viernes, 22 de marzo de 2013

¡Ese Loco Partido Republicano!


 

La dirigencia del loco Partido Republicano de Estados Unidos acaba de sorprender a todo el mundo con un interesante documento autocrítico en el que reconoce la grave crisis por la que atraviesa y que “será extremadamente difícil ganar próximas elecciones presidenciales” si no se acometen “reformas internas” profundas, se suavizan las posiciones ideológicas actuales y se abre el programa político para incorporar las preocupaciones de la mayoría de la población. ¡Bien hecho!

Sigue el informe “La percepción del partido por parte del público ha alcanzado su punto más bajo. Los jóvenes cada día se alejan más de lo que el partido representa, y muchas minorías creen que al partido no le gustan o que no queremos que estén en el país”, y llama al giro a la extrema derecha experimentado en los últimos años a causa de la aparición del Tea Party como  “un callejón ideológico sin salida” provocado por posiciones extremistas que satisfacen a los sectores más radicales del partido,  pero que “crean desconfianza entre la mayoría de la población…El Partido Republicano tiene que dejar de hablarse a sí mismo. Nos hemos convertido en expertos de cómo reforzar ideológicamente a los que ya piensan como nosotros, pero hemos perdido de forma devastadora nuestra capacidad para persuadir o aproximarnos a los que no están de acuerdo en todo con nosotros”.

¡Bravo! Un señor análisis,  hay que reconocerlo, que muy bien dibuja las causas profundas del atolladero en el que los republicanos se han metido por culpa de sus más locos seguidores. Recuérdese, simplemente, la estrambótica colección de candidatos fundamentalistas que compitieron por la nominación hacia la elección presidencial de 2012 como el santurrón Santorum, fustigador del Estado laico; Bachman, quien afirmaba que el gobierno estaba infiltrado por islamistas radicales; Perry, que proponía eliminar más programas  del gobierno federal de lo que él mismo podía nombrar con éxito en un debate; Trump, cuya pieza ideológica central fue exigir ver el acta de nacimiento de Obama, y así un largo y grotesco  desfile de candidatos e ideas extremistas, tales como imponer draconianas políticas antinmigración, negar el calentamiento global, postular iniciativas demenciales en política exterior,  y mantener en el centro del debate la defensa a ultranza de pretendidos “valores” que afectaban directamente los derechos individuales de las mujeres y de las minorías al mismo tiempo que se usaba un discurso pretendidamente favorable a la iniciativa individual frente al Estado.  Esta es, justamente, la principal discordancia que afecta al Partido Republicano: pretendidamente pugnar a favor del individualismo y contra el Estado en el renglón económico y al mismo tiempo pretender reforzar los poderes de coerción estatales en lo que se refiere a los derechos y libertades individuales. En sus últimas elecciones primarias el Republicano se mostró como uno de esos partidos extremistas y exóticos (fringe party, les dicen en inglés) que no son capaces de asumir la responsabilidad de gobierno  porque se dedican a reforzarse constantemente en la radicalidad de sus posturas. 

El problema para los republicanos es que la dura autocrítica de esta semana  no garantiza que el partido sea capaz de cambiar su rumbo. De hecho, No existe unanimidad en su seno de que realmente haya que hacerlo. A fin de cuentas, el Partido Republicano es aún muy exitoso a nivel local. Cuenta con 30 de los 50 gobernadores del país, y lo hace -en muchos casos- con candidatos bastante radicales que se presentaron agendas extremistas. Lo mismo puede decirse de una buena cantidad de miembros del Congreso.  No falta en el partido quienes creen que hay que persistir en esa línea de firmeza ideológica hasta que los votantes reconozcan su acierto y que el problema ha sido no el mensaje extremista, sino “la forma en que dicho mensaje ha sido expresado”

Ojalá los republicanos sigan con la tendencia reformista, ya que si con incapaces de asumir plenamente que las tendencias sociales y los cambios demográficos están determinando con cada vez más fuerza los resultados electorales estarán condenados a enfrentar serias dificultades para volver al poder. Lo mismo pasará si no aprende a equiparar su pretendida lucha a favor del individualismo y el antiestatismo en lo económico a los renglones de los derechos sociales y personales. El partido tiene que presentar un rostro más conciliador y razonable para venderse a votantes indecisos. Para ello, debe recuperar a sus exponentes más moderados (los republicanos “Eisenhower”, o RINO´s, como les dicen), controlar a sus “teócratas” de la derecha cristiana y librarse a sí mismo del dominio en el que lo tiene atosigado el zafio Tea Party.

martes, 19 de marzo de 2013

Madre Marchita




La Unión Europea ha pasado de ser el sueño de  quienes la edificaron como un proyecto integrador comercial, económico y político dentro de una institución singular de naciones soberanas a ser una auténtica “pesadilla” de la que todo el mundo repela. Para nadie es un secreto que el viejo continente vive  las horas más bajas de su historia. La relevancia de este que ha sido un magnífico experimento de cooperación multinacional  es puesta en duda por quienes denuncian su supuesta rigidez y disfuncionalidad para hacer frente a la actual crisis. Se multiplican las opiniones críticas que afirman que ante los desajustes financieros y otras amenazas que se ciernen sobre Europa -migraciones descontroladas, recortes fiscales, exceso de burocracia- sería mejor que las naciones volvieran a ir solas por el mundo. En el norte de Europa, se alega que es mejor librarse del “lastre” que suponen los países del sur (denominados despectivamente como los “PIGS”), planteándose abiertamente la posibilidad de excluirlos de la eurozona. En el sur se defiende la idea de liberarse de las demandas de disciplina monetaria y fiscal que exige el euro y claman por recuperar la soberanía monetaria y salir de la crisis a base de devaluaciones competitivas.
Las reacciones nacionalistas y populistas a la crisis hacen que el “euroescepticismo” le esté ganado espacios al “europeísmo”. Pero más allá del discurso y el debate político superficial que promueve la demagogia y los populismos a la derecha y a la izquierda, lo cierto es que la Unión Europea  experimenta una crisis profunda que afecta a su viabilidad económica y su legitimidad política. ¿Puede la UE con su actual modelo institucional promover estabilidad, crecimiento y  competitividad? ¿Es el singular modelo político supranacional de la UE, pensado originalmente para un grupo más compacto de naciones, factible para atender las necesidades democráticas de 27 naciones?  Ante los actuales índices de desempleo y crisis del Estado Bienestar, ¿Aún puede hablarse de una “Europa social”, voluntad que ponía en el centro de la atención continental la solidaridad transnacional a través de políticas de cohesión económica, social y territorial? ¿La vieja Europa, fuente tradicional del poder mundial, ha perdido relevancia de forma definitiva como actor global en un sistema internacional caracterizado por rápidos e intensos procesos de cambio en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder?

Ante este panorama tan adverso es muy difícil prever el desenlace. No hay recetas ni caminos fáciles para que Europa salga del atolladero, pero lo cierto es que han faltado liderazgos más comprometidos y visionarios. Fue un grupo de grandes estadistas el que empezó a construir una comunidad económica y política común en beneficio de la sociedad europea en su conjunto ¿Les falta a los políticos actuales constancia en este propósito? Lo cierto es que los dirigentes actuales han mostrado ser pusilánimes, carentes de imaginación y faltos de constancia. Cuando las partes de un sistema se optimizan en beneficio propio, el conjunto pierde. Las partes compiten un sistema basado en la cooperación se destruye. Europa está aún a tiempo de corregir, pero no se ve ni en Hollande, ni en Merkel, ni en Cameron, ni en ninguno del resto de líderes europeos los tamaños que demanda el presente desafío. Habrá que exclamar como lo hizo, en su momento, Curzio Malaparte: ¡Pobre Europa, madre marchita!

lunes, 18 de marzo de 2013

México y su Mitología Petrolera


 
Una sociedad que vive atorada en el mundo de la simulación y las mentiras está condenada al subdesarrollo económico y mental. Rehusarse a ver la realidad de frente, a entender las cosas tal cual son y no como quisiere que fueran. Interpretar al mundo como un escenario de “buenos” contra “malos” donde siempre uno es eterna víctima. Preferir renunciar a la razón y al sentido común y refugiarse en sus mitos y complejos inveterados, esos son los errores que muchas veces hemos cometido en México y que nos han impedido ser una nación más exitosa. Y donde más se manifiestan estas lamentables tendencias es en el tema petrolero.  PEMEX continua siendo una “vaca sagrada”, lo que significa enormes dificultades para innovar, para desarrollar nuevas tecnologías, para transformar riqueza potencial en riqueza real de lo que no es sino un producto de exportación como cualquier otro. Un medio, no un fin.

Hoy nuestra izquierda más cavernaria insiste en tildar cualquier intento de modernización de Pemex como una “traición a la patria” y busca obtener de este trasnochado discurso dividendos electorales. Pero las realidades son muy obcecadas y no respetan ideologías, mitologías ni fundamentalismos patrioteros: hoy la producción de crudo enfrenta una tendencia de rendimientos aceleradamente decrecientes y las reservas probadas son escasas mientras que las reservas probables esperan una masiva ronda de inversión, en las sofisticadas tecnologías de extracción, para poder dar servicio a las necesidades de nuestro sector energético. Además, absurdos procesos burocráticos imponen altísimos costos de transacción en la operación integral de la petrolera.

Así que podremos defender con aullidos y hasta con rabia el mito de “nuestro petróleo”, pero en unos cuantos años, de seguir así las cosas, tendremos que enfrentar el espectro de importar crudo de otros países. Ya, hoy, por no contar con las plataformas tecnológicas, por no contar con la inversión fresca que se requiere, tenemos que importar productos refinados.

El mito petrolero es un producto del llamado “nacionalismo revolucionario”, esa construcción cultural que dio legitimidad al régimen autoritario que padeció México la mayor parte del siglo XX. Lamentablemente esa es la razón por la que el tema energético México no es técnico ni económico, como debiera ser, sino ideológico. Borda en la ficción en el que se sostuvo la supuesta “identidad nacional”. Pero esta es una ficción que en una nación democrática tiene los días contados. El problema es que, al parecer, es todavía lo suficientemente fuerte como para impedir debates racionales acerca del petróleo. Es hora de vencerla de una vez por todas.

viernes, 15 de marzo de 2013

El Padre del Escepticismo Militante

 

El magnífico escritor, periodista y crítico social estadounidense Henry Louis Mencken (1880-1956) padre intelectual del escepticismo militante, se caracterizó siempre por ser dueño de un estilo radical e iconoclasta que no tenía respeto por nada ni nadie. “Opino que los mayores problemas humanos”, escribió alguna vez, “son insolubles y que la vida está totalmente desprovista de significado. Es un espectáculo sin intención ni moraleja. Detesto todos los esfuerzos por atribuirle una moraleja”. Si se la pone en contexto a su frase más citada (“Una carcajada vale lo que diez mil silogismos”), se advierte que utilizaba su sentido del humor -ácido, cínico y punzante- para evidenciar falacias, convencionalismos sociales y creencias populares. “Quienes más hicieron por la liberación del intelecto humano fueron aquellos pícaros que arrojaron gatos muertos en los santuarios y luego salieron a trajinar por los caminos, demostrando a todos los hombres que el escepticismo, al fin y al cabo, no entraña riesgos: que el dios montado sobre el altar es un fraude. Que una carcajada vale lo que diez mil silogismos”.

Pero el pesimismo crónico de sus reflexiones no le impidió a Mencken luchar por sus convicciones. No dudaba, por ejemplo, en juzgar a las mayorías (“porque las masas, libradas a sí mismas, reincidían en la elección de gobernantes ineptos”), o de atreverse a tratar de “charlatán sin dignidad” a un ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos en una nota necrológica. Al menos eso fue lo que hizo con William Jennings Bryan, el fiscal durante un célebre juicio en contra del maestro de educación elemental John Scopes, que transgredió las “leyes de protección bíblica” del estado de Tennessee cuando decidió enseñar la teoría de la evolución de Darwin. Operaba con la hoy denominada “incorrección política” como su principal instrumental dialéctico. Tenía un absoluto desprecio por todo lugar común. Entusiasmó a los intelectuales de la época y, acaso a su pesar, se convirtió en una figura respetada e influyente. Decía cosas como, "Hasta donde me alcanza el entendimiento, y llevo años estudiando este hecho con profundidad y empleando a gente para que me ayude en la investigación, jamás nadie en este mundo ha perdido dinero al subestimar la inteligencia de las grandes masas."

A edad temprana descubrió el placer de la lectura a través de la lectura de Huckcleberry Finn, al que Mencken llamó “un magnífico libro libertario”. Era un nietzscheano convencido y un seguidor incondicional de Bernard Shaw. Dice Fernando Savater en el prólogo del menckeniano “Prontuario de la Estupidez Humana” que a pesar de los defectos propios de "su condición autodidacta", el autor destaca por "su enorme coraje intelectual y su contundencia expresiva". Inmortal es la lucidez de sus ataques demoledores contra la estupidez de la clase media, la mojigatería, las religiones organizadas y, por supuesto, los políticos. ¡Cómo se extraña a tipos como Mencken hoy que vivimos los tiempos de lo políticamente correcto, cuando casi nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre con claridad!

Murió convencido de que su cuerpo se disolvería en la nada.

jueves, 14 de marzo de 2013

 

“No entiendo de que se sorprenden, Che”, me dice Alberto, un simpático amigo argentino que tengo en Facebook, “Si Dios es argentino, Maradona es argentino, Messi es argentino, “¿Qué de raro hay en que el papa también sea argentino”. Pues papa argentino habemus, un jesuita que eligió llamarse Francisco I, cosa que no deja de llamar la atención habida cuenta de la acérrima rivalidad que han protagonizado jesuitas y franciscanos por siglos.

Nombramiento polémico no solo por las opiniones ultra conservadoras del nuevo pontífice sobre los temas del celibato sacerdotal, el aborto y el matrimonio gay (que, después de todo, eran de esperarse) sino también por el muy cuestionable papel de Bergoglio durante los años de plomo de la dictadura. Pero lo cierto es que ninguno de los “papables” hubiese estado exento de polémica. La iglesia Católica está inmersa en una profunda crisis, y ninguno de sus altos jerarcas está libre de culpa.

Queda descartado que Bergoglio vaya a ser un papa reformador. Lo más seguro es que siga la línea de sus dos inmediatos antecesores, los cuales detuvieron cuando no revirtieron un proceso de modernización que irrumpió en la Iglesia desde los años 60 y que iba en camino de tratar de reconciliar al catolicismo con la modernidad iluminista, la ciencia, las libertades civiles y la democracia. La sociedad moderna, con sus libertades, ciencia y técnica se convirtió en el paradigma para el mundo entero, mientras que la Iglesia Católica se vio transformada en un bastión de conservadurismo religioso y de autoritarismo político. A la luz de visiones y actitudes más modernas otras iglesias cristianas han crecido y se afirmaron en todos los continentes, en particular en América Latina. Para colmo, a la iglesia hoy la atosigan los escándalos de corrupción y pederastia, por no hablar de la lamentable y retrógrada actitud que esta institución insiste en mantener frente a las mujeres.

En fin, poco cabe esperar del nuevo papa en materia de modernización. Le perseguirán, como a Ratzinger, sombras de su pasado político. Al menos se puede decir de él que es Hincha de San Lorenzo de Almagro. Eso sí, habrá que advertirle al nuevo pontífice que se cuide de los albureros mexicanos con eso de que es “Bergoglio, el papa pancho”.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Va en serio?

Mucho me sorprendió que mi amigo Raúl Trejo Delabre, uno de los expertos más reputados en el tema de medios que hay en nuestro país, se haya referido ayer en una nota de su perfil en Facebook sobre la iniciativa de reforma constitucional presentada ayer los dirigentes de los partidos y el presidente de la República como “un avance enorme hacia la pluralidad y la competencia en medios y telecomunicaciones”, para añadir que : “De aprobarse esas reformas y la ley reglamentaria, México tendría uno de los regímenes más avanzados en dicho terreno.” Alentadoras palabras de quien siempre ha sido un sólido crítico de las retrogradas políticas en materia de comunicaciones aplicadas por los pasados gobiernos de la República.

No conozco a fondo las características de la iniciativa. Mañana entrevisto al especialista Joaquín Álvarez del Castillo en Canal México para que me su versión. Pero, ojalá, de verdad ojalá la voluntad reformadora mostrada hasta el momento por la presente ad ministración vaya en serio. Urge incluir a México en la lista de “potencias emergentes”, y tal cosa no será posible mientras nuestro país sigo ocupando posiciones desfavorables en los �índices de competitividad internacional. ¡Ya basta de perder oportunidades para realizar cambios indispensables que contribuyan a meternos de lleno en la competencia mundial! Porque eso es lo que hemos hecho, perder oportunidades, una tras otra, y el caso de los dos pasados gobiernos panistas es uno de los más flagrantes. A pesar de los grandes beneficios que reportó al país el boom petrolero registrado a nivel mundial durante las administraciones de Fox y Calderón, los mexicanos no fuimos capaces de aprovechar la situación para para reducir de forma significativa los índices de pobreza, volvernos más productivos, dinamizar nuestras estructuras económicas, mejorar nuestros niveles educativos, y dotar a nuestros jóvenes de más y mejores conocimientos, herramientas y habilidades técnicas y científicas, tal y como ha ocurrido en países considerados hoy como exitosos, es decir, las famosas “potencias emergentes. Aunque tuvimos más dinero, no fuimos capaces de tomar mejores decisiones ni de generar mejores políticas públicas.

Los fracasos suceden una vez que las necesidades del corto plazo y/o las consideraciones políticas clientelares se imponen sobre las medidas de Estado y los proyectos visionarios. No podemos seguir siendo perennemente un país que pierde todas las oportunidades. México puede acelerar su crecimiento económico y colocarse a la par de países altamente competitivos si nos decidimos de una vez por todas a aprovechar nuestras ventajas, a hacer cambios trascendentales al modelo seguido hasta ahora (es falso que sea “neoliberal”) y a desplegar una estrategia moderna y más práctica de desarrollo, pero ello demanda -debe entenderse- la remoción de prejuicios y una vigorosa revaluación intelectual, anímica y organizacional de nuestra sociedad y del mundo en el que vivimos.


lunes, 11 de marzo de 2013

Dejemos de Hablar de Bufones

 

Dejemos de hablar de bufones como Hugo Chávez o Berlusconi para honrar un poco la memoria de políticos de otra estatura intelectual. Uno de mis favoritos de todos los tiempos es Benjamín Disraeli, descomunal estadista y escritor inglés quien fue también un artista de la sátira. Nacido en Londres en una familia judía de origen italiano, fue hijo de un muy agradable señor que estaba entregado por completo a sus tareas literarias. En la escuela y siendo muy niño, D. cobró conciencia de la diferencia que existía entre él y el resto de los párvulos, por eso su padre, convencido de que se judío sólo podría acarrearle dificultades en el seno de la intransigente sociedad inglesa, decidió bautizarlo. Disraeli siempre fue un hombre extremadamente inteligente y sensible dotado de una poderosa imaginación, dueño de una ambición que siempre lo indujo a ser el primero en todo. Sus características de líder y amor por el drama y la literatura hicieron que formase una compañía de teatro estudiantil. El estreno de su primer obra (una sátira, desde luego) le causó su expulsión del severo colegio anglicano donde estudiaba. Tenía entonces 15 años. Inició entonces una etapa de rabiosa formación autodidacta en la que leía todo cuanto había a su alcance. Esto llegó a preocupar a su padre, que decidió ponerle a trabajar, consiguiéndole un puesto como secretario.

Por las mañanas acudía al execrable trabajo y por las tardes leía pero obviamente tal rutina no satisfacía en absoluto sus altas aspiraciones. Por eso decidió tratar de hacer negocios. No obtuvo éxitos, pero lejos de desanimarse intentó sacarle provecho a la adversa situación sirviéndose de las experiencias adquiridas como tema de una novela que escribió en cuatro meses y que se tituló Vivían Grey, publicada en forma anónima y la cual fracasó rotundamente. Abatido por el nuevo revés, enfermó y sus padres decidieron abandonar Londres e instalarse en una casa en el campo. En medio de la tranquilidad rural, Disraeli escribió dos relatos satíricos Popanilla y The Young Duke y, más tarde, tras un intenso recorrido por Europa dos novelas: Alroy y Contarini Fleming. La primera es un relato del viaje en forma epistolar y la segunda es una autobiografía también llena de deliciosos tonos satíricos. Es justo tras publicar Contarani Fleming que llegó a la conclusión de que su verdadera vocación era la política, ya que la literatura no colmaba sus amplias ambiciones. Regresó a Londres e inició una larga y fructífera carrera política que mucho contribuyó a consolidar el poderío imperial del Reino Unido. Pero la política no interrumpió nunca su vocación literaria. Disraeli se daría tiempo para seguir escribiendo. Fue ya siendo un prominente líder que publicó su obra más importante: Coningsby, o La Nueva Generación, una preciosa sátira sobre el mundo de la política.

 

Desde luego, más allá de lo que puede leerse en sus escritos, la sátira disraeleana conoció sus mejores momentos en las sesiones parlamentarias. Dueño de una abismal cultura, de un supremo sentido del humor y de incomparable agilidad mental, Disraeli solía hacer pedazos a cuanto político se atrevía ponérsele enfrente. ¡Y de qué políticos hablamos! En el Parlamento de Westminster entonces se encontraban gigantes como Robert Peel, William Gladstone, John Russell y un largo etcétera de eminencias. La rivalidad más enconada (una de las más famosas de la historia, dicho sea de pasada) la tuvo con Gladstone, líder del partido liberal, cuyo fervor moral sólo era comparable a su capacidad fenomenal para el trabajo duro y el dominio de arcanos detalles financieros y administrativos, pero que también era capaz de hablar con notable fuerza de seducción al Parlamento y al público. Disraeli se especializaba en el empuje del sarcasmo fino y el epigrama envenenado, estrategia que orientada a la acritud en el debate parlamentario muy a menudo dejaba fuera de balance al severo y poco imaginativo Gladstone quien, por otro lado, podía ser contundente cuando se trataba del frío manejo de cifras y el conocimiento específico de temas.

Creo que no es necesario decir que actualmente México carece casi por completo de Disraelis y de Gladstones. Nuestra funesta clase política comparte, toda, de izquierda a derecha graves limitaciones intelectuales, escasa formación cultural y académica, nula capacidad de persuasión (que no sea la que da el marketing) y nuestra vida parlamentaria - foro donde en tantas otras latitudes se forman los líderes- es absolutamente impresentable. El mejor de los últimos tiempos fue, quizá, Porfirio Muñoz Ledo y eso es para ponerse a llorar, francamente.

jueves, 7 de marzo de 2013

¿De dónde debe ser el papa?


¡QUÉ IMPORTA QUE EL SUEÑO NOS ENGAÑE, SI ES HERMOSO!

La muerte de Chávez y las desenfrenadas muestras de luto y elogios excesivos de sus fans en Venezuela y en el resto de América Latina me recuerda que desde siempre me han dado tirria quienes se toman la vida demasiado en serio: los moralistas, los iluminados, los mesiánicos, y en general aquellos antipáticos personajes que viven para, según ellos, salvarnos a nosotros de nosotros mismos. ¡Cuídense, amigos de los iluminados! ¡Huyan de aquellos que creen estar siempre del lado del bien (o más bien, que creen que ellos son el bien) y de los que suponen que todo lo saben y todo lo pueden, y en el ejercicio perverso de ese delirio no tienen reparos en deformar la realidad objetiva que los rodea y a los seres humanos que la habitan!

Fue Anatole France quien escribió aquello de "¡Qué importa que el sueño nos engañe, si es hermoso!". Muy bien, pero debemos saber distinguir la calidad de los sueños. No son precisamente los sueños, por más desmesurados que sean, los que agravian, sino sus encarnaciones arbitrarias. Los políticos populistas como Chávez, Berlusconi y tantos más viven de las grandes mentiras, de enseñar espejos de humo, de vender sueños. Es cierto es que el origen del problema político consiste en que el aspirante a gobernar debe excitar en quienes serán sus gobernados la ilusión de que él tiene en las manos la llave de la solución, pero la realkidad es que cuando adquiere el poder no se juega con ilusiones o ideas absolutas sino con situaciones concretas, ordinarias, coyunturales. Benedetto Croce decía que “El hombre no es, sino que deviene incesantemente". En ese devenir perpetuo que sólo con la muerte termina hace que el ser humano viva en la constante aventura de lo incógnito. Es todos los días el mismo y, cotidianamente, distinto. Esta realidad elemental y por lo tanto fundamental, hace que la incertidumbre forme parte de la naturaleza humana. La política es un intento de resolver esas incertidumbres, por lo que sus afanes por la misma naturaleza de su origen, están condenadas a ser circunstanciales y momentáneos. Pretender soluciones absolutas y definitivas es intentar congelar la historia. Los intentos de esos absolutos en el siglo XX fueron la causa y la razón de los totalitarismos.

El estadista, es aquel que puede anudar lo que anhelaba Jeremías Bentham: "Ser un soñador de realidades y un realizador de sueños". Coordinar esfuerzos e interpretar anhelos, decía un amigo mío. Conoce, en primer lugar, sus propias limitaciones. Por eso, entre otras cosas puede y debe tener sentido del humor como para reírse de sí mismo. Los tiranos, los dictadores y la mayor parte de los políticos fallidos sobredimensionan sus aptitudes. Se toman demasiado en serio, y sobredimensionar las situaciones que uno vive lleva, irremediablemente, al ridículo.

 

Emily Ratajkowski Nude