El fenómeno de los comentaristas conservadores en radio y televisión ha sido una de las características peculiares del sistema político norteamericano desde los años ochenta. Por muchos años los medios de comunicación -sobre todo las tres grandes cadenas NBC, ABC y CBS- fueron tildadas de ser demasiado liberales (cargaban con el sambenito de ser the liberal media) por los sectores más conservadores, pero con la eclosión del cable todo cambio y una de sus novedades fueron los programas de rabiosos comenaristas de derecha que anatemizaban en contra de todo lo que oliera a liberal (liberal en el sentido norteamericano, que no euopeo).
Nacieron durante los años Reagan, se ensañaron con Bush padre cuando era presidente -lo consideraban demasiado "blando", y a James Baker lo catalogaban de "liberal embozado"- y agarraron altos vuelos con Bill Clinton. Hoy, estos histéricos ultraderechistas están indignados, más que por las aspiraciones de un negro a la presidencia e incluso más que por la candidatura de su archienemiga Hillary Clinton, por que el candidato republicano será John McCain.
"No hay un modo ni en el infierno por el que podría apoyar a John McCain", dice una voz. Otra ataca su "cobardía" ante los inmigrantes ilegales. Una tercera lo apoda "Juan", así, en español, por su apoyo a los latinos. Y una cuarta lo califica de "enemigo". Son las voces más conservadoras y poderosas de la radio. La ofensiva es liderada por Rush Limbaugh, que encabeza el programa de opinión más escuchado de Estados Unidos y es conocido por sus comentarios tan polémicos como agresivos y ultraconservadores. Tanto como para llamar a sus millones de oyentes a votar durante meses por cualquier otro precandidato republicano y, ahora, a promover la abstención de su partido. "Creo que el país sufrirá tanto con Hillary como con Obama o McCain; por lo que preferiría que al menos fueran los demócratas quienes asumieran las consecuencias antes que tener a los republicanos causando la debacle", dijo este rubicundo hipócita y sangrón.
Laura Ingraham dice que ni con presión del "infierno" apoyará a McCain, Sean Hannity fue quien lo señalo como un "cobarde", Hugh Hewitt, alentó a votar por Mike Huckabee de manera casi fanática. Cada día son escuchados por decenas de millones de norteamericanos en todo el país. Pero eso no conlleva que cambien sus votos, aun cuando sí se le reconoce cierta influencia a Limbaugh en anteriores ciclos electorales. En 1992, por ejemplo, lanzó sus dardos contra el entonces presidente Bush padre y promovió a su rival en las internas, Pat Buchanan, a tal punto que cuando el primero se aseguró la nominación contra Bill Clinton, lo invitó a cenar a la Casa Blanca para sellar una paz provisional y obtener su apoyo. Dos años después, Limbaugh y sus aliados radiales ultraconservadores ayudaron a los republicanos a triunfar en las legislativas y a quitarles la mayoría a los demócratas en el Capitolio. Cuando Newt Gingrich asumió como presidente de la Cámara de Representantes lo designó "miembro honorario" del Congreso.
Claro que Limbaugh también tiene su propia cuota de escándalos. Es un hipócrita que ha insultado a los drogadictos y él estuvo internado en una clínica de rehabilitación de adicciones. Ha una larga lista de declaraciones calumniosas de las que luego ha debido etractarse. Pero eso no le hace mella ni reduce su audiencia. Al contrario. Y para los asesores de McCain, la ofensiva de Limbaugh and Co. resulta un arma de doble filo. Por un lado, aleja al candidato de lo más rancio de la derecha y lo acerca a los independientes y los demócratas moderados . Pero también les preocupa que Limbaugh llame a boicotear su candidatura, cuando la elección podría definirse por apenas unos pocos puntos porcentuales. Estamos hablando de un contexto en el que cada voto cuenta, lo mismo que cada respaldo. Es por eso que el equipo de McCain convocó a un ícono de la derecha: Bob Dole. El ex senador y ex candidato a presidente en 1996 le envió una carta a Limbaugh para recordarle que él se puso un brazalete con el nombre de McCain "mientras él aún era un prisionero" en Vietnam. Dole no fue el único. Desde Davos, Suiza, donde participaba en el Foro Económico Mundial, lo llamó el pastor televisivo Phil Gramm para pedirle que cerrara la boca, según contó el propio Limbaugh en su programa, antes de, claro está, lanzar otra andanada.
Hay que decirlo: tanta animadversión no surgiría sólo de las ideas de McCain, sino también de su personalidad. Conocido por su "honestidad brutal", él responde a los dardos con otros de su cosecha, algo imperdonable para el ego de muchos de estos comentaristas estrella. "No lo escucho. Nunca. Hay ciertos rastros de masoquismo en mi familia, pero no para tanto", dijo hace poco McCain a la prensa cuando le preguntaron por el gordito Limbaugh.
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