El fenómeno peronista es una desventura cuyos efectos en la política y economía de Argentina han sido y son devastadores, por eso resulta increíble su recurrente capacidad de recuperar el poder. Muchas veces se le ha dado por muerto, pero tarde o temprano resucita.
La semana pasada volvió a hacerlo al conquistar un convincente triunfo en las urnas, ratificando su indudable vitalidad.
Eso sí, cada una de las etapas peronistas han sido distinta. Esta será su quinta resurrección tras el primer Perón, el regreso del general en los setentas y las presidencias de Menem y los Kirchner. Cada etapa ha sido diferente, y si tenemos a la historia de guía eso mismo sucederá ahora con el gobierno de Alberto Fernández.
La etapa peronista previa, la de los Kirchner, tuvo rasgos típicamente populistas, con políticas económicas no son sustentables generadoras de desequilibrios macroeconómicos y debilitamiento de las instituciones democráticas.
Le dejaron una onerosa carga a sucesor, Mauricio Macri, quien aunado a ello, equivocó muchas decisiones, estuvo siempre en minoría en el Congreso y las gubernaturas y el poder sindical se mantuvo en manos los peronistas.
Ahora con Cristina Kirchner como vicepresidente muchos especulan si no será ella la verdadera “mujer fuerte” del nuevo gobierno.
Difícilmente será así. Los peronistas ganaron gracias a una reconciliación la cual unificó a sus distintas facciones en la coalición Frente de Todos, necesaria, precisamente, por la gran división creada en el peronismo por el estilo personalista y autoritario de la ex mandataria.
Alberto Fernández enfrentará una economía desastrosa, condicionantes internacionales severos y la necesidad de garantizar la gobernabilidad del país con una actitud conciliadora, renunciado al intenso confrontacionismo tan del gusto de Cristina y de muchos dirigentes populistas.
El presidente electo renunció como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner y se convirtió en uno de sus más incisivos críticos. En 2015 describió al gobierno de la entonces señora presidenta como “definitivamente malo, donde es muy difícil encontrar algo ponderable".
Hoy asegura no implementara medidas polémicas impuestas por Cristina en su presidencia como controles de cambios, subsidios a rajatabla y falsificación de estadísticas oficiales, ni recaerá en formas autoritarias como el constante enfrentamiento con la oposición y descalificación de la prensa.
El desprestigio de Cristina es ingente, pese a contar con el fervor de un sector del peronismo. Su populismo exacerbado solo acarreó corrupción, bancarrota y enfrentamiento social.
La nueva administración no tendrá un cheque en blanco. En el Congreso no existirá la hegemonía de un bloque unívoco. Las distintas corrientes peronistas y de oposición mantendrán sus diferencias de origen y votarán en conjunto solo cuando lo consideren necesario.
Existen razones para el optimismo y para pensar para la Argentina en un gobierno respetuoso de la Constitución capaz de arribar a consensos democráticos.
Pedro
Arturo Aguirre Ramírez
Publicado en la columna Hombres Fuertes
6 de noviembre de 2019
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