América Latina arde, y sucede tanto en naciones con gobiernos populistas encabezados por “hombres fuertes” como en países supuestamente fieles al llamado modelo “neoliberal”.
En Nicaragua y Venezuela las protestas se han dirigido contra el autoritarismo de los regímenes personalistas de Daniel Ortega y Nicolas Maduro. En Bolivia, el presidente Evo Morales pretendió hacer un fraude, no pudo, y hoy el país navega a la deriva.
En Chile, Haití, Ecuador y ahora Colombia la gente ha salido a las calles para protestar contra las medidas de austeridad, exigir mejores condiciones de vida y reclamar la reducción de los desequilibrios en la distribución del ingreso
Esto, sin olvidar la insurgencia ciudadana manifestada en las urnas en Argentina y Uruguay, además de asomarse en el horizonte indicios de intranquilidad en Brasil y Perú.
No es, entonces, el motivo de todo este descontento la vigencia de una ideología o modelo determinado. Sus orígenes son más complejos y, por ende, las soluciones no son sencillas.
En esta inestabilidad regional hay razones estructurales. Nuestros países dependen aún demasiado del fluctuante precio de las materias primas. Y ni los populismos ni las democracias han logrado superar esta excesiva subordinación.
Los presidentes a los que les toca gobernar en tiempos de vacas gordas pueden expandir el gasto y mejorar las condiciones de vida de su población, pero cuando llega la fase descendente del ciclo los cimientos de ese Estado benefactor se muestran muy precarios.
Por eso, ni tirios ni troyanos han sido capaces de generar condiciones sostenibles para el crecimiento económico y la eliminación de la pobreza.
No existen atajos y, por supuesto, pretender solucionarlos a base de buena voluntad, carisma, popularidad o manotazos demagógicos solo conducirá al agravamiento de la crisis. La fórmula segura del fracaso consiste en pretender aplicar medidas diseñadas en tratar de “quedar bien” con todos y en fundamentar decisiones únicamente en la voluntad y de espaldas a la realidad.
El voluntarismo es suicida. Las cosas no cambian solo a base de buenos deseos, experiencia fatal de nuestra historia. La realidad nunca se equivoca.
Por supuesto, las salidas posibles pasan, necesariamente, por establecer amplios consensos sociales. Hoy en América Latina no está ni para el confrontacionismo populista, ni para la intransigencia tecnocrática.
La sustitución de las instancias de intermediación (partidos y parlamentos) por un liderazgo caudillista no es garantía de éxito. Avanzar superficialmente contra la pobreza y fortalecer el asistencialismo clientelar no es sinónimo de buen gobierno.
Indispensable es asentar las bases de un desarrollo sólido y sostenido, a la vez de conmutativo, distributivo y social. Las expectativas son equidad económica e igualdad de acceso a la educación y las oportunidades, pero también son las de la alternancia democrática y la salud institucional.
Pedro
Arturo Aguirre
Publicado en la columna "Hombres Fuertes"
27 de noviembre de 1019