El lamentable éxito del antieuropeísmo en las pasadas
elecciones europeas no hizo sino confirmar como se parecen las posturas y
discursos de los populismos
autoproclamados de izquierda, "nacionales y populares" y los
populismos de derecha. Y es que, en realidad, el populismo no es "ni de
izquierda ni de derecha", sino una doctrina sustentada por el lenguaje del
agravio, centrada en identificar al enemigo, anti institucional, mesiánica e
hipernacionalista. En el populismo lo que impera es siempre el odio, siempre el
rechazo frontal, siempre el maniqueísmo más pueril, siempre dos bandos
separados y enfrentados por el veneno
del rencor. En América Latina los populistas enfilan baterías contra la
“oligarquías”, “los intereses foráneos”,” El imperialismo, los pitiyanquis”. En
Europa son los inmigrantes, Bruselas, el Euro. En ambos casos se trata de
expresiones mesiánicas, poderosamente voluntaristas y que siempre derivan en la
exaltación de un líder que una sabiduría
superior. En un nuevo contexto de crisis económica global, el populismo de izquierda
y derecha vuelve a plantear una resolución del problema de la representación en
la democracia. No entiende la política como un diálogo, sino más bien como una
lucha entre leales y traidores.
Hoy el populismo procura establecer una forma autoritaria de
gobierno formalmente “democrático”, pero que en realidad es profundamente
“iliberal” ya que desconfía de las instituciones y la división de poderes.
También rechaza el pluralismo, como posibilidad de que distintas posiciones
políticas puedan tener diferentes verdades y legitimidades. Ironías de la
historia, los populistas de izquierda y de derecha exaltan la figura del líder
ruso Vladimir Putin como ejemplo de lo que es un buen gobernante. No por casualidad Para el populismo, hay una verdad única
que emana de la palabra del líder, único genuino intérprete de los deseos de
pueblo y de la nación. Esta verdad cambiante
a la medida de los cambiantes pensamientos del líder es la base de la teológica
política del movimiento, en sus distintas acepciones de derecha e izquierda. En
Europa, los populismos de derecha definen a los "enemigos" como
ajenos al "pueblo" y como culpables de la crisis. En América latina,
la historia es diferente: por suerte el racismo no es relevante (aunque se
percibe un claro antisemitismo en los líderes de la Revolución Bolivariana) ,
la imagen del enemigo es más bien abstracta y cambia a la medida de críticos y
circunstancias. Los enemigos y los culpables de la crisis no son inmigrantes,
sino más bien aquellos ciudadanos críticos del gobierno, a los que califica de
“oligarcas”.
Emergen los populismos y la democracia liberal se encuentra
en una profunda crisis. Pero con el populismo no alcanza, nunca ha alcanzado,
para superas de forma genuina los problemas sociales. Sin duda atractivos son
los esquemas maniqueos y simplista, sobre todo en épocas de turbulencias. Más
bien suele suceder lo contrario: los movimientos que hacen gala de
representación popular conducen el país hacia el paternalismo, la pobreza y la
mediocridad.