“Bueno,
primero iba a votar por salir, como castigo a David Cameron, pero después vino Boris
Johnson* a hacer campaña por el Brexit y, bueno, entiéndeme, no soporto su
corte de pelo. Es por eso que voy a votar por que el Reino Unido se quede en la
UE”.
La anécdota
la cuenta Richard Dawkins en el último número de la revista Prospect e ilustra perfectamente bien la
frivolidad con la que mucha gente toma el tema de la permanencia o abandono del
Reino Unido en la Unión Europea, el cual tiene repercusiones para la humanidad
entera. La salida del Reino Unido sería desastrosa para la economía mundial y
no solo para los británicos. Según informa el desesperado gobierno de Cameron, entre
otras calamidades el Brexit costaría unos 130,000 millones en los próximos
cuatro años, se registrarían recortes del gasto público social hasta por 3,000
millones de euros y el otrora gran imperio se vería aislado en la escena
internacional. Ahora bien, si tal hecatombe supone para el Reino Unido
abandonar la UE, ¿Para qué diablos el referéndum? Se trata de una de las decisiones
electoreras más irresponsables de la historia. David Cameron decidió incluirlo
en la plataforma electoral del Partido Conservador en la última campaña
electoral supuestamente para frenar el auge del partido antieuropeo UKIP, una
camarilla de malandrines xenófobos que aparecía demasiado alto en las encuestas,
y Cameron no quiso arriesgar. A final de cuentas el actual primer ministro ganó
en las urnas, pero la ligera promesita del referéndum hace hoy de ese triunfo
una victoria pírrica.
Los
referéndums son muy peligrosos. Las campañas rumbo a ellos se prestan mucho más
para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales
(y ya es mucho decir). También que dan lugar a una "tiranía de la
mayoría", la cual margina de toda posibilidad de representación política a
los grupos minoritarios (el famoso “juego de suma cero”). Los referéndums fuerzan una elección binaria y
excluyente entre dos opciones, lo que simplifica el debate de forma
considerable. Por eso De Gaulle tenía razón cuando dio que en un referéndum los
electores rara vez contestan lo que se les preguntan. En el caso del Brexit, es
obvio que mucha gente votará por salir de la UE como protesta contra Cameron,
rechazo a la globalización y sus injusticias o bufa nostalgia de la Inglaterra
imperial. ¡Queremos que nos devuelvan nuestro país! Claman los demagogos del
Brexit, quienes han esgrimido como principal arma el odio a los inmigrantes. Porque en referéndum hay un ingente componente
de frustración y furia, tal como sucede en Estados Unidos con Trump, en Francia
con Le Pen, en España con Podemos y un muy largo etcétera. Millones de
electores desesperados que siguen cualquier cosa que les ofrezca esperanza, la
promesa de que las cosas “van a volver ser como antes”. La eterna convocatoria
a los instintos, la futilidad del voluntarismo mágico que pretende lograr lo
imposible: un país de nuevo poderoso, sin crisis, con beneficios sociales
amplios para todos los nacionales, plenamente soberano y limpio de inmigrantes.
Eso sí, la campaña del Brexit omite datos como que, por ejemplo, la fuerza
laboral de los trabajadores inmigrantes contribuyó con más de 25,000 millones
de euros (más del 6% del total) a la economía del Reino Unido en la última
década, según un estudio del University College London.
Y no solo es
la ultraderecha. El líder laborista Jeremy Corbyn, oficialmente favorable de la
permanencia del Reino Unido en la UE, ha realizado una campaña timorata y
ambivalente. Se trata de un izquierdista de la vieja escuela (las viejas ideas
de la “nueva” izquierda) que en su oportunidad votó en contra de la integración
de su país a la entonces Comunidad Económica Europea. De corazón, Corbyn sigue
pensando que la Unión Europea es una “gran conjura del capitalismo”. Además de
que apuesta a una dimisión inminente de Cameron si triunfa el Brexit, lo que
obligaría a elecciones generales anticipadas. Otro gran irresponsable este
Corbyn, como Cameron. ¡Vaya con la frivolidad y pequeñez de miras de los actuales
líderes en la nación de Disraelí, Palmerston, Churchill y Gladstone!
La campaña
se ha visto sacudida de último momento por el cobarde asesinato de la diputada
europeísta Jo Cox a manos de un extremista de ultraderecha que al comparecer
ante el juez exclamó: “Muerte a los traidores, Gran Bretaña primero”. Quizá
este aberrante acto cambie la tendencia en favor de la permanencia, aunque
previamente parecía el Brexit contar con una apreciable ventaja. Como sea, habrá
ganado, como en tantas otras partes, el discurso pueril del odio, del
nacionalismo ramplón y del echarle la culpa a los demás. La racionalidad en
política va a la deriva en pleno siglo XXI.
*Boris
Johnson, el oportunista ex alcalde de Londres, uno de los jefes de la campaña
del Brexit.
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