Mujeres valientes
vestidas de blanco y sosteniendo flores en lo alto se manifestaron en Minsk
durante toda la semana pasada en portentosa protesta silenciosa. Iban solidarias
con las miles de personas golpeadas y abusadas horas antes por haber demostrado
su inconformidad contra el fraudulento resultado oficial de las elecciones
presidenciales en las cuales salió reelecto, por sexta ocasión, el déspota Alexandre
Lukashenko.
El de Bielorrusia
es un levantamiento inspirado y dirigido por las mujeres. Los candidatos presidenciales masculinos de la
oposición fueron
arrestados o huyeron del país antes de la votación. Svetlana Tikhanovskaya,
esposa de uno de ellos, decidió tomar la estafeta de su marido y, aliada con
otras dos mujeres líderes opositoras, se propuso derrotar a Lukashenko. El
dictador, como era de esperarse, dedicó pedestres burlas a su adversaria, sugiriéndole
dedicarse mejor “a cocinar la cena para sus hijos”. Pero esta estulticia sólo hizo
crecer la popularidad y determinación de Tikhanovskaya: ella y sus dos compañeras
de lucha se han convertido en un símbolo de libertad.
Lukashenko es el "último dictador de
Europa", continente donde (monarcas aparte) es con mucho el gobernante más
veterano. Se perpetúa en el poder gracias a una urdimbre de represión,
populismo y apoyo ruso. Triunfó en la elecciones de 1994 como un candidato
ajeno a las élites poscomunistas. Presumía ser un paladín contra la corrupción.
Era, en el fondo, un nostálgico del régimen comunista, enemigo jurado del curso
tímidamente prooccidental y promercado iniciado por Bielorrusia desde su
separación de la URSS en 1991. Ya en el poder revirtió las cosas, restableció
los controles estatales de la economía e instauró esquemas asistencialista para
la población.
También alteró leyes e instituciones para perpetuarse
en el poder. Hoy nada reta su caudillaje. Ni siquiera se ha valido de un
partido propio porque prefiere ser el “protector sin intermediarios” del pueblo.
Rehúye cualquier signo de sofisticación y patentiza constantemente su adhesión
a los “valores, creencias y tradiciones del pueblo bielorruso”. El Parlamento del
país se ha convertido en un adorno, las libertades fundamentales son
sistemáticamente conculcadas, la oposición es débil y fragmentada, y los
procesos electorales distan muchos de satisfacer los mínimos estándares
democráticos.
Pero el tiempo del oprobio se agota. La bancarrota económica
es absoluta, la gente está harta de la dictadura y el colmo llegó con el pésimo
tratamiento dado al coronavirus. Convocada por Tikhanovskaya, el domingo se
celebró la llamada "Marcha de Libertad", la mayor protesta en la
historia del país. Por eso Lukashenko ha decidido recurrir a su “hermano mayor”:
el peligroso Vladimir Putin, en una jugada no exenta de riesgos. Desde hace
tiempo el mandamás ruso pretende engullirse a la Belarús. A ver si al tirano no
le sale más caro el caldo que las albóndigas.
Pedro Arturo Aguirre
Hombres Fuertes
19 de agosto de 2020