La Unión Europea vive la
peor encrucijada de su historia y con esa triste realidad como telón de fondo
esta semana se celebran elecciones al Parlamento Europeo.
Los populismos de derecha
han sabido canalizar con demagogia y discurso de odio una década de
inestabilidad económica y financiera, la crisis de los refugiados, el
descrédito de la clase política tradicional y la desconfianza en unas
instituciones europeas a las cuales consideran responsables de severas
políticas de austeridad.
Ahora aspiran a
consolidar su auge. Ya poseen el 20% de los escaños de la Eurocámara, pero ahora
algunas encuestas les indican la posibilidad de ganar hasta el 30 por ciento de
los 751 diputados que tiene el cuerpo legislativo continental.
Actualmente los populismos
de derecha están presentes en 21 parlamentos de países comunitarios y
participan como socios en coaliciones de gobierno en Austria, Italia,
Finlandia, Eslovaquia, Letonia y Bulgaria. En Hungría, República Checa y
Polonia gobiernan como fuerzas conservadoras formalmente tradicionales, pero
han asumido el discurso y las prácticas de los más radicales.
Desde los convulsos años
treinta del siglo XX las fuerzas ultranacionalistas no habían tenido tanto
poder. Sin embargo, este preponderancia tiene debilidades: diferencias en temas
económicos, culturales y sobre la relación con Rusia. También pesa el poderoso
personalismo de algunos de sus líderes.
Marine Le Pen y Salvini
han moderado un tanto su postura y ya no cuestionan la existencia de la Unión
Europea, sino plantean “reformarla desde dentro”, mediante el fortalecimiento
de las soberanías nacionales. Más radicales en su euroescepticismo son Wilders
y algunos grupos de Europa del Este, por no hablar de los británicos.
En los temas culturales y
sociales los ultras polacos, húngaros, españoles y alemanes hacen hincapié en
el cristianismo como uno de los componentes esenciales de la identidad europea.
Le Pen y Wilders serían algo más "progresistas".
También Salvini y Le Pen
se caracterizan por simpatizar con Putin, pero en una posición opuesta se encuentra
el Partido Derecho y Justicia, de Polonia y el movimiento de “Verdaderos
Finlandeses”.
No deja de tener
trascendencia el duelo entre las figuras carismáticas. Cierto que Salvini ha
cobrado gran notoriedad en esta campaña, pero ello no necesariamente se traducirá
en un liderazgo efectivo a futuro. Hay egos demasiado grandes.
La influencia de los euroescépticos
dependerá de su capacidad para impulsar metas comunes. Sin embargo, jamás han
sido capaces de integrar un grupo totalmente homogéneo en la Eurocámara, pese a
reiterados esfuerzos por conformar una sola familia política.
En general, ellos
quisieran una Unión Europea convertida en un
mero espacio de intercambio económico, pero con las “identidades
nacionales” reforzadas, fronteras impermeables a la inmigración y sociedades protegidas
ante la globalización.
Pero divergencias en
políticas concretas y rivalidades personalistas pueden darle un cierto respiro
al alicaído proyecto europeísta.
Pedro
Arturo Aguirre