Ocurrió hace
casi cincuenta años una muerte que también conmovió a Sudáfrica, pero a
diferencia de ahora entonces quien falleció fue un hombre infame. Hendrik
Verwoerd, fue el arquitecto del apartheid y artífice de los “bantustanes”, los
territorios creados para no blancos que se diseñaron para segregar a la
población de color. Este hombre, que fue psicólogo, sociólogo , periodista y
político, nació en Ámsterdam en 1901 y fue toda su vida, como él siempre lo
admitió sin rodeos, un “Afrikaner de extrema derecha”. Obtuvo un doctorado en
la Universidad de Stellenbosch y luego se fue a Estados Unidos y Europa, donde
realizó estudios de postgrado en varias universidades, incluyendo Hamburgo y
Berlín. En 1928 regresó a Sudáfrica (donde había arribado con su familia cuando
tenía dos años) y fue nombrado profesor de Psicología Aplicada y Sociología en
la Universidad de Stellenbosch. Desde muy joven desarrollo inclinaciones filo
nazistas y de supremacismo racial. En 1936 se unió a un grupo de seis
profesores radicales que protestaron vehementemente contra la admisión en
Sudáfrica de refugiados judíos de la Alemania nazi. Con este hecho Verwoerd
demostró que estaba destinado a ser rodeado por la polémica. Al año siguiente
se convirtió en el primer editor de Die
Transvaler, el periódico del Partido Nacional en Johannesburgo, que bajo su
dirección editorial se convirtió en un instrumento propagandístico de los nazis
en Sudáfrica. Con la derrota de Hitler, Verwoerd se vio obligado a moderar sus
inclinaciones nacionalsocialistas, pero su racismo y odio por todo lo que no
fuera como él se mantuvo intacto. En 1948, el Partido Nacional llegó al poder
en las elecciones generales y Verwoerd fue electo senador. Dos años más tarde
entró en el Consejo de Ministros como encargado de Asuntos Nativos , donde mucho
contribuyo a la instauración del apartheid, definido eufemísticamente por Verwoerd
como “el sistema que proporciona igualdad de oportunidades a todas las personas…pero
estrictamente dentro de su propio grupo racial”.
En 1958 Verwoerd se
convirtió en primer ministro. Como gobernante consolidó el sistema de
discriminación racial y reprimió brutalmente las protestas de la mayoría negra
(como en la célebre masacre de Sharpeville en 1960), encarcelando a sus
principales dirigentes, siendo uno de ellos un tal Nelson Mandela. El 6 de
septiembre de 1966, en plena sesión parlamentaria, justo cuando tomaba asiento
en su escaño un ujier de la cámara de nombre Dimitri Tsafendas se le acercó de
repente, sacó de entre sus ropas una daga, levantó con ella la mano derecha y
apuñaló a Verwoerd cuatro veces en el pecho . Cuatro miembros del Parlamento
que eran los médicos se apresuraron a la ayuda del Primer Ministro, quien de
inmediato fue trasladado a un hospital cercano donde murió a los pocos minutos
de su llegada. Que yo sepa, Verwoerd ha sido uno de los dos únicos mandatarios
que han sido asesinados durante una sesión parlamentaria, siendo el otro
Spencer Perceval, asesinado a la entrada de la Cámara de los comunes en 1812 y
convirtiéndose, así, en el único primer ministro británico en ser asesinado. La
historia de este magnicidio es magistralmente narrada por el escritor Henk Van
Woerden en la novela El asesino (piublicada en español por Mondadori en
2001). No hubo ninguna interpretación ni
intencionalidad política sobre este asesinato. Muy pronto, y sin las
dudas que suelen acompañar a los eventos de este tipo, quedó claro que fue obra
de un asesino solitario, quedando descartada cualquier posibilidad de complot.
El hombre que lo mató era hijo ilegítimo de un padre griego y de una madre
africana. Su pecado fue vivir en el lugar equivocado, la Sudáfrica del racismo
y el apartheid, donde solo era uno más entre tantos parias, en un hombre sin
patria ni identidad. Deambuló por toda África embarcado en cargueros, hasta que
en Ciudad del Cabo buscó asentarse e iniciar una nueva vida. Pero Tsafendas “era
demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros”. Consiguió
un trabajo como ujier en el Parlamento y poco después decidió cometer su
hazaña.
Van Woerden
estremece con su relato. Presenta a Tsafendas como un hombre roto, siembre
maltratado, ninguneado, escarnecido en la infame Sudáfrica del apartheid que un
buen día decide matar al racista por antonomasia, al filonazi irredimible, al
irreductible supremacista racial. Muy pocos fuera de Sudáfrica lamentaron la
muerte de tan siniestro personaje, pero a su funeral asistieron más de un
cuarto de millón de afrikáners. Un pedazo de alfombra con la sangre derramada
de Verworerd se exhibió como recuerdo en el vestíbulo de la sala de sesiones
del Parlamento hasta que en 2004 el gobierno decidió retirarla. Hoy ya nadie quiere
acordarse de Verwoerd, símbolo de un oscuro pasado.