Se empeñan los referéndums en demostrar en todo el
mundo lo peligrosos que son. Primero fue el Brexit, después la paz en Colombia,
ahora toca el turno de Italia. Una vez más, el futuro de la Unión Europea está
en vilo por culpa de un referéndum. El socialdemócrata Mateo Renzi, el primer
ministro italiano que gobierna su país desde 2014, hasta hace poco era de los
pocos líderes mundiales de este alocado siglo XXI que sin apelar a los recursos
de la demagogia y el populismo despertaba esperanzas de trasformación y
superación de la crisis. Es el hombre más joven en convertirse en jefe de
gobierno (39 años) de su país. Tiene un cúmulo de ideas para cambiar el
intrincado y, muchas veces, absurdo sistema político italiano, y para superar
la aguda atonía económica que afecta Italia desde ya hace décadas. Al principio
de su administración le fue bien. Convenció a los sindicatos y al sector más a
la izquierda de su propio partido de aceptar severas medidas de ajuste
económico, al mismo tiempo que ponía en marcha una nueva norma educativa y la primera
ley que regula las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Con ello, y con
una política exterior más asertiva, Italia empezó a recuperar su extraviada presencia
en el ámbito europeo.
El verdadero corazón de sus aspiraciones
transformadoras reside en una propuesta de reforma constitucional profunda con la
que quiere acabar con la aguda inestabilidad política que caracteriza a la República
Italiana desde su fundación. Esta iniciativa pondría punto final al “bicameralismo
perfecto” que equipara, como sucede en México, las facultades Cámara de la
Cámara de Diputados y del Senado, con el agravante de que en el sistema
parlamentario italiano los gobiernos para poder formarse requieren de un voto
de confianza en ambas cámaras legislativas. Italia mantendría un sistema
parlamentario basado en dos Cámaras, pero con poderes diversos. La de los
Diputados sería la única que daría confianza al Gobierno y votaría las
principales leyes, y el Senado reduciría sus dimensiones: de 315 miembros se
pasaría al centenar y se ocuparía exclusivamente a materias relacionadas con la
legislación regional. Asimismo, el Estado Italiano volvería a hacerse cargo de algunas
competencias que habían sido transferidas a las regiones, como es el caso de
energía, infraestructuras estratégicas, turismo y sistema nacional de
protección civil. Esta ambiciosa propuesta será sometida a referéndum el
próximo 5 de diciembre.
Pero desde principios de 2016 la crisis económica
volvió a asomar su espeluznante cabeza. En el segundo trimestre de este año el
país registró un crecimiento cero. Italia va a la cola de Europa en este rubro,
y eso que aún es la tercera economía de la Eurozona. El panorama lo empeora una
deuda pública fuera de control y unos bancos al borde del cataclismo. Este
panorama estropeó muy pronto la incipiente popularidad de Renzi. Los comicios
locales de junio de 2016 propinaron el primer gran revés al premier, al sufrir
su partido graves derrotas en Roma e, inesperadamente, en Turín ante el
Movimiento 5 Estrellas, formación “antipolítica” del cómico Beppe Grillo que
parecía apenas hace unos meses haberse evaporado y ahora ha resurgido con
fuerza. Y este es el centro del problema: los italianos irán a un referéndum
diseñado para atender problemas de largo plazo que afectarán a las generaciones
futuras con la mente ocupada en la popularidad personal del primer ministro
actual.
Todos los observadores concuerdan en que un triunfo
del “no” sería catastrófico para Italia.
Si Matteo Renzi pierde el referéndum le pasaría lo que al imprudente
David Cameron, ya que el primer ministro cometió el error de personalizar el
referéndum. Prácticamente lo planteó como un plebiscito sobre su persona y
reiteró que, si lo perdía, se marchaba a casa. El riesgo es que muchos
electores sufren los efectos de la crisis económica y muy probablemente se
inclinarán por un voto negativo contra un Gobierno cada vez más impopular. Acto
seguido se celebraría unas elecciones generales, con el riesgo de que 5
Estrellas pueda hacerse del poder, escenario que hace temblar a Europa porque,
entre otras razones, Grillo y sus seguidores plantean realizar un referéndum
sobre la salida de Italia del euro.
Otra vez la gran quimera del referéndum que se
presenta como un mecanismo democrático “en su forma más pura”, pero que en realidad
distorsiona la democracia en vez de reforzarla por depender de factores
demasiado volátiles y coyunturales, y por ser ejercicios donde los votantes
deben tomar sus decisiones complejas con poca información. Lejos de ser
“democráticos” o “ciudadanos”, los referéndums son susceptibles a ser
manipulados por políticos expertos en operar mensajes directos y simplistas. En
Gran Bretaña el debate económico y social sobre las consecuencias objetivas del
Brexit se vio sustituido por un exaltado duelo de valores y prejuicios. En Colombia
el pasado se impuso al futuro y el voto por la paz fue eclipsado por el temor
de dejar impunes a las FARC. Por eso es un sofisma eso de que cualquier
decisión mayoritaria tomada al calor de una determinada coyuntura necesariamente
es “democrática”. Más bien es una perversión de la democracia y,
lamentablemente, en una época en la que la credibilidad de los partidos y otros
mecanismos de representación va a la deriva esta lección es muy difícil de
entender.