jueves, 26 de diciembre de 2019

El Mito del BRICS




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Pasó casi desapercibida la cumbre anual del BRICS, el grupo de las economías emergentes más importantes del mundo, celebrada la semana pasada en Brasilia. Fue irrelevante  porque entre sus distintos miembros prevalece un ambiente de ralentización económica, una obsesión por la defensa a ultranza de la soberanía y una notable disparidad de intereses y objetivos en sus políticas exteriores. 


Estuvieron presentes en la capital de Brasil cuatro de los principales “hombres fuertes” de la actualidad: Xi Jinping, Vladímir Putin, Jair Bolsonaro y Narendra Modi, además del sudafricano Cyril Ramaphosa.

Con la Unión Europea metida en un grave atolladero, Estados Unidos en plena pérdida relativa de hegemonía y el mundo multilateral lleno de nuevos acrónimos y de grupos a 5, 7, 8, 20 y hasta 77 bandas con sus viabilidad cuestionada, muchos veían la creación (en 2009) de un bloque integrado por las potencias emergentes como una alternativa de poder incontenible. No ha sido así.


En principio impresiona una supuesta alianza de enormes naciones las cuales, juntas, ocupan el 22% de la superficie terrestre, amasan el 27% del PIB y congregan el 41.6% de la población mundial. 


Pero más allá del tamaño de sus economías y de sus tasas de crecimiento anual, los BRIC tienen poco en común. Prevalecen discrepancias de tipo territorial (disputas fronterizas), económicas, ideológicas y migratorias. Y los BRICS no impresionan tanto si atendemos el Índice de Desarrollo Humano. Ahí Brasil ocupa el 70 lugar mundial, seguido de Rusia (73), China (94), Sudáfrica (113) y la India (123). Es decir, se trata de naciones con profundas disparidades sociales y regionales internas.


Existe consenso entre los estudiosos de la geopolítica en el sentido de nombrar a tres elementos fundamentales para considerar a una nación una superpotencia: poseer un poderío militar de largo alcance, gozar de un margen aceptable de estabilidad política y mantener fuertes intereses económicos y estratégicos extraterritoriales. 


Si atendemos a estos criterios tradicionales, nos daremos cuenta que solo China cubre a cabalidad las tres condiciones. En el resto, las carencias más graves se presentan en lo relativo a la estabilidad política y cohesión nacional.



Más importante aún, ningún grupo de naciones grandes o pequeñas, poderosas o modestas podrá tener éxito o alcanzar relevancia si no cuentan con una coherencia básica en las visiones globales de sus integrantes y si no existe una base mínima de comunidad de intereses.


El G7 tuvo sus referentes esenciales en el enfrentamiento contra un enemigo común (la URSS), la decisión compartida de defender la democracia y los derechos humanos, y su fe inquebrantable en el libre mercado. De ahí su indiscutible viabilidad durante la guerra fría. 


Estas ópticos comunes, estos pisos referenciales básicos no existen aún para las potencias emergentes, cuyos elementos integradores son sumamente circunstanciales y vagos.



 Pedro Arturo Aguirre


Publicado en la columna "Hombres Fuertes"
20 de noviembre de 1019

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