Parece que, ahora sí, será el fin de la carrera política
de Silvio Berlusconi, la cual arribó para el magnate de Milán de la más ominosa
forma: con la traición de sus correligionarios y entre abucheos y silbidos de
sus adversarios tras la histórica sesión parlamentaria que rechazó una moción
de censura que él había promovido días antes al ordenar la renuncia al gobierno
de sus ministros afines. El viejo caimán perdió su olfato político, enredado
como está en una serie de procesos judiciales. Como todo megalómano, terminó
por perder el sentido de realidad por completo. El motín protagonizado por 26
parlamentarios de su propio partido le demostraron a Berlusconi que no es
momento de maniobras políticas, que al
país le urgen respuestas concretas a sus problemas -múltiples y crecientes en
estos tiempos- y de que no ya es admisible generar una crisis política por
atender los problemas personales de un bufón. Nadie lo respaldaba en su irresponsable
pedido de ir nuevamente a las urnas, ni siquiera sus antiguos aliados de empresariado y del episcopado, conscientes
todos de que con la actual ley electoral, (por cierto promovida por Berlusconi
y que ahora su autor califica de cómo “una
cerdada”), sólo pueden dar un resultado de ingobernabilidad en el escenario
político fracturado que hoy domina a Italia.
Ahora sigue para Il
Cavaliere su ignominiosa expulsión del parlamento para
que enfrente los procesos
judiciales que tiene pendientes, entre ellos, el juicio por el caso Ruby por
prostitución de menores y abuso de poder, por el cual ya fue condenado en
primer grado a siete años de prisión y prohibición de ejercer cargos públicos.
¡Ah, pero vaya que ha dsido una muerte lenta la de este gran
payaso! Una y otra vez Berlusconi se levantó de sus escándalos como Ave Fénix
desde que comenzó -a fines de 1994- su azarosa carrera política como cabeza de
una presunta “rebelión ciudadana” contra la corrupta clase política de la
llamada Primera República. Berlusconi dominó, para mal, el escenario político
italiano con ascensos y caídas. Especialmente se habló de su derrumbe definitivo
cuando, en noviembre de 2011, en plena crisis financiera, se vio obligado a
renunciar bajo presión de los mercados y de Angela Merkel para ser reemplazado
por austero tecnócrata y el ex comisario europeo y profesor universitario Mario
Monti. Pero Berlusconi, pese a estar mal herido políticamente, hizo caer a
Monti y se mostró como un aguerrido tigre en la campaña política subsiguiente cuando,
pese a que fue denunciado por sus mentiras, logró una remontada impresionante
ante sus adversarios del Partido Democrático, de centroizquierda. Muchos fuimos
los que pensamos entonces que los italianos no tienen remedio. Pero fue su
“último lance de Aquiles”. La rebelión protagonizada por varios de sus más
fieles alfiles, encabezada por su delfín, Angelino Alfano, representa una
vuelta de página para Italia. O por lo menos eso se espera.
Berlusconi perdió su gran apuesta. Jugó fuerte, intentó
hacer caer a Enrico Letta para que hubiera luego elecciones anticipadas y ser
candidato, pero los más responsables (y, también hay que decirlo, ambiciosos)
vieron el momento de deshacerse el polichinela y de forma clamorosa dieron
marcha atrás. Podría esta ser una novedad absoluta en el panorama enredado y
fársico panorama político italiano. Ojalá.