lunes, 22 de julio de 2013

Detropía


 
La semana pasada la ciudad de Detroit se declaró formalmente en quiebra. Se esperaba. Como le pasa a mucha gente, yo también tengo fascinación por las imágenes de decadencia. Hoy la otrora relumbrante Detroit expone en sus calles imágenes que bien podrían haber sido sacadas de alguna de esas películas post apocalípticas. La que fue la cuarta ciudad más grande e importante de los Estados Unidos padece una debacle que, a su modo, no deja de ser bella. Desde sus días de gloria como la capital automovilística de Estados Unidos, Detroit ha perdido casi dos terceras partes de su población. Hay en la vieja Motown  800,000 estructuras vacías, la mayoría en estado ruinoso. Algunas de estas construcciones son verdaderamente magníficas. El deterioro de los antes antes los formidables edificios tiene un potencial artístico fenomenal e incluso ya está atrayendo cierto tipo de turismo sigamos “voyerista”. Mucho se ha fotografiado últimamente la decadencia de Detroit, y ciertamente hay algo de voyerismo en la fascinación por la decadencia de tan magníficas construcciones. Las ruinas aparecen ya hasta en las guías: la Estación Central de Michigan, la Planta Automotriz Packard, el Edificio Metropolitan, los más lujosos hoteles de principios de siglo, teatros, cines y residencias que van desde el estilo neogótico al Art Decó. Y lástima que algunos de los mejores ejemplos ya no existen, como fue el caso de los almacenes Hudson (demolidos en 1998) y del grandioso hotel Detroit Statler (derruido en 2005). Y es que La época dorada de Detroit fue verdaderamente excepcional. Después de Nueva York y Chicago los grandes arquitectos iban a Detroit. Se construía de acuerdo a los dictados de las modas de la época, con materiales de calidad de la mejor calidad y excelentes diseños. Por eso es que las ruinas de hoy son tan hermosas.

Hay cada vez más especialistas en fotografiar el ocaso de Detroit. Entrar en ellos, para fotografiar su letárgico derrumbe, debe ser es una experiencia abrumadora, como visitar la Acrópolis o las runas de Persépolis. El chileno Juan Carlos Vergara ha exhibido miles de fotografías. Incluso hace poco presentó una exposición sobre el tema en el Museo Nacional de Arquitectura de Washington bajo la rúbrica Detroit is no dry bones (Detroit no es hueso desnudo). También hace poco salió publicado el libro The Ruins of Detroit, que recoge fotografías de los franceses Yves Marchand y Romain Meffre, quienes muestran a través de sus instantáneas la cruda realidad de una ciudad cada vez más abatida y solitaria. Heidi Ewing y Rachel Gradyy filmaron un interesante un documental titulado Detropia, la revista Time dedicó hace un par de años un número completo a las imágenes de tan impresionante la decadencia urbana e incluso el cine ha incursionado en el tema, recuérdese la estupenda película Gran Torino, con Clint Eastwood.

En la historia del urbanismo, mucho se ha escrito sobre los temas de cómo ampliar eficazmente los grandes centros urbanos, pero poco hay sobre el fenómeno de la contracción de ciudades, y esta se está convirtiendo en una historia común tanto en el Medio Oeste norteamericano como en otros países (la ex RDA en Alemania, Rusia, el noreste de Inglaterra), ciudades ubicadas en zonas de clima poco acogedor pero que en su día atrajeron gente gracias a el auge de la industrialización. Así se expandieron Cincinnati, Búfalo, Detroit, Cleveland y Pittsburgh. Pero tras terminada la Segunda Guerra Mundial comenzaron un lento declive. Menos fábricas y menos oportunidades de trabajo significaron menos población. Las clases altas y medias optaron por emigrar a los suburbios. Así, el descenso de la población en una ciudad presenta muchos desafíos: se recaudan menos impuestos, el aparato gubernamental deja de estar equipado y no puede prestar servicios, la ciudad se convierte en un lugar menos apetecible para vivir. Detroit se ha convertido en la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos. La más violenta no se halla muy lejos, ya que se trata de Flint, Michigan. El desempleo es galopante (con un índice real del 50%) y con un 36% de los residentes viven por debajo del nivel de la pobreza. Así, los que se quedan en Detroit lo hacen porque no tienen más remedio que permanecer ah, es gente con pocos recursos o emigrantes llegados de las guerras gringas como las de Oriente Medio o Indochina, tal y como se ve, precisamente, en Gran Torino. Y las locuras no se hacen esperar. La destrucción por festejar un triunfo deportivo de los Tigres en Beisbol o de los Red Wings en Hockey es de escándalo, lo mismo que las celebraciones de Halloween, donde algunos pobladores se divierten provocando pavorosos incendios en las casa deshabitadas.

Detroit, la Motown, la urbe invencible y esplendorosa de la General Motors, Ford y Crysler, cuna de los seductores Cadillac y de la música (entre otros) de John Lee Hooker es la perfecta metáfora distópica del siglo XXI. Su florecimiento duró unos 70 años. Hoy, avanzar por sus ruinas, casas incendiadas, rascacielos vacíos, sus espacios ignotos y su downtown pleno de soberbios edificios moribundos hoy sólo habitados por indigentes, alimañas y hasta coyotes debe ser una de las emociones más fuertes con las que puede enfrentarse un viajero aventurado.

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