lunes, 18 de marzo de 2013

México y su Mitología Petrolera


 
Una sociedad que vive atorada en el mundo de la simulación y las mentiras está condenada al subdesarrollo económico y mental. Rehusarse a ver la realidad de frente, a entender las cosas tal cual son y no como quisiere que fueran. Interpretar al mundo como un escenario de “buenos” contra “malos” donde siempre uno es eterna víctima. Preferir renunciar a la razón y al sentido común y refugiarse en sus mitos y complejos inveterados, esos son los errores que muchas veces hemos cometido en México y que nos han impedido ser una nación más exitosa. Y donde más se manifiestan estas lamentables tendencias es en el tema petrolero.  PEMEX continua siendo una “vaca sagrada”, lo que significa enormes dificultades para innovar, para desarrollar nuevas tecnologías, para transformar riqueza potencial en riqueza real de lo que no es sino un producto de exportación como cualquier otro. Un medio, no un fin.

Hoy nuestra izquierda más cavernaria insiste en tildar cualquier intento de modernización de Pemex como una “traición a la patria” y busca obtener de este trasnochado discurso dividendos electorales. Pero las realidades son muy obcecadas y no respetan ideologías, mitologías ni fundamentalismos patrioteros: hoy la producción de crudo enfrenta una tendencia de rendimientos aceleradamente decrecientes y las reservas probadas son escasas mientras que las reservas probables esperan una masiva ronda de inversión, en las sofisticadas tecnologías de extracción, para poder dar servicio a las necesidades de nuestro sector energético. Además, absurdos procesos burocráticos imponen altísimos costos de transacción en la operación integral de la petrolera.

Así que podremos defender con aullidos y hasta con rabia el mito de “nuestro petróleo”, pero en unos cuantos años, de seguir así las cosas, tendremos que enfrentar el espectro de importar crudo de otros países. Ya, hoy, por no contar con las plataformas tecnológicas, por no contar con la inversión fresca que se requiere, tenemos que importar productos refinados.

El mito petrolero es un producto del llamado “nacionalismo revolucionario”, esa construcción cultural que dio legitimidad al régimen autoritario que padeció México la mayor parte del siglo XX. Lamentablemente esa es la razón por la que el tema energético México no es técnico ni económico, como debiera ser, sino ideológico. Borda en la ficción en el que se sostuvo la supuesta “identidad nacional”. Pero esta es una ficción que en una nación democrática tiene los días contados. El problema es que, al parecer, es todavía lo suficientemente fuerte como para impedir debates racionales acerca del petróleo. Es hora de vencerla de una vez por todas.

viernes, 15 de marzo de 2013

El Padre del Escepticismo Militante

 

El magnífico escritor, periodista y crítico social estadounidense Henry Louis Mencken (1880-1956) padre intelectual del escepticismo militante, se caracterizó siempre por ser dueño de un estilo radical e iconoclasta que no tenía respeto por nada ni nadie. “Opino que los mayores problemas humanos”, escribió alguna vez, “son insolubles y que la vida está totalmente desprovista de significado. Es un espectáculo sin intención ni moraleja. Detesto todos los esfuerzos por atribuirle una moraleja”. Si se la pone en contexto a su frase más citada (“Una carcajada vale lo que diez mil silogismos”), se advierte que utilizaba su sentido del humor -ácido, cínico y punzante- para evidenciar falacias, convencionalismos sociales y creencias populares. “Quienes más hicieron por la liberación del intelecto humano fueron aquellos pícaros que arrojaron gatos muertos en los santuarios y luego salieron a trajinar por los caminos, demostrando a todos los hombres que el escepticismo, al fin y al cabo, no entraña riesgos: que el dios montado sobre el altar es un fraude. Que una carcajada vale lo que diez mil silogismos”.

Pero el pesimismo crónico de sus reflexiones no le impidió a Mencken luchar por sus convicciones. No dudaba, por ejemplo, en juzgar a las mayorías (“porque las masas, libradas a sí mismas, reincidían en la elección de gobernantes ineptos”), o de atreverse a tratar de “charlatán sin dignidad” a un ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos en una nota necrológica. Al menos eso fue lo que hizo con William Jennings Bryan, el fiscal durante un célebre juicio en contra del maestro de educación elemental John Scopes, que transgredió las “leyes de protección bíblica” del estado de Tennessee cuando decidió enseñar la teoría de la evolución de Darwin. Operaba con la hoy denominada “incorrección política” como su principal instrumental dialéctico. Tenía un absoluto desprecio por todo lugar común. Entusiasmó a los intelectuales de la época y, acaso a su pesar, se convirtió en una figura respetada e influyente. Decía cosas como, "Hasta donde me alcanza el entendimiento, y llevo años estudiando este hecho con profundidad y empleando a gente para que me ayude en la investigación, jamás nadie en este mundo ha perdido dinero al subestimar la inteligencia de las grandes masas."

A edad temprana descubrió el placer de la lectura a través de la lectura de Huckcleberry Finn, al que Mencken llamó “un magnífico libro libertario”. Era un nietzscheano convencido y un seguidor incondicional de Bernard Shaw. Dice Fernando Savater en el prólogo del menckeniano “Prontuario de la Estupidez Humana” que a pesar de los defectos propios de "su condición autodidacta", el autor destaca por "su enorme coraje intelectual y su contundencia expresiva". Inmortal es la lucidez de sus ataques demoledores contra la estupidez de la clase media, la mojigatería, las religiones organizadas y, por supuesto, los políticos. ¡Cómo se extraña a tipos como Mencken hoy que vivimos los tiempos de lo políticamente correcto, cuando casi nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre con claridad!

Murió convencido de que su cuerpo se disolvería en la nada.

jueves, 14 de marzo de 2013

 

“No entiendo de que se sorprenden, Che”, me dice Alberto, un simpático amigo argentino que tengo en Facebook, “Si Dios es argentino, Maradona es argentino, Messi es argentino, “¿Qué de raro hay en que el papa también sea argentino”. Pues papa argentino habemus, un jesuita que eligió llamarse Francisco I, cosa que no deja de llamar la atención habida cuenta de la acérrima rivalidad que han protagonizado jesuitas y franciscanos por siglos.

Nombramiento polémico no solo por las opiniones ultra conservadoras del nuevo pontífice sobre los temas del celibato sacerdotal, el aborto y el matrimonio gay (que, después de todo, eran de esperarse) sino también por el muy cuestionable papel de Bergoglio durante los años de plomo de la dictadura. Pero lo cierto es que ninguno de los “papables” hubiese estado exento de polémica. La iglesia Católica está inmersa en una profunda crisis, y ninguno de sus altos jerarcas está libre de culpa.

Queda descartado que Bergoglio vaya a ser un papa reformador. Lo más seguro es que siga la línea de sus dos inmediatos antecesores, los cuales detuvieron cuando no revirtieron un proceso de modernización que irrumpió en la Iglesia desde los años 60 y que iba en camino de tratar de reconciliar al catolicismo con la modernidad iluminista, la ciencia, las libertades civiles y la democracia. La sociedad moderna, con sus libertades, ciencia y técnica se convirtió en el paradigma para el mundo entero, mientras que la Iglesia Católica se vio transformada en un bastión de conservadurismo religioso y de autoritarismo político. A la luz de visiones y actitudes más modernas otras iglesias cristianas han crecido y se afirmaron en todos los continentes, en particular en América Latina. Para colmo, a la iglesia hoy la atosigan los escándalos de corrupción y pederastia, por no hablar de la lamentable y retrógrada actitud que esta institución insiste en mantener frente a las mujeres.

En fin, poco cabe esperar del nuevo papa en materia de modernización. Le perseguirán, como a Ratzinger, sombras de su pasado político. Al menos se puede decir de él que es Hincha de San Lorenzo de Almagro. Eso sí, habrá que advertirle al nuevo pontífice que se cuide de los albureros mexicanos con eso de que es “Bergoglio, el papa pancho”.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Va en serio?

Mucho me sorprendió que mi amigo Raúl Trejo Delabre, uno de los expertos más reputados en el tema de medios que hay en nuestro país, se haya referido ayer en una nota de su perfil en Facebook sobre la iniciativa de reforma constitucional presentada ayer los dirigentes de los partidos y el presidente de la República como “un avance enorme hacia la pluralidad y la competencia en medios y telecomunicaciones”, para añadir que : “De aprobarse esas reformas y la ley reglamentaria, México tendría uno de los regímenes más avanzados en dicho terreno.” Alentadoras palabras de quien siempre ha sido un sólido crítico de las retrogradas políticas en materia de comunicaciones aplicadas por los pasados gobiernos de la República.

No conozco a fondo las características de la iniciativa. Mañana entrevisto al especialista Joaquín Álvarez del Castillo en Canal México para que me su versión. Pero, ojalá, de verdad ojalá la voluntad reformadora mostrada hasta el momento por la presente ad ministración vaya en serio. Urge incluir a México en la lista de “potencias emergentes”, y tal cosa no será posible mientras nuestro país sigo ocupando posiciones desfavorables en los �índices de competitividad internacional. ¡Ya basta de perder oportunidades para realizar cambios indispensables que contribuyan a meternos de lleno en la competencia mundial! Porque eso es lo que hemos hecho, perder oportunidades, una tras otra, y el caso de los dos pasados gobiernos panistas es uno de los más flagrantes. A pesar de los grandes beneficios que reportó al país el boom petrolero registrado a nivel mundial durante las administraciones de Fox y Calderón, los mexicanos no fuimos capaces de aprovechar la situación para para reducir de forma significativa los índices de pobreza, volvernos más productivos, dinamizar nuestras estructuras económicas, mejorar nuestros niveles educativos, y dotar a nuestros jóvenes de más y mejores conocimientos, herramientas y habilidades técnicas y científicas, tal y como ha ocurrido en países considerados hoy como exitosos, es decir, las famosas “potencias emergentes. Aunque tuvimos más dinero, no fuimos capaces de tomar mejores decisiones ni de generar mejores políticas públicas.

Los fracasos suceden una vez que las necesidades del corto plazo y/o las consideraciones políticas clientelares se imponen sobre las medidas de Estado y los proyectos visionarios. No podemos seguir siendo perennemente un país que pierde todas las oportunidades. México puede acelerar su crecimiento económico y colocarse a la par de países altamente competitivos si nos decidimos de una vez por todas a aprovechar nuestras ventajas, a hacer cambios trascendentales al modelo seguido hasta ahora (es falso que sea “neoliberal”) y a desplegar una estrategia moderna y más práctica de desarrollo, pero ello demanda -debe entenderse- la remoción de prejuicios y una vigorosa revaluación intelectual, anímica y organizacional de nuestra sociedad y del mundo en el que vivimos.


lunes, 11 de marzo de 2013

Dejemos de Hablar de Bufones

 

Dejemos de hablar de bufones como Hugo Chávez o Berlusconi para honrar un poco la memoria de políticos de otra estatura intelectual. Uno de mis favoritos de todos los tiempos es Benjamín Disraeli, descomunal estadista y escritor inglés quien fue también un artista de la sátira. Nacido en Londres en una familia judía de origen italiano, fue hijo de un muy agradable señor que estaba entregado por completo a sus tareas literarias. En la escuela y siendo muy niño, D. cobró conciencia de la diferencia que existía entre él y el resto de los párvulos, por eso su padre, convencido de que se judío sólo podría acarrearle dificultades en el seno de la intransigente sociedad inglesa, decidió bautizarlo. Disraeli siempre fue un hombre extremadamente inteligente y sensible dotado de una poderosa imaginación, dueño de una ambición que siempre lo indujo a ser el primero en todo. Sus características de líder y amor por el drama y la literatura hicieron que formase una compañía de teatro estudiantil. El estreno de su primer obra (una sátira, desde luego) le causó su expulsión del severo colegio anglicano donde estudiaba. Tenía entonces 15 años. Inició entonces una etapa de rabiosa formación autodidacta en la que leía todo cuanto había a su alcance. Esto llegó a preocupar a su padre, que decidió ponerle a trabajar, consiguiéndole un puesto como secretario.

Por las mañanas acudía al execrable trabajo y por las tardes leía pero obviamente tal rutina no satisfacía en absoluto sus altas aspiraciones. Por eso decidió tratar de hacer negocios. No obtuvo éxitos, pero lejos de desanimarse intentó sacarle provecho a la adversa situación sirviéndose de las experiencias adquiridas como tema de una novela que escribió en cuatro meses y que se tituló Vivían Grey, publicada en forma anónima y la cual fracasó rotundamente. Abatido por el nuevo revés, enfermó y sus padres decidieron abandonar Londres e instalarse en una casa en el campo. En medio de la tranquilidad rural, Disraeli escribió dos relatos satíricos Popanilla y The Young Duke y, más tarde, tras un intenso recorrido por Europa dos novelas: Alroy y Contarini Fleming. La primera es un relato del viaje en forma epistolar y la segunda es una autobiografía también llena de deliciosos tonos satíricos. Es justo tras publicar Contarani Fleming que llegó a la conclusión de que su verdadera vocación era la política, ya que la literatura no colmaba sus amplias ambiciones. Regresó a Londres e inició una larga y fructífera carrera política que mucho contribuyó a consolidar el poderío imperial del Reino Unido. Pero la política no interrumpió nunca su vocación literaria. Disraeli se daría tiempo para seguir escribiendo. Fue ya siendo un prominente líder que publicó su obra más importante: Coningsby, o La Nueva Generación, una preciosa sátira sobre el mundo de la política.

 

Desde luego, más allá de lo que puede leerse en sus escritos, la sátira disraeleana conoció sus mejores momentos en las sesiones parlamentarias. Dueño de una abismal cultura, de un supremo sentido del humor y de incomparable agilidad mental, Disraeli solía hacer pedazos a cuanto político se atrevía ponérsele enfrente. ¡Y de qué políticos hablamos! En el Parlamento de Westminster entonces se encontraban gigantes como Robert Peel, William Gladstone, John Russell y un largo etcétera de eminencias. La rivalidad más enconada (una de las más famosas de la historia, dicho sea de pasada) la tuvo con Gladstone, líder del partido liberal, cuyo fervor moral sólo era comparable a su capacidad fenomenal para el trabajo duro y el dominio de arcanos detalles financieros y administrativos, pero que también era capaz de hablar con notable fuerza de seducción al Parlamento y al público. Disraeli se especializaba en el empuje del sarcasmo fino y el epigrama envenenado, estrategia que orientada a la acritud en el debate parlamentario muy a menudo dejaba fuera de balance al severo y poco imaginativo Gladstone quien, por otro lado, podía ser contundente cuando se trataba del frío manejo de cifras y el conocimiento específico de temas.

Creo que no es necesario decir que actualmente México carece casi por completo de Disraelis y de Gladstones. Nuestra funesta clase política comparte, toda, de izquierda a derecha graves limitaciones intelectuales, escasa formación cultural y académica, nula capacidad de persuasión (que no sea la que da el marketing) y nuestra vida parlamentaria - foro donde en tantas otras latitudes se forman los líderes- es absolutamente impresentable. El mejor de los últimos tiempos fue, quizá, Porfirio Muñoz Ledo y eso es para ponerse a llorar, francamente.

jueves, 7 de marzo de 2013

¿De dónde debe ser el papa?


¡QUÉ IMPORTA QUE EL SUEÑO NOS ENGAÑE, SI ES HERMOSO!

La muerte de Chávez y las desenfrenadas muestras de luto y elogios excesivos de sus fans en Venezuela y en el resto de América Latina me recuerda que desde siempre me han dado tirria quienes se toman la vida demasiado en serio: los moralistas, los iluminados, los mesiánicos, y en general aquellos antipáticos personajes que viven para, según ellos, salvarnos a nosotros de nosotros mismos. ¡Cuídense, amigos de los iluminados! ¡Huyan de aquellos que creen estar siempre del lado del bien (o más bien, que creen que ellos son el bien) y de los que suponen que todo lo saben y todo lo pueden, y en el ejercicio perverso de ese delirio no tienen reparos en deformar la realidad objetiva que los rodea y a los seres humanos que la habitan!

Fue Anatole France quien escribió aquello de "¡Qué importa que el sueño nos engañe, si es hermoso!". Muy bien, pero debemos saber distinguir la calidad de los sueños. No son precisamente los sueños, por más desmesurados que sean, los que agravian, sino sus encarnaciones arbitrarias. Los políticos populistas como Chávez, Berlusconi y tantos más viven de las grandes mentiras, de enseñar espejos de humo, de vender sueños. Es cierto es que el origen del problema político consiste en que el aspirante a gobernar debe excitar en quienes serán sus gobernados la ilusión de que él tiene en las manos la llave de la solución, pero la realkidad es que cuando adquiere el poder no se juega con ilusiones o ideas absolutas sino con situaciones concretas, ordinarias, coyunturales. Benedetto Croce decía que “El hombre no es, sino que deviene incesantemente". En ese devenir perpetuo que sólo con la muerte termina hace que el ser humano viva en la constante aventura de lo incógnito. Es todos los días el mismo y, cotidianamente, distinto. Esta realidad elemental y por lo tanto fundamental, hace que la incertidumbre forme parte de la naturaleza humana. La política es un intento de resolver esas incertidumbres, por lo que sus afanes por la misma naturaleza de su origen, están condenadas a ser circunstanciales y momentáneos. Pretender soluciones absolutas y definitivas es intentar congelar la historia. Los intentos de esos absolutos en el siglo XX fueron la causa y la razón de los totalitarismos.

El estadista, es aquel que puede anudar lo que anhelaba Jeremías Bentham: "Ser un soñador de realidades y un realizador de sueños". Coordinar esfuerzos e interpretar anhelos, decía un amigo mío. Conoce, en primer lugar, sus propias limitaciones. Por eso, entre otras cosas puede y debe tener sentido del humor como para reírse de sí mismo. Los tiranos, los dictadores y la mayor parte de los políticos fallidos sobredimensionan sus aptitudes. Se toman demasiado en serio, y sobredimensionar las situaciones que uno vive lleva, irremediablemente, al ridículo.

 

Emily Ratajkowski Nude


Los Twitts del Oso


Dicen que la Maira era solo un tigre de papel....¡pero de papel higiénico, la cabrona!

Elba Esther Gordillo acaba de conocer la diferencia entre aprender y aprehender.

La retórica extremista de Beppe Grillo y otros por el estilo muy bien ilustra como la antipolítica radical puede llevar al fascismo.


Confirmamos lo que ya sabíamos: ¡¡Seth MacFarlane es un absoluto genio!!
Jesus Christ blessing a group of people

Enternece ver que el fervor con el que muchos izquierdistas profesan sus ideas es mucho más hondo y ciego que la fe del religioso más beato.

La incuestionable honorabilidad del presidente Pepe Mujica está por encima de posiciones políticas y trincheras ideológicas.

Noticias del atletismo: Pistorius cambio las carreras por el lanzamiento de bala.
El rayo sobre la cúpula de San Pedro y el meteorito en Rusia, ¿Son berrinches de Dios por la renuncia de B16 o anuncios de una nueva era?
Renunció un líder ineficaz, endeble e incapaz de entender los tiempos que vivimos. ¿Cuántos por aquí y por allá deberían seguir su ejemplo?

No deja de ser triste cuando se reconoce que la mayor virtud de un líder fue que tuvo el valor de renunciar.

Desde hoy tengo el honor de ser amigo en Facebook del gran general romano Marco Agrippa. Sólo espero que no me vaya a contagiar.


El procurador tiene sentido del humor. Bien por él!

Lozoya heredó de su padre el cariz de tecnócrata frio y distante.

La explosión fue como la burocracia mexicana: lenta y difusa.

martes, 5 de marzo de 2013

Don’t cry me for me…Venezuela.


 
La muerte de Chávez es una pésima noticia para la democracia en América Latina. Ahora se convertirá en leyenda, una especie de “Evito”, quizá hasta con su musical y todo (al tiempo). Mi esperanza era que sobreviviera y se responsabilizara del desastre en el que dejó a su país. Chávez mantuvo su popularidad a golpe de despilfarros, incluso después una larga temporada en el poder marcada por la mala administración, la inflación galopante, la irresponsabilidad financiera, el autoritarismo, la corrupción y el crimen rampante. El clientelismo masivo proporcionado por las millonarias ganancias petroleras le permitió contar con una presencia indudablemente poderosa en numerosos sectores populares de Venezuela, ello auxiliado por la ausencia de todo mecanismo institucional que asegure un gobierno limitado, rendición de cuentas o división de poderes. Eso sí, sería un muy grave error negar que el chavismo haya calado hondo en ciertos sectores sociales. El fenómeno chavista fue posible gracias a que la oligarquía venezolana gobernó de forma sesgada, incompetente y con una visión clasista, eso nadie puede negarlo, pero la solución populista siempre resulta, a la larga, mucho peor que la enfermedad.
Chávez y sus muy numerosos seguidores dentro y fuera de Venezuela  subrayan los logros de la revolución bolivariana en términos de reducción de la pobreza, la erradicación del analfabetismo y un mayor acceso a la salud, pero la estructura económica ha sido destruida sistemáticamente durante estos años. La inflación ha sido la más alta del continente americano en los últimos once años, mientras Venezuela es hoy más dependiente del exterior: las importaciones de bienes de consumo y de servicios ascienden de forma astronómica y el país importa el 80% del alimento que consume su población. Sectores independientes del sector salud reportaron la reaparición en el territorio nacional de enfermedades endémicas que ya habían sido erradicadas. El Estado de derecho no existe, la criminalidad (sobre todo el narcotráfico) aumenta constantemente de manera alarmante y Venezuela es el segundo país más corrupto de América Latina, únicamente superado por Haití, según la Organización no Gubernamental Transparencia Internacional.

Es cierto que gracias al uso clientelar, meramente asistencialista y sesgado que el régimen chavista dio a la riqueza generada por el boom petrolero verificado la primera década se este siglo -con precios promedio superiores a los 100 dólares por barril-, unos ocho millones de pobres lograron incrementar sus ingresos y mejorar sus condiciones de vida, pero esa realidad amenaza con esfumarse al primer enfriamiento de la economía, ante vertiginoso ascenso de la inflación y con el contante deterioro de los servicios públicos y la creciente criminalidad. Uso asistencial y clientelar porque ataca exclusivamente necesidades perentorias y de corto plazo sin atender la urgencia de establecer en el país condiciones para que el desarrollo social sea sustentable y de largo plazo. Sí, los sectores más humildes mejoraron su situación, pero eso sólo se logró de la “puerta para adentro” de sus casas, puesto que en lo que se refiere a servicios públicos estructurales como vivienda de calidad, vialidad, sistema de recolección de basura, drenajes, electrificación, las cosas empeoraron en los últimos años.
El gobierno de Chávez impulsó a cerca de una decena de programas sociales, conocidos como las “misiones” y unas redes de mercados estatales, que beneficiaron de manera directa a decenas de miles de personas en todos los estados del país y permitieron paliar, momentáneamente, las deficiencias de los servicios de salud y los efectos de la inflación. A esto se sumó el favorable desempeño que tuvo la economía entre 2004 y 2007, años en los que se dieron crecimientos entre diez y ocho puntos dl PIB venezolano. Pero los años de prosperidad económica comenzaron a hacer agua a partir de 2008 tras estallar la crisis financiera mundial que originó el desplome de los precios del petróleo, de donde proceden ¡90 de cada cien dólares que ingresan al país por exportaciones! Todo esto aderezado por el incontrolable crecimiento de la burocracia y el sector público.

La riqueza generada por el boom energético sirvió a Chávez para fomentar su popularidad mediante un grosero clientelismo, descuidando en el camino las inversiones de largo plazo garantes de la sustentabilidad del desarrollo social y económico de su país al futuro. Y es que quizá el principal pecado de la revolución bolivariana fue no superar la excesiva dependencia de la economía venezolana respecto al petróleo: más del 90% de los ingresos vienen del rubro energético a más de una década de régimen chavista.
Por cierto, que es en el renglón del comercio internacional donde se cae el mito principal del chavismo: el supuesto “acoso imperialista”.  El “inicuo imperialismo norteamericano” es, hoy por hoy, a más de diez años de iniciada revolución bolivariana, el principal socio comercial de Venezuela. En sus coloridas peroratas, Chávez afirmaba que buscaba nuevos mercados para sus hidrocarburos, pero lo cierto es que es sumamente alta la porción de sus ventas que destina a Estados Unidos. Rara forma la gringa de tratar de aplastar a un supuesto enemigo: comerciando con él en ingentes proporciones.

Gobierna regalando dinero y serás popular. Tienes recursos, luego alivias problemas perentorios a la gente más desprotegida, repartes, compras lealtades y votos, y ya está, ¡a refocilarse con la adoración popular y el fomento del culto a la personalidad! El problema es que el cuerno de la abundancia suele agotarse y si para entonces no has construido una alternativa viable para la distribución sostenible del ingreso todo se cae como un castillo de naipes. A final de cuantas el espejismo chavista terminará por difuminarse, sin que se haya conseguido superar la pobreza a largo plazo y sin lograr que la economía sea sustentable para un futuro carente de petróleo, pero ya el comandante no estará para rendir cuentas de ello. A otros tocará el desastre. Chávez está destinado a subir al olimpo de los héroes del imaginario de la izquierda latinoamericana al grado, quizá, del mismísimo Che Guevara. Y eso, insisto, es de lamentarse.