domingo, 20 de abril de 2008

Titanes de la Sátira: Anatole France


Pocos escritores notables han sido tan injustamente olvidados como el genial Anatole France, seudónimo de Jacques Anatole François Thibault, premio nobel en 1921, cuya formación fue esencialmente autodidacta. Como otros espíritus consagrados a las letras, siempre se distinguió por sus lecturas insaciables. Poseía el ingenio de Voltaire y la seducción de Renán, una palabra, una sonrisa, una boutade suya corrían por el mundo como un rayo de luz sobre el mar. Un cuento suyo era inmediatamente leído, comentado y reproducido en todos los idiomas de la tierra. Hubo una época en que No había manera de escribir sin citarlo, y cuando la cita se venía a la memoria, era indispensable repetir exactamente sus palabras, porque modificar su frase encantadora equivalía a desfigurar su fabuloso pensamiento sarcástico.

Y siendo como era, por la elegancia de su estilo, y por la sutileza de sus argumentos, un escritor de élite, para literatos o para filósofos no más. Gozó de una incomprensible fama en el gran público. Leerlo era un signo de distinción intelectual, y muchos afectaban gustar de sus obras, por ser tenidos como personas de “buen gusto”. Desde luego, el esnobismo ha estado presente siempre en las sociedades, y a cuán más decadente, peor (o mejor, según). Mucho se dijo que era la encarnación del genio latino, y no por eso perdió su prestigio entre razas más frías. Porque en realidad no era el espíritu latino el que ardía en sus obras, sino el espíritu del mundo moderno.
En fin, en su nombre se acumuló toda la gloria que este mundo puede otorgar. Publicó le Figaro en su esquema mortuorio “No teniendo un soldado a su disposición, ni un Cónsul, ni una pulgada de territorio, ni siquiera una bandera, constituía una potencia que los reyes y los poderosos consideraban. Más de uno habría preferido la enemistad de tal rey o de tal señor antes que merecer los sarcasmos de Anatole France en un libro que pudiera llamarse La Isla de los Pingüinos o Los Dioses tienen sed.”

“Y era tan grande su poderío, que no solo podía atreverse a arrojar lodo contra los héroes, sino contra los santos. El, nadie más, podía escribir como lo hizo acerca de Juana de Arco y seguir perteneciendo a la Academia Francesa y mereciendo la perfumada sonrisa de Francia y el suculento homenaje del Premio Nobel”.

Solamente Voltaire ejerció en su siglo influencia igual. Él también fue la gloria humana más genuina y esplendorosa, porque no la debió al nacimiento, ni a la violencia, ni a la fortuna, y porque esa gloria que le discernieron sus contemporáneos no se podía amenguar, ni osaba nadie discutir.

Sus principales obras son: El crimen de Silvestre Bonnard (novela, 1881); La vida literaria (ensayo, 1888); las novelas Thais, cortesana de Alejandría (1890) y El Lirio rojo (1894); la tetralogía de novelas Historia contemporánea (1897-1901), una evaluación de los nefastos efectos del caso Dreyfus en la sociedad francesa; y sus fundamentales novelas alegóricas La isla de los pingüinos (1880); La revolución de los ángeles (1914), y el relato sobre el Terror en la Revolución Francesa: Los dioses tienen sed (1912).

En sus obras finales defendió causas humanistas; bregó por los derechos civiles, la educación popular y los derechos de los trabajadores. Fustigó también los ácidos corruptos destilados por la práctica política y económica. Murió en Tours el 13 de octubre de 1924.
Algunas citas de Anatole France

Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.
Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia.
Gobernar siempre quiere decir hacer descontentos.
La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza en alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la estancia.
Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles. Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños.
Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas.
Si 50 millones de personas dicen una estupidez, no por eso deja de ser una estupidez
La gente vive por los actos, no por las ideas.
Es mejor entender poco pero bien, que entender mucho pero mal.
Saber es nada, imaginar lo es todo
Cuando se alza un poder ilegítimo, para legitimarlo basta reconocerlo.
Como era cobarde, le adulaba…
Cuando se ve una cosa bella, se quiere poseerla. Es una inclinación natural que las leyes han previsto.
Desear con fuerza es casi poseer.
El arte de la guerra consiste en ordenar las fuerzas de tal modo que no puedan huir.
El bien público está formado por un buen número de males particulares.
Entonces, como no estudiaba nada, aprendía mucho.
La historia no es una ciencia, es un arte. En sus aciertos interviene siempre la imaginación.
La independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia.
La nada es un infinito que nos envuelve; venimos de allá y allá nos volveremos. La nada es un absurdo y una certeza; no se puede concebir, y, sin embargo, es.
Llamamos buenas costumbres a las costumbres habituales; malas costumbres, a aquéllas a las que no se está acostumbrado.
Llamamos peligrosos a los que poseen un espíritu contrario al nuestro, e inmorales a los que no profesan nuestra moral.
Los niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando en su madurez conservan esa facultad maravillosa, se dice de ellos que son poetas o locos.
Solo las mujeres y los médicos saben cuán necesaria y bienhechora es la mentira.

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