Ya he comentado antes en este blog la pasión que tengo con de la política italiana, una de las más anarquizantes, corrompidas, sucias e ineficientes del mundo que jamás podrá ser un ejemplo a seguir para nadie, pero que a nivel de show es sumamente entretenido, sobre todo desde la irrupción de ese grotesco arlequín que es Silvio Berlusconi, farsante, cínico, histrión sin concesiones, tramposo, falso, en fin, el italiano en quintaescencia. Eso es una de las obligaciones que deberían observar algunos politólogos y opinadores. No confundir los que nos gusta como espectáculo a como debieran funcionar la democracia. Pero esa es otra historia. Hoy el show italiano se intensifica Se acentúa el escándalo y el desorden político. La basura inunda Nápoles, ciudad mito del turismo, la belleza y la alegría mientras se difunden estadísticas económicas cada vez más desalentadoras. El bienestar social y la capacidad productiva están por los suelos. Veintisiete gobiernos ha tenido Italia en los últimos 31 años. La economía carga con un gasto público que ronda el 40% del PIB y con el fardo de una inclemente deuda pública. Las mafias se hacen presentes en el control de amplios sectores económicos. Apenas un 59% de los ciudadanos tienen empleo. El país padece la tasa de impuestos más alta de Europa y un nivel salarial apenas por encima de Portugal. Esta es, en buena medida, la herencia que dejó Berlusconi en 2006 tras cinco años de gobierno y que hoy recoge el propio "caimán". ¿Qué pasa en Italia? Parecería que un tsunami hubiera embestido a la península. El tema merece alguna reflexión que vaya más allá de los resultados electorales del pasado fin de semana.
La llamada I República se fundaba en que el importante Partido Comunista Italiano, a pesar de su significativa representatividad parlamentaria, no debía participar del gobierno, pero tampoco debía hacer la revolución. Frente a la mayoría democristiana de entonces, el PCI aceptó, de alguna manera, dejar gobernar. Fue un pacto no escrito, cuyas carencias -que terminaron en el famoso Mani Pulite , no impidieron la consolidación del sistema democrático, ni un extraordinario crecimiento económico y una transformación de país campesino en potencia industrial, entre las primeras seis o siete naciones del mundo. Es cierto que se trató siempre de un modelo político que tenía sus límites, a partir de la Constitución de 1948, que puso en pie un complejo sistema de decisiones, con espacios quizá demasiado acotados para el Poder Ejecutivo. Este fue el costo que los constituyentes pagaron, en la inmediata posguerra, para afirmar un justificado "nunca más" al autoritarismo de la dictadura fascista. Italia devino en país fundador de la Unión Europea, miembro de la OTAN y socio del G-8, afirmándose, además, como ejemplo de desarrollo social e industrial y dejando atrás la triste característica de país de emigración. Las dificultades y los desbandes vinieron después. Empezaron con el llamado paso de la Primera a la Segunda República, en la década del 90. Se pensaba, entonces, que a un corrompido sistema político lo relevaría un nuevo movimiento ciudadano dirigida por líderes que jamás se habían manchado las manos qon el quehacer poltico. Pero sucedió todo lo contrario, a una clase política corrompida y desgastada la sustituyo una caterva de ineficientes aún más venales que los políticos tradicionales.
Caídos los grandes partidos, el sistema político aún no ha podido encontrar un nuevo equilibrio. Se multiplican irracionalmente las formaciones. Llegó a haber 39 partidos con presencia parlamentaria, que complican todo proceso de decisiones. Precisamente, una de las pocas buenas noticias que traen los resultados electorales del fin de semana es que se simplifica, por fin, el sistema. Se prefigura un bipartidismo definitivo al ddesaparecer una buena cantidad de partidillos personalistas, radicales y pendencieros. ¡Adiós a los Dantes Delgado locales!
Pero más allá de la disgregación política, se acentúa en Italia el desorden administrativo, con costosas autonomías locales (24 parlamentos regionales, además del Congreso Nacional, con casi mil parlamentarios) que exasperan el gasto público, llevan al tope la presión fiscal y alimentan la sospecha de que la dirigencia se va transformando peligrosamente en casta. Todo esto en un proceso difícil de manejar, con coaliciones políticas -de derecha o de izquierda- excesivamente infladas a menudo y sin la imprescindible amalgama de ideas y propósitos compartidos. Para enmendar los desaciertos no bastará con el simple cambio de una coalición por otra. Será inevitable volver al espíritu de la epopeya reconstructiva de posguerra: moderar en lo posible los enconos de la riña política y buscar denominadores comunes que permitan encarar las reformas profundas que el sistema requiere con urgencia.
Los políticos italianos deben comenzar, pero ahora sí, ya, un proceso de reforma profunda. La simplificación del sistema de partidos en un buen síntoma, pero nada hace suponer que Berlusconi dejará de gobernar como lo hizo en su pasada y larguísima administración. El caimeán solo sabe ver por sus intereses particulares mientras pospone reformas tan urgentes como impopulares a la reforma de pensiones, al pavoroso sistema fiscal, al Estado Bienestar y al gigantesco, ineficiente y oneroso sector público.
Ya son muchos los observadores que en todo el mundo se preguntan cómo es posible que en el país de Maquiavelo no se encuentren las soluciones políticas más atinadas. De verdad, ¿Cómo es posible? Maquiavelo revolcándose en su tumba mientras el payasito Berlusconi se hace, otra vez, del poder.
2 comentarios:
Espléndidamente pintado el panorama, mi buen amigo. Al principio del texto, cuando acsptas tu pasión por la política italiana, debería decir: "mi baja pasión".
Definitivamente tienes razón, JHT
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