Pasó casi desapercibida
la cumbre anual del BRICS, el grupo de las economías emergentes más importantes
del mundo, celebrada la semana pasada en Brasilia. Fue irrelevante porque entre sus distintos miembros prevalece un
ambiente de ralentización económica, una obsesión por la defensa a ultranza de
la soberanía y una notable disparidad de intereses y objetivos en sus
políticas exteriores.
Estuvieron presentes en la
capital de Brasil cuatro de los principales “hombres fuertes” de la actualidad:
Xi Jinping, Vladímir Putin, Jair Bolsonaro y Narendra Modi, además del
sudafricano Cyril Ramaphosa.
Con la Unión Europea metida en un grave atolladero, Estados
Unidos en plena pérdida relativa de hegemonía y el mundo multilateral lleno de
nuevos acrónimos y de grupos a 5, 7, 8, 20 y hasta 77 bandas con sus viabilidad
cuestionada, muchos veían la creación (en 2009) de un bloque integrado por las
potencias emergentes como una alternativa de poder incontenible. No ha sido así.
En principio impresiona una supuesta alianza de enormes
naciones las cuales, juntas, ocupan el 22% de la superficie terrestre, amasan
el 27% del PIB y congregan el 41.6% de la población mundial.
Pero más allá del tamaño de sus economías y de sus tasas de
crecimiento anual, los BRIC tienen poco en común. Prevalecen discrepancias de
tipo territorial (disputas fronterizas), económicas, ideológicas y migratorias.
Y los BRICS no impresionan tanto si atendemos el Índice de Desarrollo Humano.
Ahí Brasil ocupa el 70 lugar mundial, seguido de Rusia (73), China (94),
Sudáfrica (113) y la India (123). Es decir, se trata de naciones con profundas
disparidades sociales y regionales internas.
Existe
consenso entre los estudiosos de la geopolítica en el sentido de nombrar a tres
elementos fundamentales para considerar a una nación una superpotencia: poseer
un poderío militar de largo alcance, gozar de un margen aceptable de
estabilidad política y mantener fuertes intereses económicos y estratégicos
extraterritoriales.
Si
atendemos a estos criterios tradicionales, nos daremos cuenta que solo China
cubre a cabalidad las tres condiciones. En el resto, las carencias más graves
se presentan en lo relativo a la estabilidad política y cohesión nacional.
Más
importante aún, ningún grupo de naciones grandes o pequeñas, poderosas o
modestas podrá tener éxito o alcanzar relevancia si no cuentan con una
coherencia básica en las visiones globales de sus integrantes y si no existe una
base mínima de comunidad de intereses.
El
G7 tuvo sus referentes esenciales en el enfrentamiento contra un enemigo común
(la URSS), la decisión compartida de defender la democracia y los derechos
humanos, y su fe inquebrantable en el libre mercado. De ahí su indiscutible
viabilidad durante la guerra fría.
Estas
ópticos comunes, estos pisos referenciales básicos no existen aún para las
potencias emergentes, cuyos elementos integradores son sumamente
circunstanciales y vagos.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna "Hombres Fuertes"
20 de noviembre de 1019
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