como gobernantes. Los hombres fuertes llegaron
para quedarse, y al parecer será por mucho tiempo.
Hace un par de semanas, Benjamín Netanyahu fue
reelecto en Israel a pesar de enfrentar graves escándalos de corrupción.
En Venezuela se mantiene la pertinaz presencia del
infame gobierno de Maduro.
Duterte salió reforzado en las elecciones legislativas
y municipales celebradas hace unos días en Filipinas.
Pese al desgobierno italiano, la figura de Salvini
sigue al alza.
Las perspectivas de reelección rumbo a las elecciones
presidenciales del año entrante para el impresentable Donald Trump no son nada
despreciables.
Por su parte, la semana pasada Narendra Modi obtuvo
una aplastante victoria electoral no obstante haber abandonado muchos
ofrecimientos de campaña y representar una amenaza para los cimientos mismos de
un Estado creado como inclusivo, laico y plural por sus fundadores.
India es una nación cada vez más fragmentada a causa
de un gobierno cuya principal
característica ha sido polarizar a la sociedad con los temas de la identidad
religiosa y nacional.
Modi ha vulnerado el espíritu de la Constitución de su
país al enfatizar las diferencias entre comunidades y promover formas de
segregacionismo entre ellas.
En la India viven casi 200 millones de musulmanes y en
los últimos años se ha registrado un aumento de los reportes de violencia, con
linchamientos incluidos.
Según un informe reciente de la ONG Human Rights Watch,
se han contabilizado 44 víctimas mortales víctimas de linchamientos entre 2015
y 2018, durante el gobierno de Narendra Modi.
Los nacionalistas partidarios de Modi lo defienden y
destacan su supuesto logro de “haber revitalizado el legado cultural e
histórico del país destrozado por los
británicos”.
El primer ministro, según dicen, es popular entre los
pobres gracias a sus programas sociales y a su capacidad de comunicarse con
ellos y acusan a “esos intelectuales universitarios” de estar desconectados de
las masas.
También están orgullosos de tener un gobernante fuerte
capaz de devolverle a la India un lugar preponderante en el mundo. "Para
sobrevivir hace falta un líder potente, y la prueba de ello son Rusia y Estados
Unidos”, afirman.
El mismo discurso antiélites. La misma “gran revancha”
del pueblo frente al poder establecido. El mismo triunfo del guía mesiánico y
paternalista en detrimento de cualquier racionalidad.
Modi ha fracasado en su promesa de relanzar la
economía india. En 2018, el desempleo alcanzó el 6.1 por ciento, la cifra más
alta en 45 años, la situación de millones de trabajadores rurales es cada vez
más precaria y son evidentes las señales de ralentización económica.
Por eso la campaña de Modi olvidó la economía y giró en
torno al nacionalismo hinduista.
Y eso le bastó para ganar por amplio margen
Pedro
Arturo Aguirre