La dirigencia del loco Partido Republicano de
Estados Unidos acaba de sorprender a todo el mundo con un interesante documento
autocrítico en el que reconoce la grave crisis por la que atraviesa y que “será
extremadamente difícil ganar próximas elecciones presidenciales” si no se
acometen “reformas internas” profundas, se suavizan las posiciones ideológicas
actuales y se abre el programa político para incorporar las preocupaciones de
la mayoría de la población. ¡Bien hecho!
Sigue el informe “La percepción del partido por
parte del público ha alcanzado su punto más bajo. Los jóvenes cada día se
alejan más de lo que el partido representa, y muchas minorías creen que al
partido no le gustan o que no queremos que estén en el país”, y llama al giro a
la extrema derecha experimentado en los últimos años a causa de la aparición del
Tea Party como “un callejón ideológico sin
salida” provocado por posiciones extremistas que satisfacen a los sectores más
radicales del partido, pero que “crean
desconfianza entre la mayoría de la población…El Partido Republicano tiene que
dejar de hablarse a sí mismo. Nos hemos convertido en expertos de cómo reforzar
ideológicamente a los que ya piensan como nosotros, pero hemos perdido de forma
devastadora nuestra capacidad para persuadir o aproximarnos a los que no están
de acuerdo en todo con nosotros”.
¡Bravo! Un señor análisis, hay que reconocerlo, que muy bien dibuja las
causas profundas del atolladero en el que los republicanos se han metido por
culpa de sus más locos seguidores. Recuérdese, simplemente, la estrambótica
colección de candidatos fundamentalistas que compitieron por la nominación
hacia la elección presidencial de 2012 como el santurrón Santorum, fustigador
del Estado laico; Bachman, quien afirmaba que el gobierno estaba infiltrado por
islamistas radicales; Perry, que proponía eliminar más programas del gobierno federal de lo que él mismo podía
nombrar con éxito en un debate; Trump, cuya pieza ideológica central fue exigir
ver el acta de nacimiento de Obama, y así un largo y grotesco desfile de candidatos e ideas extremistas,
tales como imponer draconianas políticas antinmigración, negar el calentamiento
global, postular iniciativas demenciales en política exterior, y mantener en el centro del debate la defensa
a ultranza de pretendidos “valores” que afectaban directamente los derechos
individuales de las mujeres y de las minorías al mismo tiempo que se usaba un discurso
pretendidamente favorable a la iniciativa individual frente al Estado. Esta es, justamente, la principal
discordancia que afecta al Partido Republicano: pretendidamente pugnar a favor
del individualismo y contra el Estado en el renglón económico y al mismo tiempo
pretender reforzar los poderes de coerción estatales en lo que se refiere a los
derechos y libertades individuales. En sus últimas elecciones primarias el
Republicano se mostró como uno de esos partidos extremistas y exóticos (fringe
party, les dicen en inglés) que no son capaces de asumir la responsabilidad de
gobierno porque se dedican a reforzarse
constantemente en la radicalidad de sus posturas.
El problema para los republicanos es que la dura
autocrítica de esta semana no garantiza
que el partido sea capaz de cambiar su rumbo. De hecho, No existe unanimidad en
su seno de que realmente haya que hacerlo. A fin de cuentas, el Partido
Republicano es aún muy exitoso a nivel local. Cuenta con 30 de los 50
gobernadores del país, y lo hace -en muchos casos- con candidatos bastante
radicales que se presentaron agendas extremistas. Lo mismo puede decirse de una
buena cantidad de miembros del Congreso. No falta en el partido quienes creen que hay
que persistir en esa línea de firmeza ideológica hasta que los votantes reconozcan
su acierto y que el problema ha sido no el mensaje extremista, sino “la forma
en que dicho mensaje ha sido expresado”
Ojalá los republicanos sigan con la tendencia
reformista, ya que si con incapaces de asumir plenamente que las tendencias
sociales y los cambios demográficos están determinando con cada vez más fuerza
los resultados electorales estarán condenados a enfrentar serias dificultades
para volver al poder. Lo mismo pasará si no aprende a equiparar su pretendida lucha
a favor del individualismo y el antiestatismo en lo económico a los renglones
de los derechos sociales y personales. El partido tiene que presentar un rostro
más conciliador y razonable para venderse a votantes indecisos. Para ello, debe
recuperar a sus exponentes más moderados (los republicanos “Eisenhower”, o
RINO´s, como les dicen), controlar a sus “teócratas” de la derecha cristiana y
librarse a sí mismo del dominio en el que lo tiene atosigado el zafio Tea
Party.